Galbart
El escocés andaba últimamente muy mosqueado. Para empezar, la guardia de Castellfosc no había encontrado pistas acerca del paradero de los ladrones que le habían asaltado y robado la espada y las alforjas del caballo en las que había algunas monedas y un par de manzanas. También estaba mosqueado porque la carga de trabajo había aumentado de manera considerable, si bien el esfuerzo merecía la pena, había veces que le daban ganas de irse a dar una vuelta en vez de seguir con su trabajo. Todo ello culminaba con que aquel invierno estaba siendo el más raro de los que había visto nunca. Aunque no sabía si era por el ambiente o si era él mismo, y quizá por eso era el más raro. Sin embargo, no todo era trabajo y recibir palizas, no. De vez en cuando se podía relajar bebiendo vino especiado o rebajado con agua, según le diera, en cualquier posada. Aquellos momentos son los que saboreaba con más gusto el de Caithness. Sin obviar, claro, los momentos que pasaba con su esposa Carrie Munro. Pero el deber era el deber y pocos momentos como aquellos eran los que podía disfrutar el de Caithness.
Aquella tarde, fria y húmeda, en la que un manto de niebla cubría la región de Gandía, todo ello lo acompañaba una lluvia fina que caía levemente sobre la tierra y que poco a poco embarrizaba el camino. El escocés se detuvo y escuchó a lo lejos el mugido de una vaca. Seguramente llamaba a sus crías. Le dio un leve golpe a Beleno y siguió la ruta. Los motivos que habían llevado al Escocés a acercarse por aquella zona eran bastante graves como para pasar por allí, ¿acaso no vivía allí un hombre que ostentaba gran poder en el Reino? "Quién mejor que él para que me eche una mano"- pensó. Sus pensamientos volvieron a Escocia, a una escaramuza que hizo su compañía en los Yorkshires ingleses. Recordaba que era un día parecido al que estaba viviendo, parecía tranquilo, pero la niebla escondía una auténtica masacre. Él junto con ciento veinte hombres más, atacaron una carroza en la que se transportaban cuarenta prisioneros escoceses y que estaba custodiada por un regimiento del Duque de York. La batalla duró menos de una hora, la niebla y el factor sorpresa fueron decisivos en su victoria y en la liberación de los presos, aún así muchos de sus compañeros cayeron en batalla. Otros, los que no cayeron, regresaron festejando la victoria y otros resignados al ver sus compañeros caídos. Pero hubo un grupo de sus compañeros que bebió demasiado la noche anterior y que no se despertó para ir al campo de batalla. A aquellas personas, que seguramente no habrían tenido culpa de que murieran los otros compañeros, las mataron aquella misma noche por desleales y cobardes. Claro, a alguien había que echarle la culpa. Para cuando se quiso dar cuenta, el de Caithness agarraba las riendas con una fuerza brutal, estaba tenso y se obligó a calmarse mientras Beleno seguía caminando. Pensó en la disciplina a la que le sometieron en aquella compañía, la compañía "Sol del norte", y pensó en que no había estado tan mal tener algo en lo que poder guiarse durante tantos años. De hecho, allí estaba él, llegó a segundo oficial de la compañía antes de marcharse de Escocia.
No era lo que quería para sus camaradas ni para la gente que le rodeaba, pero él estaba seguro de que si le ordenaban hacer algo así, siempre y cuando él fuera un subordinado de alguien, lo haría y en eso nadie podía tener dudas.
Y pensando en estas cosas, Galbart llegó a ver a lo lejos un gran Castillo. Sin duda alguna había llegado al centro neurálgico del ducado de Gandía y ahora que estaba allí no pensaba dar la vuelta. Había de tratar un tema delicado y aquel sería un buen lugar, ¿por qué no?
Galbart no era muy discreto. Vestía con una camisa morada y sus típicos pantalones y botas negras. La capa negra y la capucha de piel de oso culminaban el abrigo del escocés. Por eso le dieron el alto. Y también porque iba armado con un hacha danesa. El hecho de que lo pararan parecía bastante lógico y observándolo desde un punto de vista más técnico, cosa que había aprendido a hacer en las últimas semanas, Galbart podía ser... un grano en el culo. Cuando le preguntaron los motivos de su entrada, dijo que se trataba de:
Los asuntos del Reino.- Los guardias no se fiaron y le hicieron más preguntas a las que Galbart contestaba de mala gana. Hasta que por fin les dijo.
Soy Sir Galbart Donan de Caithness, dejadme pasar, ¡hombre ya!- El nombre les dijo algo y le hicieron esperar diez minutos, pero al menos sin preguntas estúpidas, a las que él mismo había ayudado a elaborar. Pasado el tiempo, le indicaron que pasara y un guardia le acompañó hasta la mismísima puerta del castillo. Le llevaron el caballo a los establos y el guardia siguió con él. Abrió las puertas y le guió hasta un salón. El guardia le dijo que aguardara que volvería con el Duque de Gandía y no sé cuantas cosa más. Pero el escocés decidió llamarlo por la vía rápida.
¡¡Nicolás!! ¡¡Nicolás!! ¡¿Dónde estás Nicolás?!
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