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Casa Pellicer i Jordan

Ysuran


Ysuran llegó con su esposa a la nueva casa al fin. Ibel seguía tan emocionada como al principio por ver la casa, parecía casi una niña que va a recibir un nuevo regalo, impaciente y preguntona, sólo buscando ir más deprisa para conseguirlo.

Frente a la puerta la pelirroja hizo gala de aquella conducta que la caracterizaba desde que supo la noticia de la casa y lo hizo preocupandose por la llave que el Pellicer sacó del bolsillo con un poco de desgana fingida para impacientar más a Ibel, pues estaba muy graciosa así.

Finalmente la puerta cedió ante la llave y lo primero que pudieron ver es un gran haz de luz procedente del patio interior del que Ibel dijo:

-¡Ysuran es precioso! ¡que fresco! Podemos pasar las horas del día más calurosas aquí, leyendo o charlando. ¿Qué te parece? Estoy muy contenta ¡Vamos a verlo todo! ¿Dónde estará el arquitecto? Me gustaría felicitarle.

Ysuran la miró y le contestó:

- Si Ibel, se estará muy bien aquí, sobre todo con el calor de Segorbe...Bueno, antes de seguir mirando vamos a la biblioteca a ver si está el arquitecto, que nos dé el resto de llaves de la casa y se pueda marchar ya, que lo mismo tiene otras cosas que hacer.

El Pellicer inició el camino hacia la biblioteca seguido de su curiosa esposa que miraba todo con los ojos muy abiertos, definitivamente con ese ambiente tan bueno el hobmre ya se había olvidado de las preocupaciones de hacía un rato. Al fin en la bilbioteca, cruzaron la puerta y allí estaba el arquitecto sentado junto a un manojo de llaves grandisimo y que al verlos los saludó con una sonrisa diciendo:

- Buenos días, pensé que ya no vendrían y me tendría que quedar yo a vivir aquí.

Después cogió las llaves y se las acercó a la dama pelirroja diciendo:

- Bueno, yo he acabado mi trabajo y como su marido me ha pagado lo prometido con dinero real aquí tiene las llaves, como puede ver cada una tiene tallado el nombre de la habitación a la que pertenece para ahorrar problemas y sin más yo me despido, tengo que salir de inmediato a Lérida, donde he conseguido un buen trabajo en una iglesia.


El arquitecto tendió la mano derecha a la pareja, primero a Ysuran y luego a Ibelia para estrecharla a modo de despedida y se marchó dejando a la pareja en la biblioteca debatiendo por donde empezarían a ver la casa.

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Ibelia.jordan



Ibelia entró a la biblioteca detrás de su esposo; donde les esperaba el arquitecto Pedro Bassets con un gran manojo de llaves dispuesto ya para marchar, según les dijo, en cuanto las hubiera entregado a los dueños de la casa. Su trabajo había concluido y andaba con prisa por volver a Cataluña. La dama agradeció su buena labor y se despidieron con un apretón de manos.

Cuando quedaron solos y después de admirar la biblioteca con estanterías a doble altura y un trabajo se artesonado excelente, digno de un palacio. Ibel comentaba a Ysu.

-Están ya todos los ejemplares que encargaste ¿no? Hay verdaderas maravillas.
Comenzó a tocar algunos de los libros y cuadros que se repartían en los anaqueles.

Pasaba su mano por los muebles de maderas nobles como pensando que pudieran volatilizarse en cualquier momento, abría sus ojos como si fuera a despertar de un sueño en cualquier momento.

Pasó a la estancia donde se ubicaba su despacho, al principio pensó que no lo iba a necesitar, pero Ysuran le insistió mucho para tener cada uno su espacio personal donde dedicarse a sus negocios, tareas, trabajos y responsabilidades. Que al final la convenció y se lo agradecía.

Ahora veía aquella sala con sus muebles, retratos familiares, el maravilloso buró, las sillas con los escudos familiares en su tapicería, los suntuosos cortinajes que mitigaban el fuerte sol matinal y la mesa ovalada que invitaba a las reuniones con visitas importantes.
Intuía que en aquella habitación pasaría muchas horas.

-Ysu, lo que he visto hasta ahora me ha encantado no sé si se puede mejorar. Siguieron por todas y cada una de las habitaciones y salas de la planta baja que se disponían alrededor del patio central a través del corredor porticado.

Ibelia no podía esperar más por ver el segundo piso la zona de las habitaciones.
-¿Como habrán quedado todos esos muebles encargados a los artistas italianos? Se preguntaba en voz alta, llena de curiosidad.

Sin esperar a que su esposo la siguiera, pues había quedado enfrascado admirando las tallas de madera que adornaban el salón principal subió las empinadas escaleras tan deprisa que al llegar al piso casi le faltaba el aliento.

De repente una puerta se abrió a su espalda y un repentino hedor que le resultaba desagradablemente familiar se le vino encima. Notó un brazo que la agarró pillándola por sorpresa y una daga fría en su cuello. La arrastró unos metros cerrando la puerta a sus espaldas metiéndola al dormitorio principal.

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--Linguaccia



Linguaccia había escapado de Castellón dejando atrás un frustrado asesinato y la mitad del botín que esperaba obtener, pero las cosas se pusieron muy feas para el malvado cuando le acorraló la guardia de la ciudad. No supo ni le importaba la suerte que corrió su socio, no lo consideraba más que un renglón en el libro de su vida.

En lugar de irse hacia el Norte como hubiese sido su intención, se encontró huyendo hacia el sur. Vió la oportunidad de esconderse en los muelles. Un cargamento de mobiliario había desembarcado en el Puerto de Castellón. Acertó a meterse en uno de los grandes armarios que fueron cargados en un convoy de varias carretas rumbo a Segorbe.

Al llegar al lugar donde descargaron los enseres se percató por las conversaciones que oía desde su escondite que el destino ponía de nuevo en su camino a aquellos que consideraba sus enemigos, el maldito Pellicer y esa Pelirroja loca de su mujer, tantas veces se habían cruzado y esta vez intuía que sería la última.

-Por fín veré cumplida mi encomienda.
Se decía mientras pasaba los días escondido por la casa aprovechando los remates finales. –Y parece que no solo me llevaré la satisfacción de verlos sufrir en lenta agonía, también deben de tener gran fortuna pues esta casa y estos muebles. . . Le dieron las noches para pensar en como acabar con ellos y las torturas a que los sometería - Mis métodos han de convencerles para que me digan donde guardan el famoso libro y obligarles a que me den esa fortuna que tienen escondida.

Aquella mañana había estado espiando y ya no quedaban obreros, los criados habían desaparecido. Desde las ventanas del piso superior había observado la llegada de la pareja y la partida del jefe de obra.

Ellos estaban solos, era su oportunidad. Escuchaba las risas y comentarios alegres de la pelirroja que llegaban apagados por el patio; se acercaba. -Si pudiera pillarla sola. Pensó –Se como se las gasta esa fuina, la tengo que sujetar desde atrás.

De pronto la oportunidad que esperaba se presentó, la mujer llegaba sola corriendo por las escaleras, el hombre salió de su escondite y la atacó por la espalda. Ella no se pudo defender y cuando comenzó a gritar Linguaccia acercó su alfanje desde atrás al rostro de Ibelia peligrosamente cerca de sus labios.

-¡Nos volvemos a encontrar maldita perra! Le decía con remarcado acento italiano. -No grites o te rebano el pescuezo.
-¡Esta vez no os vais a librar! ni el Pellicer ni tú de mi daga, ya verás.

Se reía y el cuchillo sobre la piel de Ibelia la hería y comenzaba a manar de las pequeñas heridas, hilillos de sangre que caían sobre su vestido. -Pero antes nos divertiremos… ¿é vero?

Notaba el temblor de la mujer y su fuerza al resistirse, cuanto más fuerza hacía ella, él con crueldad, más hundía su afilada hoja en la blanca piel, mientras la agarraba por la espalda.

Sin que el daño fuera mortal pero suficientemente doloroso para que supiera quien mandaba, la arrastró hasta el dormitorio y cerró la puerta.

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Ysuran


Ysuran se había quedado en el salón, él prefería ver la casa tranquilamente pero Ibelia estaba tan impaciente que fue corriendo a la planta alta, era tanta la ilusión de la mujer que se le oía correr por las escaleras y algunas expresiones de asombro.

Pasó un rato y el Pellicer que se encontraba paseando por la planta baja cuando se extrañó, hacía rato que no oía a Ibel así que llamó a gritos a sus esposa desde la parte de abajo de la escalera:

- ¡Ibel! ¡Ibel! ¿Dónde andas?...seguro que con tanta emoción se ha tumbao en la cama y ahí se ha quedado dormida... pensaba Ysuran mientras comenzaba a subir las escaleras para ir a la habitación.

Cuando llegó arriba volvió a llamar a su esposa, pero nada, ella no contestaba debía estar dormida con mucha gana, así que se dirigió a la habitación principal y abrió la puerta pero no vio nada, así que se adentró un poco más cuando se encontró a Ibel amarrada a una silla con un fino hilo de sangre seca en el cuello...

- Pero...¿Qué cojo...? comenzó a decir Ysuran cuando fue interrumpido por una daga que apareció tras de sí y le rodeó el cuello para luego pegarse fuertemente a él, la daga le resultó familiar y el reflejo en el espejo revelaba al italiano que tantas veces había intentado acabar con su vida.

- Buenas Pellicer, de esta no te escapas, ya me habeís costado muchos los valencianos, así que ve diciendome donde está el libro y despidiendote de tu adorada esposa, porque tú te vas pal otro barrio antes, que ella y yo tenemos que divertirnos aún.

Ysuran giró la cabeza para ver al italiano más de cerca, y el giro le supuso llevarse un pequeño corte en el cuello. Parecía muy claro que aquél cobarde tenía la paciencia agotada y esta vez no dudaría en quitarlo de enmedio, así que tenía que pensar algo, le daba igual morirse, de todas formas ya lo estuvo y no fue tan malo; pero la idea de ver a Ibel en manos de aquél personaje no le resultaba para nada interesante.

- Vale, te diré donde está el dichoso libro, total ya no lo necesitamos, pero sueltame un poco que no puedo hablar bien. dijo Ysuran al asaltante que lo miró dubitativo sin creerse la suerte que estaba teniendo, el valenciano por fin le daría lo que quería y encima parecía resignado a morir.

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Ibelia.jordan



Ibelia intentaba soltarse de sus ataduras, aun sentía el dolor de la herida en el cuello que Linguaccia le había provocado unos minutos antes.

El tipejo después de arrastrarla dentro de la habitación, rasgó sin miramiento un trozo de sábana y la amordazó impidiendo que gritara, luego arrancó un cordón de los cortinajes y la ató a la silla.

Ella intentaba resistirse y el italiano seguía con sus amenazas. Mientras pensaba en Ysuran la estaría buscando, pero si entraba a la estancia, seguro que caía en manos de aquel malnacido.

Estaba inmóvil en aquella silla, delante tenía a un asesino y no quería ni imaginar porque no había terminado su trabajo y la dejaba vivir, sufrir, sentir como su alegría se tornaba en desesperación.

Comenzó a oír las voces de su esposo que la buscaba. –No, ¡no entres! Pensó mientras un grito se ahogaba en su garganta sin poder salir, por la mordaza apretada con crueldad que tapaba su boca.

El italiano tomó posiciones, y cuando la puerta se abrió Ibelia intentó avisar a Ysuran con algún gesto pero solo su mirada, llena de pánico no fue suficiente.
El caballero había caído en manos de aquel malvado.

Cerró los ojos, para no verlo morir, pero cuando pensaba que ya nada podrían hacer para salvarse, un rayo de esperanza cruzó su mente al escuchar a su esposo negociando con el asesino. -Quizá esta tregua nos de alguna ventaja. Pensó. –No se como saldremos de esta, pero confío que Ysu ya está pensando en algo y con ayuda del Altísimo quizá podamos salvarnos.

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--Linguaccia


El malvado Linguaccia tenía ya a su merced, lo que había estado buscando desde que puso su pie en el Reino de Valencia.
El Pellicer bajo su acero, aunque no lo veía suplicar clemencia y eso le molestaba bastante, no le veía temblar y deseaba verlo sufrir implorante.

Matarlo, así, sin más, después de todo lo que le habían hecho pasar en Denia; ya no era un encargo sin más, ahora quería vengarse de él, ya era un asunto personal.

Había pensado mil veces en las torturas a las que los iba a someter, se había regocijado en tales pensamientos que pasaban por provocarle dolor quitándole todo lo que tenía y después matarlo de forma lenta y agónica.

- Buenas Pellicer, de esta no te escapas, ya me habéis costado mucho los malditos valencianos, así que ve diciéndome donde está el libro y despidiéndote de tu adorada esposa, porque tú te vas al otro barrio.
Hizo una mueca desagradable y provocadora y continuó. - Antes ella y yo tenemos que divertirnos.

- Vale, te diré donde está el dichoso libro, total ya no lo necesitamos, pero suéltame un poco que no puedo hablar bien. Dijo Ysuran.

El sorprendido bandido no daba crédito a la frialdad demostrada por el exgobernador ¿acaso no lo tomaba en serio? Su furia se elevaba por segundos y el nerviosismo y la impaciencia afloraba en él.

-No solo me darás el libro, también el tesoro que contenía y no quiero juegos que se como las gastáis. Ya tengo bien callada a la fiera pelirroja, mírala como me está esperando. Reía con desagradable gesto y miraba a la dama de arriba a abajo.

-Ahora camina hasta donde lo tienes escondido.
Aflojó un poco la presión con la que sujetaba al Pellicer, para que le condujese hasta el botín.

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Ibelia.jordan


Ibelia abrió los ojos y contempló la escena, sufría por su esposo pero confiaba ciegamente en él, con su inteligencia y habilidad seguro que la sacaba de ese desagradable trance.

Los gestos que el asesino le dedicaba eran nauseabundos y deseaba la muerte antes de verse en sus manos.

Hacía todo lo posible por desligarse de la presión de las cuerdas que la tenían inmóvil en aquella silla de la tortura. El dolor de su herida era soportable y solo pensaba aflojar un poco y conseguir uno de los cuchillos que siempre llevaba escondidos en el doble fondo de piel de la caña de sus botas.

Aprovechaba que el bandido estaba pendiente de los movimientos de Ysuran mientras le daban la espalda y caminaban hacia la puerta, Ibel pensaba -No sé que tesoro es ese que el italiano cree que escondemos en el famoso Libro, solo historias fantásticas y mapas extraños aparecen en él. ¿Y por esa quimera estamos a punto de morir? Concentrada en su pensamiento, su mano derecha consiguió aflojar un poco la cuerda a base de los movimientos rotatorios y la fuerza que con toda su alma empleó en ello.

El dolor de la carne quemada por el cordón del cortinaje al rozar su piel con aquel movimiento mecánico y continuo, no le importaba. Sentía el escozor por el roce. Pero su mano al poco se veía libre.

Con disimulo la dejó en su posición detrás del respaldo de la silla. A la vez que intentaba deshacer el otro nudo para acceder, en un descuido de Linguaccia a las armas que mantenía escondidas.

-No puedo hacer ningún movimiento brusco.
Pensó -No quiero poner a Ysuran en peligro.
Usaré el cuchillo para defenderme y en última instancia para quitarme la vida antes de que ese bastardo me ponga la mano encima.

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Ysuran


Ysuran salió de la habitación seguido de Linguaccia y se dirgió a un pequeño aparador que haía en pasillo, junto a él dijo:

- Pues creo que estaba aquí, si el arquitecto no ha cambiado nada de sitio, el libro debe andar en este pequeño cajón.

Entonces abrió un poco el cajón y comenzó a rebuscar, cuando notó que Linguaccia había bajado la guardia, el Pellicer sacó el cajón de golpe del aparador, giró sobre si mismo y golpeo fuertemente con él en la cabeza al asaltante, que cayó al suelo un poco desorientado pero que en el camino había dado un par de tajos con su daga a Ysuran provocandole una herida que en ese momento por la euforia y la adrenalina no notaba doler.

Aprovechando la situación Ysuran cogió del cuello al italiano con la mano derecha inciando así un forcejeo donde usaba la zurda para esquivar los golpes de daga que le propinaban, pero al ir sin guante y con camisa de lana poca defensa tenía y el brazo izquierdo se le iba llenando de tajos desviados.

En la pelea volvieron a la habitación donde Ibel seguía sentada en la silla contemplando la escena, Ysuran se detuvo a mirarla alegrandose de que estaba bien y cuando notó que su contrincante dejaba de hacer fuerza lo soltó para ir a desatar a la mujer, al llegar y verla dijo con una sonrisa:

- Vaya pelirroja, desde luego no eres una mujer en apuros.

En este acto Linguaccia pretendió huir de la habitación, pero Ysuran ya cansado de tanto intento de asesinarle dio una patada a la silla donde había estado sentada su esposa y golpeó con ella al "asesino". Después tomó la cuerda que había amarrado a Ibel y bajo su mirada se dirigió al que estaba en el suelo acariciandose el golpe que le había producido la silla, lo cogió del cuello de la camisa y lo arrastró hasta el balcón.

El esbirro que conocía ya al Pellicer sabía que era de naturaleza bonachón y como mucho lo ataría a balcón y llamaría a la policía para que lo detuviesen y entonces ya se escaparía, por lo tanto no hizo esfuerzo ninguno en tratar de escaparse ahora y se dejó arrastrar. La cosa se puso fea cuando observó que Ysuran hacía con la cuerda un nudo de horca y se lo colgaba alrededor del cuello, desde luego aquello no entraba en sus planes y se puso en pie para tratar de volver a escapar.

Ysuran lo dejó levantarse y cuando vio que el italiano trataba de irse le dedicó una sonrisa cruel y fría, una sonrisa que jamás había esbozado él y que sólo la recordaba en su difunto padre Adolfo, sobre todo el día que lo hizo perder todo. Con aquellos pensamientos en la cabeza Ysuran dijo:

- Se acabó, colmaste mi paciencia, tuviste oportunidad de irte y no la quisiste, pues ahora te doy un billete para que marches con la criatura sin nombre o con el altísimo si se apiada de tu alma.

Con estas palabras dio una fuerte patada en el pecho del maleante precipitandolo al vacío desde el balcón, la caída fue silenciosa y seguida por un leve crack que hizo el cuello del italiano al romperse por la fueza de la cuerda y la caída. Después Ysuran se asomó al balcón, aún con aquella sonrisa, observando el cuerpo sin vida colgando y agitado por el suave viento de verano.

Al poco todos los dolores de los tajos recibidos hicieron mella de golpe en Ysuran, que vio preocupado como uno de ellos casí le había arrancado el dedo meñique de su mano izquierda y que posiblemente ese no tendría salvación, otros los había recibido en el costado y manaban sangre. Ante esta visión, la pérdida de sangre y el abandono de fuerzas en el cuerpo que sufrió cayó desplomado al suelo del balcón bajo la vista incrédula de su esposa, de la cual lo último que recordaría antes de perder la conciencia era su voz llamandolo a gritos de preocupación.

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Ibelia.jordan



Ibelia, en el momento en que el italiano le dio la espalda empezó a aflojar sus ligaduras, en pocos segundos ya estaría liberada, pero no se movió de la silla, debía seguir disimulando por el bien de su esposo que bajo las amenazas y el sable del indeseable aquel, estaba alejándose en busca del supuesto botín. Ella se imaginaba que algo tramaba Ysu y a los pocos segundos oyó un fuerte ruido acompañado de golpes y ruidos de pelea.

Los dos hombres volvieron a la habitación enzarzados en una lucha en la que la fuerza de Ysuran y la cuchilla del italiano se cruzaban con gran peligro para su esposo que ya sangraba por su antebrazo izquierdo, mientras con la mano derecha agarraba al otro del cuello de forma violenta hasta que el italiano dejó caer su sable y pareció desfallecerse.

Ysuran se acercó a ella, que se levantó al momento de la silla, se quitó la mordaza, mostrando a su esposo que estaba bien. Al verla le dijo con una sonrisa:

- Vaya pelirroja, desde luego no eres una mujer en apuros.

Pero al ir a acercarse para ver las heridas del caballero, este que continuaba en trance por la pelea, dio una descomunal patada a la silla que llegó hasta Linguaccia que intentaba huir de la habitación.
Los acontecimientos que siguieron después, sucedieron tan rápido que Ibelia le costaba procesarlos en su mente.

Ysuran como poseído por el espíritu de la ira, agarró por el cuello al pirata y lo arrastró por la habitación, ella contempló la escena paralizada. Salieron al balcón donde Ysuran amarró la soga al cuello de Linguaccia y con una patada lo precipitó al vacío. Ella poco pudo hacer, cuando llegó hasta ellos.

Por mucho que miraba a su esposo, éste parecía no verla, al acercarse a él, gritando su nombre, se asustó al ver como sus ojos se ponían en blanco y caía al suelo desmayado.

Lloraba, lo llamaba nerviosa, ponía sus manos temblorosas sobre las heridas del caballero por las que manaba la sangre. -¡Ysu! ¡Esposo! Gritaba y mientras. Intentó taponarlas con la tela que le había servido de mordaza que aun llevaba en la mano.

Oía como de la calle llegaba un murmullo de gente gritando seguro que pronto estarían allí los criados y la ayudarían. Les gritó desde allí.

-¡Traigan un médico! ¡Mi esposo esta malherido! ¡Rápido que venga alguien a ayudarme!
Al poco tiempo la casa se llenó de gente y un médicó atendía a Ysuran.

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--Linguaccia



Linguaccia no esperaba que ese fuere su último día, al despertar.
Cuando la dama encapuchada de negro le daba la mano para llevarlo a los infiernos de los que ya nunca regresaría; se percató de que aquel había sido su último aliento, al mirar a sus ojos vio oscuridad en sus cuencas vacías.

En unos minutos su suerte había cambiado , cuando creía tenerlo ya todo en su mano, la fortuna del Pellicer, el Libro, su esposa y su vida. El hombre se revolvió como una serpiente y como si fuese otro hizo que cayese por el balcón colgado del cuello.

En esos pocos segundos, su vida pasó por delante a ritmo frenético.
Lo último que pudo ver, los ojos del Pellicer inyectados en sangre medio cuerpo chorreando, la mano y el antebrazo con las heridas que un momento antes le infringía. Y la brutal patada que le dejo unos momentos sin respiración, volteando su cuerpo y arrojándolo al vacío.

La habitación, arrastrado del cuello hacia el balcón, una silla volando un gran golpe, la Pelirroja atada y el dolor de su cuello; asfixia y su cuchilla dando mandobles.
Un fuerte golpe en la cara, dientes partidos y aturdimiento.
Después rostros sangrientos, palizas, espadas, cuchillos, sangre heridas dolor y la nada.

El italiano dejó de existir para el mundo de los vivos. Le esperaba el infierno. Su cuerpo colgaba del balcón de la casa, bajo las miradas atónitas de los criados y todo el vecindario que se arremolinaba en torno suyo. Los gritos de Ibelia llegaban hasta la calle.

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--Medico.


El médico andaba en su consulta en la hora del descanso mañanero cuando una criada de la Casa Pellicer i Jordan entró acelarada en la consulta gritando:

- Señor corra, venga conmigo, una pelea...el señor Pellicer...muerto...el balcón

El doctor sin entender nada y asombrado por lo que parecía que contaba la criada preparó su bolso y salió rápido a la casa seguido de su joven ayudante.

En la casa la criada lo llevó hasta la habitación principal donde se encontró a la señora Jordan sujetando a su marido rodeando de sangre y en el balcón seguía el cuerpo que había podido ver al acercase a la casa.

- Buenas señora Jordan, ya estamos aquí no se preocupe, veremos que podemos hacer por su esposo. dijo a Ibelia el médico mientras hacía señas al ayudante para que pusiera el cuerpo del desfallecido en la cama. Después miró a la criada y le dijo:

- Trae agua, lienzos limpios y una olla con brasas...vamos que no tenemos todo el día.

La criada salió corriendo de la habitación y el médico se acercó al Pellicer a hacerle una inspección, la mayoría de los cortes eran poca cosa, mucha sangre pero no supondrían mucho problema, aunque había dos que le preocupaban, uno en en el dedo meñique izquierdo que por la pinta que tenía habría que cortar el dedo y otro en el costado izquierdo que parecía bastante profundo.

Lo primero que hizo fue comprobar la profundidad de ese corte en el costado, para ello metió el dedo en la herida y se alegró al ver que sólo una par de centimetros se adentraba aquello en el cuerpo del Pellicer y que además no salía aire por él, lo que significaba que el pulmón andaba correcto y sin daño. Así que mientras la criada venía con lo que le había pedido introdujo una venda en la herida para taponar la salida de sangre.

Por fin la criada llegó con lo encargado, con el agua limpió la sangre de los diversos cortes, puso ungüento y los vendó. Luego volvió sobre el corte del costado, sacó la venda y tras ver que la sangre ya no brotaba fuertemente se decidió a cerrar aquél tajo, para ello calentó una aguja en la olla, pequeña y de cobre donde estaban las brasas que trajo la criada, y con ella dio un par de puntos a la herida. Acto seguido apolicó el mismo ungüento que en las demás y con ayuda de su compañero vendó al herido por el costado.

Finalmente miró a Ibelia y le dijo:

- Tengo una mala noticia que darle señora Jordan, este último corte ha dañado el dedo del señor de forma bastante grave y la unica manera de arreglarlo es cortarle el dedo. Así que con su permiso procederé a ello, por favor salga de la habitación, no me gusta que los familiares anden cerca en una amputación por pequeña que sea.

Cuando la señora Jordan hubo salido de la habitación, el médico sacó un cuhillo de su bolsa y dijo a su ayudante:

- Mientras yo me encargo de esto, tú sube a la habitación al que cuelga del balcón, no creo que nadie lo reclame y es nuestro deber certificar que ha muerto y llevarnoslo luego al depósito.

El ayudante obedeció sin rechistar, mientras el médico calentó el cuchillo en las brasas y con un golpe seco cortó el dedo al heerido. Después volvió a calentar el cuchillo hasta que se puso rojo y lo acercó con fuerza a la herida para cicatrizarla; finalmente le vendó la mano, guardó el dedo en un tarro de su bolsa e hizo llamar a la esposa del paciente.

- Señora Jordan, las heridas ya están arregladas, pero por la pérdida de sangre tardará en despertarse uno o dos días, le recomiendo que mojé sus labios con zumo de naranja, para que le devuelva un poco el color a vida y cuando se despierte obliguelo a beberse una jarra entera de zumo aunque no quiera...y sin más que decir nosotros nos marchamos, no hace falta añadir que si empeora debe avisarnos.


El médico inclinó la cabeza ante la dama y salió por la puerta de la habitación seguido de su ayudante que cargaba con el cuerpo sin vida de Linguaccia. El joven antes de salir dijo a Ibelia:

- Señora, este papel se le cayó al muerto al subirlo, como ya no lo necesitará se lo dejo a vos por si le sirve para identificarlo y explicar lo sucedido a las autoridades.


Dicho esto salió tras su jefe, dejando a la señora con la criada junto a la cama donde estaba el marido.
Ibelia.jordan



Ibelia desesperada gritaba para que alguien acudiera en su ayuda, mientras intentaba taponar las heridas de Ysuran con sus manos, la sangre de su esposo manaba a borbotones dejando un charco cada vez mayor.

Lo llamaba entre lágrimas pensando que ella podía haberlo impedido de alguna forma, se sentía culpable por no haber actuado, por haber permitido que aquel maldito hiriera al padre de sus hijos.

-¡Ysu, no nos dejes! ¡Vuelve! Te pondrás bien ya veras. ¡Mírame, por favor! Decía abrazando el cuerpo inerte de su esposo, empapada en su sangre.

Los acontecimientos se sucedieron con rapidez después de que empezaran a llegar los criados y el médico que la apartaron y llevaron a su esposo al lecho para examinarlo y hacerle las primeras curas.
Ella estaba desesperada y no sabia que podía hacer. Cuando el médico acabó se dirigió a ella para hablarle.

Ibelia asentía en silencio a lo que el galeno le decía sin llegar a comprender sus palabras.
Todo era como un mal sueño. Una pesadilla en la que los acontecimientos le eran ajenos, solo pensaba lo que pudo hacer y no hizo, en que era la responsable del estado de Ysuran que estaba al borde de la muerte.
¡Que iba a perder un dedo, una amputación! No se lo iba a perdonar nunca, no podría mirarle a la cara después de esto, ¿como se lo explicaría?

Dejó la habitación cuando el médico se lo ordenó pero seguía postrada ante la puerta, una criada la sujetaba para no caer desfallecida.
Llegó otra de las mujeres del servicio y entre las dos la llevaron a otra estancia para adecentarla, pues era lamentable su aspecto, bañada en sangre, su pelo enmarañado y el rostro cubierto de lágrimas.
Llevaron una jofaina con agua tibia y un paño, una comenzó a limpiarle la sangre y la otra mientras le cambiaba el vestido.

Ibelia se dejaba hacer como una niña. Su único pensamiento estaba al lado de su esposo, quería volver junto a él pero a la vez, tenía miedo de enfrentarse a su mirada, sabiendo que no había hecho nada por salvarlo.

-¡Llamen a mis hijos! ¡Qué salgan a avisarles de que su padre yace moribundo!
¡Que vengan en cuanto puedan!
Les dijo, con lágrimas en los ojos a las mujeres cuando acabaron de limpiarla y vestirla.

Una de ellas peinó con suavidad sus rojos cabellos y se los recogió en una redecilla sujetándolos con unas horquillas. Al verse reflejada en el espejo del tocador, sintió una tristeza infinita por sentirse sola. -Tengo que volver a su lado; haré todo lo posible para que se recupere. No puede verme así cuando despierte. Pensó con determinación, secándose las lágrimas. Guardando la compostura como era habitual en ella.

Avisaron de que el médico la llamaba y sin perder ni un segundo se levantó, salió de la habitación y volvió al dormitorio donde su esposo yacía moribundo.

Atendió las explicaciones del médico y dio orden a la criada de que subiera el jugo de las naranjas sanguinas que ella había recolectado de sus propios frutales.
Recogió un papel doblado que le dio el ayudante metiéndolo en un bolsillo del vestido, sin ni siquiera mirar, pues su prioridad estaba en la cabecera junto a su esposo ahora malherido.

Lo contemplaba tan pálido y dormido como muerto; no pudo evitar tocarlo, rozó con sus dedos muy suavemente su rostro, asegurándose de que conservaba el calor, a pesar de haber perdido el color. Sus labios rozaron su frente con gesto maternal, para comprobar que la fiebre no aparecía.

Tomó un fino lienzo y lo empapó en el jugo de naranja; con suavidad lo acercó a la boca entreabierta de su esposo mojando sus labios, haciendo que las gotas del líquido no se derramasen.

Estas acciones las repitió día y noche como un ritual, sin despegarse de la cama, sin dormir, ni comer, apenas hablar. Solo deseaba que Ysuran despertase.

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Ysuran


Pasaron varios días con sus noches, Ysuran seguía igual, sólo de vez en cuando abría un poco los ojos pero duraba poco hasta caer otra vez en ese mundo de sueños donde revivía su vida.

Una de esas noches Ysuran seguía en le lecho, pero el sueño no fue un recuerdo que ya tuviese; se veía él en su habitación en el castillo de Huesca donde creció y junto a él una figura oscura, de la que solo se veía el brillo de sus ojos grises.

La figura lo miraba directamente sin mediar palabra hasta que al fin se inclinó un poco y pudo reconocerlo gracias a la luz de la vela que había en una pequeña mesita junto a la cama, era Adolfo, su padre, que lo miraba intensamente con una mueca de sonrisa dibujada en el rostro, así quedaron ambos hasta que un niño apareció por la puerta y Adolfo habló:

- Ven hijo, quiero presentarte a una persona...el niño obedeció y se acercó al padre del Pellicer sin rechistar, luego este continuó diciendo....este que está en la cama, eres tú de mayor, miralo bien, pues algún día serás como él, aunque espero que mejor...el niño asentía sin decir palabra, con una mirada gris como la de su padre y burlona ante el que estaba tumbado en la cama.

Ysuran (el grande), se sintió ofendido ante tal mirada y replicó con dureza a su padre y al niño que no sabía que en pocos años iba a acabar desheredado y cambiando aquél cálido cuarto por unas barracas con el resto de siervos de la casa:

- No sé que veis de malo en mi persona, mejor vida que la tuya tengo que apartarás a tu hijo de tu lado cuando él demuestre lo que tú no sabes que existe, compasión.

Adolfo miró a su pequeño con una sonrisa y después volvió una mirada fria hacia Ysuran diciendole:

-Pardiez!, que sigues tan inútil como de niño, pensé después de verte tratar al italiano que esa tontería se te habría quitado de la cabeza...la compasión la tienen los débiles que esperan que algún día la tengan con ellos y los plebeyos que se esconden tras tales artimañas para demostrar una nobleza que no pueden ostentar...pero el verdadero hombre se ríe de esa "compasión", pues sabe que el enemigo nunca la tendrá y el noble no la necesita, es mejor que el resto de los que le rodean. Dio un largo suspiro y antes de escuchar al Pellicer le dijo:

- Un noble solo debe conocer una cosa: obediencia a su rey, porque sea mejor o peor, tu rey es tu rey....y ahora dime, tuviste compasión con el italiano cuando lo ahorcaste, si incluso disfrutaste con ello.

Ysuran recordó a Linguaccia cayendo por el balcón, el sonido de su cuello al partirse y la sonrisa en su propio rostro antes de caer desmayado. Después del recuerdo miró a su padre y respondió:

- Él se lo merecía, muchos problemas había dado ya y nunca aceptó la derrota...Y yo te pregunto ¿Qúe tiene ver tanto rollo de nobleza conmigo? Si como bien sabrás no soy noble, así que como plebeyo tengo que tener compasión. El de Segorbe se incorporó un poco en la cama para ser más desafiante a su padre quien sin prestarle atención miró hacia la ventana y al pequeño Ysuran que jugaba con una espada de madera, tras un rato volvió su vista al que estaba en el lecho y dijo:

- Eso es lo malo, eres un simple plebeyo y te conformas con eso, pero bueno tu visita se acaba ya, debes volver y creo que no he conseguido lo que pretendía...eres tan terco como una mula vieja y por lo que veo moriras bonachón, predicando compasión...pero espero que eso a tu esposa no le importe, porque ella es consejera real, se codea con gente como lo fui yo, ¿Cuánto crees que tardará en querer lo que tú ves como una meta pero que no esfuerzas en cumplir? dicho esto dio un empujón a Ysuran que cayó en la cama de golpe.

Poco después el de Segorbe volvió a despertar, esta vez estaba en su casa en el Reino de Valencia, junto a él su esposa, tan pelirroja como siempre, pero con signos de cansancio en su rostro y que parecía estar en duerme vela...Ysuran no quiso despertarla y dio un vistazo a la habitación, la boca le sabía a naranja y pronto encontró el vaso con zumo en la mesa. Por el balcón entraban los primeros rayos de luz de un día nuevo, a saber cuantos llevaba él allí.

volvio a mirar a su esposa que parecía despertarse y decidió hacerse el dormido, nunca estaba de más disfrutar de algunos cuidados antes de volver a su vida y las últimas palabras de su padre volviesen para turbarle la mente.

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Ibelia.jordan



Ibelia seguía las indicaciones del galeno sin separarse del lecho en el que su esposo deliraba agitadamente, había estado a su lado siempre en los buenos y en lo malos momentos y seguiría haciéndolo como era su deber tal como se comprometieron en el día de su boda.

Notó que Ysuran se agitaba más de lo habitual y se incorporó de su asiento para comprobar que la fiebre no había subido, le acercó el paño con el zumo de naranja y vió como la respiración del caballero se normalizaba.

Respiró aliviada, parecía que lo peor había pasado, ahora debería enfrentarse a las explicaciones y disculpas que le debía al caballero por no haber podido hacer más por él en esos momentos de confusión y pelea.

Pensaba en voz alta dirigiéndose a su esposo al que creía dormido.

-Ysuran, mi esposo amado, siento lo que pasó. . . tenía que haber resistido mejor el ataque, ya sé que no tengo disculpa, no debería haberme pillado por sorpresa. No tenías que haber sido su presa por temor a mi daño. Ibelia hablaba mientras acercaba el zumo a los labios de Ysuran.
-¿Podrás perdonar mi torpeza? Le decía en susurros mientras acariciaba su rostro.


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Ysuran


Ysuran oía cada palabra de su esposa y se le clavaban como espadas, como ella podía pensar eso, lo sucedido fue un accidente y ella obró como debía hacerlo si hubiese hecho otra cosa lo mismo la pelirroja o el mismo Ysuran no estarían allí para contarlo.

Así que esperó un poco y cuando notó que Ibel se acercaba a darle más zumo, que ya le podían haber recetado vino, usó su brazo derecho para atraerla hacia él y dandole un beso cálido en los labios. La sorpresa hizo que el zumo se derramase por la cama pero daba igual, el de Segorbe tenía lo que quería, mucho mejor un buen beso de la pelirroja que mil zumos de naranja ya fuesen de oro.

Después, cuando se separaron, Ysuran dedicó una sonrisa a Ibelia y le dijo:

- Cielo, no te pongas triste, que hiciste lo que debías y lo que era más seguro para los dos.

El Pellicer acarició un poco el pelo de su esposa, luego miró a la cama y dijo con una sonrisa:

-Ibel, te importaría ayudarme a levantarme, la cama está mojada de zumo y yo tengo ganas de pasear un poco contigo, así me cuentas cuanto tiempo llevo dormido y que ha ocurrido en ese tiempo.

Dicho esto, dejó que Ibel escapara de su abrazo para que así pudiese ayudarlo a salir de la cama, porque el brazo izquierdo apenas podía moverlo y el costado también le daba punzadas cuando trataba de incorporarse solo.

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