Arturo estaba sentado en la piedra del interior del cercado, disfrutando de un maravilloso día primaveral. La luz era más brillante de lo normal y los campos estaban pintados de mil flores diferentes, en el aire, el aroma a hierba mojada lo impregnaba todo.
El vaquero sonreía por su suerte, sus vacas estaban gordas y tenía tanta leche que tenía que repartirla en un carro tirado por bueyes que conducían varios ayudantes suyos.
¡Todo era tan maravilloso!. No le extrañó ver como un arco iris de seis colores se posaba en su prado. Melosa emprendió entonces una carrera hasta la base del arco iris y comenzó a subir por él, como si de una rampa se tratase.
El joven se rascó la cabeza con incredulidad.
"Los antiguos tenían raçón... se puede subir por los arco iris"-murmuraba para él.
Arturo fue presto a por su vaca más preciada que, inexplicablemente, subía por el arco iris mucho más deprisa de lo que la había visto correr nunca. Al poco de comenzar a subir se dio cuenta de que nunca la cogería, pues ahora la silueta del bovino era solo un punto sobre el arco. Decidido a llegar al final y buscar a su vaca, Arturo corrió por aquel puente sin mirar atrás hasta llegar a algún sitio de tierra blanca.
Una puerta se encontraba al final del arco iris y guardándola estaba un hombre bajito con pústulas en la cara.
A Arturo no le importaba lo desagradable de aquella figura, solo recuperar a su vaca, así que, se dirigió al hombre y le preguntó educadamente:
"Disculpad, buen senyor. ¿Non habréis visto una vaca por aquí? Se llama "Melosa" e es mía"El guardián de la puerta se encogió de hombros.
"Por aquí pasan muxas vacas... Non sabría si la vueça habrá pasado. Mas sabed c'aquí las vacas non son propiedad de nadie, los senyores de la tierra son también vacas aquí"-aseveró el hombre de las pústulas.
Arturo no entendió nada de lo que decía aquel hombre, así que entró por la gran puerta y se puso a buscar a Melosa. El aire era mucho más frío allí dentro y había cierta sensación de desasosiego difícil de describir.
De repente y como saliendo de una neblina, vio aparecer cientos de vacas, pero ninguna era Melosa, todas lucían esqueléticas y enfermas. Algunas de ellas esputaban bilis y sangre por sus bocas, entonces el vaquero supo que no debía estar allí.
El Cuidador del rebaño era una figura monstruosa, un demonio idéntico al que tantas veces había visto en la fachada de la iglesia de Xàtiva.
El joven setabense tragó saliva y dijo al pastor:
"¿Sabéis d'una vaca que se llama Melosa?"El demonio paró un momento, sacó un largo pergamino y comenzó a leer nombres que no parecían de vacas, si no de personas.
"Tú debes ser..."-se detuvo un momento el demonio comprobando la lista-
"¡Arturo de Xàtiva!-dijo con voz chillona.
Arturo asintió.
El demonio prosiguió leyendo en voz alta lo que decía el pergamino:
"Has mentido, robado, herido a gente, defraudado a muchos, engañado a tus amigos, guardas deseos impuros con la hija del cura, no vas a misa dos veces por semana, gritaste al Padre Dimirio... la lista es larga"El vaquero negó con la cabeza y dijo enfadado:
"Muchas d'aquestas cosas non son çiertas. Si robé non lo sabía, si engañé a mis amigos...". El demonio sonreía cuanto más enfadado veía a Arturo.
El demonio aseveró con su voz chillona.
"La cólera os pierde siempre, Arturo el pecador, normalmente nadie me ayuda en mis quehaceres pero vos soys experto en vacas e si me ayudáis puede q'os devuelva a Melosa"Cuando Arturo escuchó el nombre de su vaca, su ira desapareció y decidió ayudar a aquel ser vil.
Las tareas que le encomendaron eran tediosas y repetitivas. Algunas vacas tenían jirones de ropas, otras portaban espadas en el lomo y las menos cadenas en el cuello; el vaquero debía quitarle todos los objetos y apilarlos en un rincón.
Una vez hubo terminado, llevaron a las vacas a un gran taller donde las sacrificaban detrás de un pared hecha de oro. A Arturo no le gustaba estar allí pues aquellas vacas chillaban como personas cuando las estaban matando, el vaquero cada vez se encontraba peor.
"¿Cuándo podré irme?- dijo el joven al demonio-.
El demonio respondió:
¿A dónde quieres ir, Arturo? Sabes dónde estás, ¿verdad?Arturo entendió las palabras de la bestia en seguida, ¡aquello era la luna!. Cuando se fue a llevar las manos al rostro para gritar de desesperación vio que sus manos se difuminaban y se convertían en pezuñas de vaca y entonces despertó.
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La habitación olía a humo y, por la tenue luz que caía a los pies de la ventana, acabaría de amanecer.
Arturo se encontraba misteriosamente bien y al entreabrir los ojos pudo ver la razón. Tenía el cuerpo cubierto de mantas, un recipiente humeante cerca de la cara y los pies muy calientes.
Pero lo que más le reconfortó era ver a sus amigos sentados encima de una manta en el suelo, uno apoyado en el otro.
"He pasado una noxe terrible, mis senyores, mas ya terminó. He sonyado..."-se queda un momento pensativo-.
"...con vueças merçedes e todos éramos muy feliçes"-dijo el vaquero haciendo un esfuerzo para olvidar lo que realmente soñó-.
"Mas... ¡cómo están aquí vueças merçedes!... ¿Non tienen cosas más importantes que façer que venir a ver aqueste humilde vaquero?"-dijo sonriendo tímidamente.
"Os agradeçco todos los cuidados que me han reportado vueças personas, otros hubieran temido venir aquí"Arturo se levantó tras tomarse el caldo y se dirigió con vacilación a dar de comer a sus reses agradeciendo muchas veces los cuidados recibidos
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