Afficher le menu
Information and comments (0)
<<   <   1, 2   >>

[RP] Más come la vaca en una lenguada...

--Hernan


Desde la distancia, al otro lado del camino, apartado para no incordiar el paso a los transeúntes, observaba inmóvil sobre su montura, un equino pardo de raza alemana. La bruma que agarraba aquella tarde a las laderas de Játiva le hacían poco visible.

A pesar del frío y de la llovizna, permanecía allí sin inmutarse; mirando fijamente al vaquero en su manso trato a sus vacas. De vez en cuando éste le miraba intranquilo, claramente su presencia no le transmitía quietud alguna.
--Tacito


Caía ya la tarde y el sol se hallaba muy próximo a su ocaso, aunque aún quedaría tal vez algo menos de una hora hasta que desapareciese por el horizonte, y algo más de tiempo de luz.

El hombre, algo encorvado pero alto, rostro con ciertos rasgos aguileños, nariz profusa y barbas medias -hacía tiempo que no se afeitaba- caminaba a su habitual ritmo rápido y ágil por la calle polvorienta. Por su aspecto se le echarían más años de los que en realidad tenía, por sus movimientos se le restarían unos cuantos a los que le correspondía.

Con su única compañía permanente: el bastón, alcanzó pronto su objetivo. No en vano había escogido ese momento del día, bajo recomendación de su emisor. Le había dicho "Id antes de que sea de noche; pero tarde, para que haya acabado con sus tareas".

Con un firme movimiento de brazo golpeó con el bastón la puerta de la cabaña.
Arturo_cascos


Cuando Tácito golpeó la puerta esta se entrabrió y pudo verse que estaba partida en dos mitades, la de abajo permanecía fija, sin duda para evitar que las alimañas pudieran pasar al hogar de Arturo.

"¿Quién va?"-dijo una sombra que se movía hacia la puerta.

Arturo recordó que el alcalde le anunció la llegada de un amigo suyo y que tenía que tratarlo muy bien. Viendo el aspecto ilustrado de aquel señor no tuvo dudas.

"¿Venís de parte del senyor alcalde, cierto?"-Dijo el joven apoyándose en el marco de la parte interior de la puerta. "Sed bienvenido, pues"-dijo con una franca sonrisa en el rostro.

Arturo abrió la puerta, cogió todo el equipaje que pudo del invitado y corrió por la estancia sin muebles. Mostró a Tácito una esterilla dónde podía sentarse la lado del fuego y sacó de la chimenea un viejo puchero del que emanaba un aroma a carne cocida con verduras.

Partió la que iba a ser su ración en dos, dejando a Tácito el cuenco de madera y comiendo él directamente del cazo. Y se aproximó a la alberca de dónde sacó agua para los dos. El vaquero iba nervioso de un lado para otro intentado demostrar mucha hospitalidad a pesar de las carencias evidentes que tenía en su hogar. Cuando pensó que el invitado no podía tener ninguna necesidad, se sentó al otro lado de la estancia en el suelo y dijo: "Bueno... ¿Cuál es el motivo de vuesa visita, senyor?"

_________________
--Tacito


-¿Quién va? - se oyó desde el interior de la cabaña. Una sombra se dirigía hacia la ya muy tenue claridad que se proyectaba desde el exterior.

Tácito no contestó en seguida, más bien no contestó nada. Cuando el rostro del vaquero pudo distinguirse por fin se notó poco sorprendido: -¿Venís de parte del senyor alcalde, cierto? -preguntó mientras terminaba de abrir el segundo batiente de la puerta; sólo respondió el silencio-. Sed bienvenido, pues. - Ninguna palabra, nuevamente, fue lo único que obtuvo Arturo por respuesta del hombre cubierto de lanuda capa verde parda. Haciendo buena acogida del ofrecimiento, Tácito pasó a dentro y se acomodó en el lugar indicado por el joven vaquero.

Ya sentado puso su manos calentar cerca del fuego, peor no con el celo y afán propios de cualquiera que hubiese estado expuesto a tanto frío, sino con suma y meditada calma; como si no tuviera prisa en volver a calentar sus dedos. Cuando Arturo, como inigualable anfitrión en tales circunstancias, ofreciole el plato de comida cyo aroma impregnó todo el espacio de la humilde choza, él lo apartó de sí; no con menosprecio o mal gesto, sino dando a entender que él no tenía necesidad ninguna de comida y que Arturo podía tomarse las dos raciones, que no eran en realidad más que una.

El silencio parecía hacerse cada vez más intenso y más pesado, sólo roto ocasionalmente por el ruido de los cacharros que manejaba Arturo llevando cosas de un lado para otro, y luego sólo por el ruido de la cuchara en el plato.

-Bueno... ¿Cuál es el motivo de vuesa visita, senyor? -no cabía duda de que una real curiosidad había desempeñado un papel importante a la hora de hacer esa pregunta, pero no menos fue la causa la incomodidad cada vez mayor que debía estar sintiendo el vaquero ante tal huésped que parecía mudo (y lo raro fue que no le preguntase si lo era)-.

Otro largo rato de silencio siguió a la pregunta. Sólo cuando Arturo pensaba que no iba a decir nada en todo el tiempo que estuviese allí habló Tácito:

-Os agradezco la vuesa hospitalidad, maese Arturo. Bien me habló Don Ilionm de Vos e non andaba confundido, por lo que ver he podido -hizo una pausa, que a Arturo se le hizo eterna-. Es posible, probable diría yo, ca non sepáis la causa e motivo de la mía visita -miró a los ojos de su interlocutor y confirmó sus sospechas-. Non será, çertamente, la única visita ca os faga; d'agora en adelante todos los días a esta hora, quitando los Domingos, día del Supremo Hacedor -dijo estas palabras con firme voz y semblante casi rigido de orgullo y poniéndose en píe se santiguó de extraña manera-, e los miércoles; pues bien a mis oídos ha llegado ca soys Vos hombre devoto del Altíssimo e ca gozáis de ir piadosamente a los ofiçios... -Aquí pareció que se perdía en sus palabras, peor en realidad Tácito pensaba extremadamente bien todo cuanto decía; pasó otro largo tiempo hasta que volvió a hablar- He venido a instruiros, maese Arturo - la cara del vaquero en este punto tornose en un poema-. Acometeréis conmigo la noble arte del saber e l'aprendizaxe, adquiriréis las muy neçesarias dotes ca habréis de preçisar en el futuro. Aritmética, geometría, poesía e literatura; latín e griego antiguos, e non las escuálidad e nefastas versiones que los "doctos" hablas desas nobilíssimas lenguas; también Historia e política, retorica e quanto veda neçesario en para Vos -hizo una nueva pausa-. Don Ilionm asumirá los costes de vuestro aprendizaxe, con la única premisa de ca aprovechéis todo quanto se os ofresçe. Non en vano bien él sabe quánto lo neçesitais, e ca os es muy menester para acometer la grand empresa en que os halláis embarcado -el semblante de Arturo, en este punto, blandía ya entre el horror y la estupefacción-, que non es alotra que la de gozar de tan noble muxer et de la más alta alcurnia -cualquier otro hubiera dicho esto con alguna sonrisa complice o algun tono jovial que denotase picardía, sin embargo Tácito lo pronunció d ela manera más frígida posible-; e resultar a bien ante lo oxos de sus progenitores. E bien, ¿aceptáis el dono del Bracaleone?
Arturo_cascos


¿aceptáis el dono del Bracaleone?.

Arturo se quedó mudo procesando todo aquello, pero como aquel erudito le miraba esperando una respuesta asintió, sabiendo que el señor alcalde no podía querer "nada malo para él".

"Os agradezco las molestias de haber venido hasta aquí, noble senyor, gustoso intentaré aprender... todo aquello que habéis dicho"-dijo intentando hacer memoria de todo- "mas ruego me disculpe vuesa merçed si non fuese el mexor de los discípulos pues soy de cortas entendederas e poco seso, pero prometo dedicarme en cuerpo e alma a aprender."


_________________
Arturo_cascos


La sensación de frío era intensa en el valle, no solo por la temperatura sino porque el viento soplaba fuerte del norte. El sol no había salido todavía, pero Arturo ya estaba en pie mirando sus vacas. Y es que el vaquero había quedado con varios vecinos de su finca para castrar varios toros y terneros, aunque la operación se antojaba sencilla los animales tenían cierta fuerza y podían golpear al cirujano.

Arturo miraba orgulloso su vacada, contaba ya con dos docenas de reses que ahora lucían el pelaje de invierno. Recordaba cuando había comprado su primera vaca al reino y apenas tenía qué comer. Pero los últimos meses habían sido de bonanza y su situación había cambiado drásticamente, su posición, seguía siendo humilde pero ahora vendía al reino y a la villa leche en grandes cantidades. Comía carne, verduras y leche todos los días, lo que hacía crecer su fuerza, carisma e intelecto.

Además estaba Tácito, el maestro le seguía enseñando con más o menos acierto, pues Arturo era de mollera dura aunque este era muy agradecido. El vaquero apreciaba sobre todo sus clases de matemáticas y lógica, las primeras porque le ayudaban con las ventas de leche y carne; las segundas porque le facilitaban el argumentar cosas aunque a menudo erraba en esa materia.

Cuando el alba despuntaba y la escarcha se transformaba en rocío acudieron los vecinos, Arturo les dio un gran recibimiento y hablaron unos y otros de sus campos y de la acequia comunal. Este último tema se debatía con pasión y rara era la vez que no se llegaba a las manos entres los campesinos por su supuesto mal uso. Aquella no fue una de esas veces pues Arturo se aseguró de que todos los ánimos estuviesen templados con un guiso caliente de carne. Si bien es cierto que los cuencos contenían "poca sustancia" calentaron el espíritu en aquella hora tan fría.

Tras acordar que el próximo día irían a casa de Vicente, un cabrero que necesitaba rehacer su medianera pues el viento había tirado algunas piedras, comenzaron las castraciones que apenas supusieron una dificultad. Arturo ya tenía sus bueyes... ahora necesitaba un carro.

Acompañó a los presentes a una ermita cercana y oraron por las cosechas, los animales y la reina,después se despidieron para ir cada uno a sus campos.

Arturo volvió con sus vacas y se sentó en la misma piedra de siempre a contemplar a sus vacas con una larga sonrisa en su cara. Había sido un día de los que el viento se lleva, de los que pronto se olvidan pero de los que se echan de menos cuando la paz o la salud se pierden.

_________________
Aleida


Era un día soleado en la villa. La joven había llegado desde la capital hacía solamente unas horas. Ayer había sido el cumpleaños de Arturo y ella no había estado allí. Suspiró. Los deberes para con el consejo y el Reino, le estaban haciendo perder de las cosas más maravillosas, como estar para el día festivo de su amado. Sabía que Arturo la entendería, pues ella siempre estaba allí para él. Pero algo en su interior se rompía, cuando sabía que por momentos le fallaba en esas cuestiones. Sabía que un regalo no arreglaría el no haber estado allí para él, pero por lo menos haría la situación menos traumatica.

Se acercó a la vaquería de Arturo. Era todavía muy temprano, ella no había descansado los ojos desde el viaje pero no podía esperar.

Su padre y su madre la habían dejado en Albayda, pues ella tenía el regalo de Arturo allí. Una vez lo tomó, se dirigió a pie, como era de esperar para ella. Nada de carruajes ni de llamadas de atención. A Arturo no le gustaban y lo ponía nervioso. Además, quería algo más íntimo. Por esas mismas razones entendió que jamás podría llegar a la Realeza. Nadie, nadie lo soportaría.

Las manos le sudaban de los nervios que tenía encima. ¿Y si el regalo no le gustaba? ¿Y si era demasiado para su humilde vida? Ella sabía que era un campesino, pero también sabía que las vacas estaban dando su ganancia y que ya estaba intentando ahorrar para comenzar a estudiar. Ella podría ayudarlo, pero jamás aceptaba su ayuda. El regalo, era un regalo de la alta sociedad. ¡Pero ella lo era! No podía esperar otra cosa, ¿verdad?

¿Era quizás, demasiado?

Cuando Arturo se percató del revuelo que había afuera de su vaquería, salió.

La encontró a Aleida algo ojerosa (admitamoslo) sosteniendo las riendas de un caballo que pastaba tranquilamente algo del pasto que sería más tarde también para las vacas.

Sonrió y dijo tímidamente:

Muchas felicidades mi Senyor... yo... espero que usted no esté enojado conmigo por no haber estado el día festivo. Pero... le traje este regalo, quizás era demasiado... - hacia señas hacia el caballo y suspiraba nerviosa. Nunca había regalado algo para la persona que amaba, ni mucho menos para alguien como Arturo. Que su tranquilidad y su templanza, hacían que nunca sepas exactamente que es lo que estaría pensando.

_________________
Arturo_cascos


La primavera asomaba tímidamente en el valle, los campos lucían con el rocío de la mañana y Arturo se encontraba observando a las vacas preñadas, las tocaba el costado e intentaba vaticinar si nacerían bien e incluso si los terneros tendrían alguna tara.

En estas labores se ocupaba cuando escuchó revuelo en las cercanías, una bandada de cuervos volaban a toda prisa intentando huir de alguien. El ganadero cogió una horca y se dirigió a dónde venía el barullo. Cuál fue su sorpresa cuando encontró a Aleida con un caballo, la Borja parecía cansada y nerviosa.

"¡Mi senyora!" -dijo Arturo mientras dejaba caer la horca al suelo- "¿Qué hacéis aquí?"-el vaquero fue a recibirla abrazándola y dándole un pequeño beso en los labios-

Muchas felicidades mi Senyor... yo... espero que usted no esté enojado conmigo por no haber estado el día festivo. Pero... le traje este regalo, quizás era demasiado... - hacia señas hacia el caballo y suspiraba nerviosa. Nunca había regalado algo para la persona que amaba, ni mucho menos para alguien como Arturo. Que su tranquilidad y su templanza, hacían que nunca sepas exactamente que es lo que estaría pensando.

"¿Cómo voy a estar enfadado con vos? ¡ni siquiera yo me acordé que era mi cumpleaños!"-dijo mientras miraba al caballo. La cara de Arturo era un mosaico de emociones, algunas superpuestas a las otras. Dejaba ver una sonrisa con un tic de nerviosismo. "¡Vaya! ¡Un caballo, qué detalle!"-dijo mientras abrazaba a Aleida- "al fin podré...-miró al suelo intentando buscar la palabra- "...montar. jeje ¡Lo que más quería en este mundo!"- mintió el vaquero- "Voy aponer vueso regalo en..."-mirando la mesa donde descansaba el cuchillo de Tzeench y el broche de Helena- "en... el establo con las vacas jeje".

Mientras escuchaba las peripecias que habían acontecido a Aleida en la capital del reino, Arturo miraba a los ojos del caballo y pensaba "¿Qué haré con "esto"?... ¡si ni siquiera sé montar!"

El vaquero pronto olvidó su preocupación con el equino y agasajó con sus mejores viandas a la vizcondesa, en el fondo sabía que la joven le había regalado "aquello" con la mejor de las intenciones y que en el fondo un caballo era un muy buen regalo, pero tendría aprender a montar si quería darle uso.

_________________
Arturo_cascos


Trébol (así había decidido Montserrat que se llamara aquella bestia) era un caballo manso y dócil, pero Arturo no le sacaba más que pegas. "Non me hace caso... Gusta de morder a las vacas... es un pendençiero e un canalla" -decía el vaquero para sí.

Así que el desafortunado caballo vivía dentro de un establo, sin salir. Arturo estaba seguro que si el equino tuviese ocasión mordería a las vacas y se aprovecharía de ellas, "pues de todos es sabido que los caballos son mucho más listos e capaçes que las vacas".

La relación del pequeño Arturo con las vacas era un tanto extraña, tras años cuidando al ganado había desarrollado una idea que no se atrevía a plasmar en alta voz, pero que rondaba su pensamiento. Las vacas eran como él: sin malicia, con ansias de una vida tranquila, defensoras de los terneritos y de poco seso. Esto unido al terror a los cambios que por natura tenía el vaquero hacían que cualquier novedad en el cuidado de las reses fuese visto como una amenaza muy real de daño a las vacas.

El caballo era una bestia de guerra, durante sus servicios en el ejército había visto cómo se entrenaban para morder y aplastar al enemigo durante la batalla. Sin lugar a dudas, las vacas no tendrían la más mínima posibilidad de sobrevivir si Trébol estuviese en el mismo cercado con ellas.

Los días trascurrían y Trébol continuaba encerrado en el establo, mirando ("con odio", pensaba Arturo) a las vacas desde su prisión. Por carta mentía a Aleida diciéndole que todo estaba bien y que el caballo se había adaptado perfectamente a la vida en la vaquería.

Pero una noche de verano, vino a visitar el valle una tormenta como sólo se veían en el Levante peninsular. El viento ululaba entre los árboles y los rayos caían del cielo como fruta madura...
(continúo más tarde)
_________________
Arturo_cascos


Tal fue la virulencia de la tempestad que los relámpagos no dejaban de iluminar el campo, Arturo miraba por la ventana y oraba a los Santos para que protegieran su heredad.

Finalmente ocurrió lo inevitable, un rayo cayó en un árbol próximo al cercado. Las vacas embistieron contra el vallado huyendo aterradas del lugar, en su huida pisoteaban todo, embestían contra los aperos de Arturo y no dejaban de correr. Arturo supo que nunca las recuperaría y que destrozarían todos los campos útiles de Xàtiva.

Mientras esto pensaba angustiado, Trébol relinchaba en el establo, no sería muy inteligente sacar a aquel caballo en medio de la tormenta... pero no le quedaban muchas opciones así que se acercó allí y para su sorpresa descubrió que el caballo estaba tranquilo y listo para ensillar, por lo que Arturo le puso la silla y los estribos rápido y se dispuso a montarlo.

Trébol era un caballo entrenado para la guerra, para el fuego de la pólvora, para el estruendo de las cargas, para el sonido de las espadas chocando unas con otras y contra el frío acero de las armaduras, aquella tormenta solo era algo leve para el equino. Arturo se apresuró a lomos del caballo y reunió las vacas poco a poco, la tarea no fue sencilla y duró hasta el alba. Cuando amaneció Arturo se sentó al lado del cercado, estaba agotado... pero había aprendido una valiosa lección. Puede que las vacas fueran bondadosas y puras por ser inocentes, pero los caballos eran necesarios, su brío potencia e inteligencia le habían permitido recuperar a sus amadas reses.

"Tal vez, la diferencia de caracteres es la que da riqueça a nuesa sociedad..." -dijo el vaquero resoplando por la fatiga.

_________________
See the RP information <<   <   1, 2   >>
Copyright © JDWorks, Corbeaunoir & Elissa Ka | Update notes | Support us | 2008 - 2024
Special thanks to our amazing translators : Dunpeal (EN, PT), Eriti (IT), Azureus (FI)