Alienaa
Después de limpiar las chimeneas, me conducían custodiada como siempre hacia mi celda. En la mano escondía un trocito de carbón que había rescatado de las ascuas, lo apretaba con tanta firmeza que creía que se fundiría o por el contrario que acabaría clavado en la palma de mi mano.
Abrieron la estridente puerta metálica y de un empujón me hicieron entrar. Cerraron y sin decir palabra me dejaron sola en aquel oscuro lugar, como era de costumbre.
Rápidamente me puse en pie y arranqué un trozo de enagua, pues era la ropa que más limpia llevaba después de terminar con la faena, y me coloqué en el lugar donde más claridad de luna entraba.
El disforme trozo de tela apenas me dejaba mucho sitio en el que escribir. Cogí el carbón y comencé a escribir con letra irregular debido a los nervios por si me pillaban.
Cita:
Mamá, papá, espero que recibáis esta carta que con tanto anhelo os escribo. Después de tanto tiempo seguro que me habéis dado por desaparecida, quizá incluso por muerta
pero nada más lejos de la realidad.
Os pido vuestra ayuda para que vengáis a buscarme. Actualmente, me tienen encerrada en un convento de Zaragoza.
Por favor, rescatadme. Os quiero.
Os pido vuestra ayuda para que vengáis a buscarme. Actualmente, me tienen encerrada en un convento de Zaragoza.
Por favor, rescatadme. Os quiero.
Sentada en el suelo, doblé la tela y lo guardé bajo la manga. Sabía que pronto llegaría Sor Eulalia con algo de comer y con suerte, ella me ayudaría a enviar ésta misiva, o por el contrario, podría negarse a tal compromiso. Titubeé con la cabeza, no tenía otra opción si quería conseguir salir de allí y de todas formas, ya la tenía escrita.
El frio me helaba el cuerpo y me hice un ovillo intentando protegerme, cuando al fondo del tenebroso pasillo vi que se acercaba una figura pequeña y ancha, con algo entre sus manos.
Cuando la hermana llegó hasta mi celda me incorporé de un salto esperando encontrar algo suculento que poder echarme a la boca.
-Lo siento pequeña, hoy no he podido traerte nada que te alimente más.
Me decepcioné al ver mi variadísima ración de pan y agua. A veces, conseguía traerme un caldo en vez de agua o un poco de queso para acompañar el pan. Si había mucha suerte, conseguía algún bollo caliente. Pero antes de que pudiera contestar, sacó una manta.
-Tenga, que hoy hará una noche muy fría. Y no queremos que mañana nos despierte con una pulmonía.
Le agradecí el ofrecimiento mientras me envolvía en aquella pesada manta de lana.
-Sor Eulalia, necesito pedirle un favor. Su ayuda más bien. Sacó la tela de la manga. Necesito que envíe esto por mí, se lo suplico, hágalo llegar a mis padres.
La monja agarró el trozo de tela y dudó la acción que debía hacer. Cuando de pronto entró el sumo sacerdote.
-¿Qué es esto Sor Eulalia?
Ambas nos quedamos pálidas ante el vociferado hombre, creyendo que nos habrían pillado con las manos en la masa.
-¿Osáis ofrecerle una manta para su bienestar? Una loca no merece más que su supervivencia.
-Debemos cuidar de todos, así lo desea el Altísimo.
-De todos los hombres cuerdos, así que ya podéis largaros de aquí de inmediato con esa manta.- Dijo dando por concluida la discusión y convidando a la monja a retirarse.
Y yéndose los dos en silencio entre la penumbra, me quedé de nuevo sola y con la esperanza de que aquella carta llegara al lugar que le correspondía.
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