Alienaa abrió débilmente los ojos. La cabeza le dolía horrores y la luz que entraba en la estancia no ayudaba. Notó un punzante y agudo dolor en la cara anterior de su brazo izquierdo y vio que tenía una profunda herida. Le estaban haciendo una sangría.
Se incorporó y tapó la herida con fuerza con la ayuda de las sábanas. Después hizo el intento de levantarte, pero perdió el equilibrio y decidió quedarse sentada en el lecho mientras se le pasaban los mareos.
Observó la habitación atenta, no conocía aquel lugar. Un aposento pequeño y gris donde solo se encontraba una mesita, el lecho y una pequeña cómoda al lado de un espejo.
Dio un respingo al asustarse al oír la puerta. Vio que entraba una mujer regordeta y bajita y se puso a la defensiva.
-¡Estáis sana y salva! Exclamó esta mujer.
-¿Quiénes sois? ¿Dónde estoy? Dijo frunciendo el ceño.
Eulalia se sentó a su lado y le cogió de las manos.
-Tranquila, estás a salvo. Lleváis días muy enferma, creíamos que en pocos días te reencontrarías con el Altísimo.
Alienaa miraba el suelo mientras, concentrada, intentaba hacer memoria.
¿Enferma? se preguntaba para sí. No recordaba nada, ni siquiera quien era ella misma, ni quién era esa mujer a quien tanto le preocupaba su salud.
Desconcertada, tragó saliva y le avasalló a preguntas.
-¿Quién soy? ¿Qué edad tengo? ¿Qué es éste lugar?La monja que preparaba los paños de lino para curarle la herida, paró en seco al oír aquella pregunta tan esperada y dibujó una sonrisa en su rostro contenta de que todo estuviera yendo por buen camino. Llevaban días preparando la respuesta, por si llegaba el momento que despertase.
-Eres Aliena, hija de unos maleantes que te dejaron abandonada en este convento cuando eras tan solo una cría. Por eso no recuerdas a tu familia. Creciste y te educaste aquí dedicando tu vida al Altísimo, quien siempre te guarda y protege. Le dijo mientras le curaba la herida de la sangría.
Aliena solo consiguió asentir con la cabeza, sin terminar de asimilar aquella historia.
-Venga acostaos. - Le dijo cuando terminó.
- Lleváis mucho tiempo en la cama enferma y sin comer. Ahora os traeré algo que os fortalecerá y en unos días podréis continuar vuestra vida en la iglesia, como siempre habéis hecho.Le ayudó a acostarse y le arropó antes de desaparecer por la puerta.
La joven seguía inquieta sin entender nada, ni siquiera conocía a esa mujer y recelaba de sus palabras. En un intento de reconocerse a sí misma se destapó, se desvistió y al quitarse el sujetador, vio que caía de la copa un fino paño de hilo con un escudo bordado. Sin mostrarle mucho más interés lo dejó sobre la mesita y se dirigió frente al espejo.
En general se vio bastante bien de salud, tenía algunas cicatrices en las piernas y espalda y le llamó la atención una marca o antojo de nacimiento con la forma de una rosa en la parte lateral de las costillas.
Por el desarrollo de su cuerpo dedujo que rondaría los veinte años, aunque tampoco pudo identificar su edad con exactitud. Y en cuanto lo que decía la monja, era cierto que estaba bastante delgada y tenía el rostro pálido, así que creyó que había estado realmente enferma. Pero seguía sin aceptar que eso hubiese tenido relación con su pérdida de memoria.
Después se volvió a vestir y haciendo ademán de acostarse, prestó atención al pañuelo.
¿Qué significa el escudo? Se preguntaba mientras acariciaba el león y el águila bordados con la yema de los dedos. Lo cierto era que ese paño le trasmitía una cierta nostalgia que no conseguía entender. Así que doblándolo con cuidado se lo volvió a guardar en el sitio donde anteriormente se le había caído, no quería perderlo ni que alguien más lo viera.
Se estiró sobre el lecho intentando dormir un poco más, con la intención de que eso le ayudara a aclarar sus ideas. Pero debido a las dudas y al vacío existencial que sentía, no conseguía tranquilizarse
y mucho menos pegar ojo.
Después de comer y finalmente dormir un poco, se sentía bastante mejor de fuerzas y al anochecer decidió levantarse y dar una vuelta por el convento con la ayuda de aquella tal Eulalia.
Según recorrían el convento, sentía que aquel lugar le resultaba familiar: el salón, los pasillos, las cocinas e incluso el jardín donde salieron a respirar aire puro. Sin embargo no sentía que aquél sitio fuese su hogar por mucho que la monja le insistiese, pero sabía que había estado allí anteriormente.
Aquella noche durmió intranquila y con pesadillas.