Ibelia.jordan
Ibelia intentó disimular la sorpresa que la hizo atragantarse con la oliva que había tomado del plato dispuesto en aquella mesa circular, tras las palabras de Ysuran.
-Apenas he escuchado lo que están hablando pues poco me concierne estas charlas y ahora mi esposo ¿quiere que tome la palabra en este asunto? Ibelia rebuscaba en su cerebro la opinión que le podían causar aquellos a los que no había escuchado, ya fuera por la apariencia avejentada de de su rostro o los ojos achicados de otro o quizá el que mejor sensación le causó fuera el hombrecillo de nariz aguileña y ojillos curiosos que la miraba con expectación.
La dama había estado durante toda la reunión procurando disimular una pequeña rotura en el talle de su vestido que poco a poco iba dejando de ser pequeña; a la altura de su espalda se iba abriendo camino que aunque aliviaba por un lado, la agobiaba por el otro.
-Lo peor será al levantarme de este sillón. Pensaba temiendo que su entrada en aquella ciudad se recordara en muchos años por ser la castellana que enseñó las enaguas a los espinozistas sevillanos.
Decidió tomar la palabra ya que nadie hablaba y parecía que todos esperaban su opinión, como si de un oráculo se tratara.
-Estimados amigos sevillanos, gracias por la grata bienvenida. Tomó un sorbo de vino mientras buscaba palabras para llenar el silencio.
-Parece ser que gobernáis esta bella ciudad con diligencia y buen hacer, a la vista está su prosperidad, la alegría en sus calles y la amabilidad de sus gentes. Sonrió mirando a cada uno de los presentes para darles confianza y desarmar las posibles hostilidades.
-Si el acuerdo que mostráis ante nosotros se trasladada a la buena convivencia, en todos los ámbitos de la villa y sus asuntos comerciales, políticos o religiosos os auguro un gran futuro y la confianza de que nuestro rey Athan I estará satisfecho de vuestro buen hacer.
Todo esto será trasladado a su majestad Athan, por mi parte no habría problema de mostrarme favorable.
Mas es mi esposo el que toma la decisión
Miró a Ysuran para saber si había dicho algo inconveniente y que él redondease aquel asunto poniendo un bonito final al encuentro.
-Podemos levantar la sesión cuando gustéis. Esposo, desearía descansar ahora en esos aposentos que nos han preparado si os parece bien. Le dijo en voz baja al Pellicer, señalando su espalda con disimulo, cuando acabó su discurso y nadie los miraba.
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