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A casa da Torre (II)

Mikumiku


Se dejó llevar por el juego, abandonándose al nuevo calor humano, ardiente y apasionado. Uno que encendía el alma y empujaba a la acción, en lugar de la sensación de derrota que transmitía el astro rey. Como un incendio de verano, sus manos se extendieron por el sensual cuerpo, aferrándose a la cercanía de sus curvas. Dio buena cuenta de la revisión de rigor, y todo aquello mientras seguía encadenado a su rostro con la fiereza de la pelirroja como guía. Sujetos como estaban entre los dedos del otro, ni un huracán les hubiera podido separar entonces.

Por un momento el caballero tuvo reparos en seguir desarrollando la estrategia, pues en el medio del jardín y en pleno día estarían a la vista de toda la familia e incluso de algún posible vecino indiscreto. Los niños podían aparecer jugando en cualquier momento y además tampoco faltaba demasiado tiempo para que fuera la hora de armarse y cabalgar hacia el deber. Sabía muy bien que si empezaban dejaría de ser consciente de cosas tan simples como el tiempo o el espacio, y tardaría un rato en recuperar los plenos poderes sobre su cuerpo y mente.

Así que rodó junto a su esposa por el suelo, jugando a ponérselo difícil y torturándola con besos rápidos y precisos. Cualquier hombre encontraría la resistencia a semejantes atenciones una tarea imposible, y Miku necesitó reunir toda la heroicidad de la que disponía para sentarse tras aquello y limitar el ataque a una serie de inocentes caricias. En última instancia, era consciente de que el poder sobre aquel esfuerzo recaía sobre las manos de la mujer, pues su siervo no estaba hecho de hielo frío.

- Debería prepararme ya. – Sonrió, resumiendo sus pensamientos alegremente de la mejor forma que supo. – Aunque tengo que admitir que esta búsqueda necesitaría un análisis más a fondo. Necesitaría una segunda opinión.

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Cyliam


Los juegos de amantes eran sin duda la actividad principal en aquella relacion, cuando el rubio hablo de prepararse la pelirroja protesto con un leve gruñido, a pesar de eso sabia lo mucho que disfrutaba el rubio en su trabajo ahora como jefe de la guardia real, todo el mundo sabe que a los hombres les encanta la guerra y las batallitas sobre mapas, pero tambien sabia que Miku no podia resistirse a las exigencias que ella le pedia como su esposa, señora y dueña.

Sonrio rodeandole en un tierno abrazo y le beso las mejillas y frente. - Si vienes para la hora de cenar quizas podamos aprovechar la calida noche para dar un paseo juntos. Le miro con picardia mientras se mordia el labio. - Conozco de un sendero muy peculiar que da a parar a una acogedora casita de campo solitaria en mitad del amplio bosque pucelano. Dijo con rintintin dibujando un caminito con dos dedos sobre el pecho de su esposo. - Y da la casualidad de que servidora conoce el camino como la palma de su mano. Finalizo en una pequeña risotada.

En verdad ambos conocian el lugar, su antigua casa mas conocida como El Caos, su primer hogar en Pucela, aunque no acostumbraban a volver a aquel hogar sin duda tenia un encanto especial para ambos.

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Mikumiku


Era una propuesta inteligente. En lugar de escoger un deber al que faltar los cumpliría los dos en orden al cabo del día. Si evitaba entretenerse y cabalgaba rápido el capitán podría estar de vuelta en casa por la noche, pero cómo de tarde no sabría decirlo. Seguía existiendo el riesgo de perder la oportunidad, o podría fastidiarla en el regreso despertando a los pequeños o encontrándose a la bella durmiente. En todo caso algo le decía en el pecho que era un día especial, y las ganas que se tenían él y ella estaban especialmente por las nubes.

La impulsó para ponerse en pie junto a él y le dedicó una última carantoña a la pelirroja antes de salir volando a armarse. Sin ninguna vergüenza terminó el abrazo agarrándose con ansia allá donde la espalda pierde su casto nombre, y su mente fue un caos de pensamientos impuros durante el tiempo que tardó en uniformarse y prácticamente la mitad del viaje. Ligero como una pluma y veloz como un halcón, atravesó llanos y bosques como alma que lleva el diablo. Miku se convenció a sí mismo fácilmente de que en cabalgatas como aquella una capa blanca estaba mejor en las alforjas, pues de lo contrario una pieza tan fina y elegante arribaría a su destino agujereada y rebozada en polvo.

La jornada resultó ser bastante tranquila. El nuevo monarca parecía estar tomándose los inicios de su reinado con paciencia, y la Corte no sufría del alboroto de otras épocas. La mayor parte del trabajo estaba en la organización de aquel cuerpo de élite que era la guardia real, algo reducido pero reviviendo de cierta forma gracias a la incorporación de un par de castellanos. Él sabía de sobra cómo de complicado era encontrar buenos militares, habiéndose dedicado a ello en su propia orden durante años. Los primeros temas a cuadrar eran del género importante pero poco emocionante, como turnos de relevo, prácticas de maniobra y la estandarización de los uniformes.

Con la cabeza llena hasta arriba de redobles de tambor, choque de metales y ruido de pasos, Miku emprendió con ganas el viaje de vuelta. La noche dejaba caer su manto negro sobre el mundo, abandonando al jinete en presencia de un millar de estrellas. El cielo nocturno de la meseta era una vista hermosa. Observándolo con añoranza y perdiéndose en la memoria se acordó de aquella mañana y de todo lo prometido.

Ya no llegaba a hora de cenar, y casi a regañadientes se empujó hacia dentro una ración de viaje de las que guardaba en la silla. No se sentía de buen humor para descansar, pero el pobre corcel lo necesitaba y no había hecho nada para merecer tal tortura. Cuando ambos llegaron a Valladolid ya habían perdido la noción del tiempo, entregados al camino sobre todas las cosas.

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Cyliam


El atardecer rojizo dio lugar a la tipica noche de verano entre cantos de grillos y pequeñas danzantes luciernagas.
Habia estado horneando una tarta de moras para compartir con el rubio si es que llegaba a tiempo, pero ademas habia ayudado a preparar la cena para los mas pequeños, tambien los habia bañado y por supuesto, lo mas importante, habia pasado unas cuantas horas jugando con ellos al pilla pilla con intencion de agotarlos para poder escaparse con el rubio, y vaya si habia conseguido agotarlos.

Mientras los niños cenaban, bostezaban y se frotaban sus ojitos cansados, a la vez se quejaban de cansancio cosa que a la pelirroja la tenia mas contenta que unas pascuas. - Cuanto antes ceneis antes ireis a la cama y podreis descansar toda la noche. Comentaba risueña ayudando a Lucan a terminarse la cena.

Pronto los pequeños se durmieron con sus pancitas llenas, daba gusto verles dormidos, realmente parecian pequeños querubines, no como cuando se dedicaban a torturar a todos los habitantes de la casa.

Mientras la noche caia mas profundamente la pelirroja guardo en el zurron queso, fruta, algun embutido y como no la tarta de moras, añado un par de botas, una con agua y otra con vino, a fin de cuentas en el Caos no quedaria nada comestible.

Salio a la entrada principal de la casa y espero sentada en la diminuta escalera a que el rubio llegara.

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Mikumiku


El eco de los cascos sonaba débilmente tras los pasos del alazán. Su jinete ya prácticamente daba la noche por perdida, lamentándose mentalmente por su propia falta de rapidez. Por eso, al ver desde la lejanía de la calle a una pelirroja sentarse sobre la entrada de su casa, Miku se levantó sobre la silla como una liebre sorprendida en medio del camino. Riendo, pero cuidándose de no hacer más ruido del que ya provocaba, la saludó desde la lejanía.

Olvidándose del cansancio del camino bailó cabriolas sobre el lomo del caballo, y lo hizo dar dos vueltas sobre la calzada de piedra con un paso alto elegante y muy exagerado. Tras moverse de frente hacia la posición de su esposa el caballero dio la vuelta a las riendas para usarlas azotando ligeramente una pata delantera del animal. Éste resopló y cruzó sin mucho entusiasmo las patas delanteras, en una reverencia entrenada con paciencia.

- Cyl. – La miró, hermosa bajo la luz de la Luna y las estrellas. En aquel mismo momento la hubiera subido a la montura, secuestrado y cabalgado hasta perderse con ella en el horizonte. Pero el plan era un paseo y el animal estaba cansado tras el esfuerzo nocturno. – Un segundo más.

Desensilló rápidamente al corcel con la experiencia que lleva la práctica y salió de su armadura en menos de lo que canta un gallo. En el mismo barril de agua hundió las manos y la cabeza para sacudirse el calor como un perro viejo. Se dio cuenta entonces de que quizá el uniforme de guardia que llevaba debajo era demasiado colorido para un paseo por el bosque, pero no le importó lo más mínimo. Por el resto era cómodo y algo de repuesto debía quedar en el Sendero del Caos.

Cuando estuvo listo y salió, bien podría haber tenido muelles en las botas. Se sentía ligero y con esa felicidad tonta típica de parejas y enamorados. Casi derribó a la pelirroja del impulso con el que había saltado a abrazarla, y por divertido que fuese en la hierba tuvo que levantarla con ambos brazos para no rodar los dos por aquel doloroso suelo de piedras. La besó varias veces con el furor del reencuentro, entre risas y carantoñas, y agarrándola del brazo no demoró más el inicio del paseo.

- Ya pensaba que no llegaba. – Sonrió sin separarse de la mujer. – Pero ahí estabas esperando, lo siento. ¿Porque no te habrán echado los pequeños de casa, no?

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Cyliam


La espera merecio la pena cuando vio al rubio a lo lejos, una vez se hubo refrescado el rubio la pelirroja no pudo evitar reirse de los pelos de loco que le habian quedado.
Se acerco a el con mimo y lo repeino como si se tratara de uno de sus hijos con una sonrisa dulce. - Asi estas mas guapo.

De nuevo rio ante la idea de que sus pequeños la hubieran echado de casa, mas quisiera ella.
- Que bah, en verdad les he estado agotando, despues los embuche bien y los acoste. Contesto ella entre risas ante sus propias palabras. Embucharlos, ni que fueran embutidos pero aquello era la realidad. - Tenia ganas de sacar un poco de tiempo para nosotros. Dijo abrazando fuertemente el brazo del rubio mientras apoyaba la cabeza contra su hombro. Alzo el zurron con la cena. - Hasta he preparado algo de cena. Dijo mientras lentamente se encaminaban al sendero del caos, comunmente conocido como el camino del bosque que derivaba en la antigua casa de los Espinosa di Veneto, tambien conocida como el Caos.

Y por fin alli estaban, en la pequeña cabaña/casa de dos pisos, sencilla y coqueta, de piedra y madera con un pequeño atico que hacia a veces de guarda trastos o de habitacion de la joven Brynne. Pero esta historia es triste para contarla ahora, asi que volvamos a la pareja.

La pelirroja emocionada fue directa a abrir la puerta, el poco uso habia hecho que la madera dilatada se quedara encasquillada. - Yo la abrire. Dijo antes de que al rubio se le ocurriera tratarla como a una damisela en apuros. Le colgo el zurron del cuello y embisitio contra la puerta, obviamente la misma cedio y la pelirroja rodo por el pequeño pasillo hasta acabar esmoñada contra las escaleras. - ¡¡Pero que divertido!! Dijo mientras se frotaba el golpe de la cabeza. - No recordaba lo estrecho que esto era. Miro a derecha, su saloncito, con su tahona que no chimenea, pero justo para dar el calor necesario. Aun seguia la alfombra en el suelo, algo mas raida, y como no, aquel amplio sofacito que tantas veces les habia acompañado.

- Seria buena idea encender la tahona, yo ire a buscar alguna vela enrte los cajones de la cocina, seguro que dejamos alguna. Dejo sobre la mesa del salon el zurron y se dispuso a buscar en la cocina a tientas alguna vela o algun trozo sobrante de las antiguas.

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Mikumiku


Entró tras ella, cerrando la puerta a sus espaldas. Habiendo sido convertido en perchero, el caballero no pudo avanzar a tiempo para evitar la caída de la pelirroja, que aparentemente no le había hecho demasiado daño. Estaba hecha de una pasta dura, vaya que sí. Era evidente que se estaba divirtiendo mucho, y la felicidad se le contagiaba mientras dejaba el zurrón sobre la primera mesa que tuvo a mano. La verdad es que hacía mucho tiempo que no coincidían ambos en el sendero del Caos, el primer nido y refugio de la pareja.

Miku se puso cómodo, sin prisa. El tacto del veterano sofá despertó en su memoria recuerdos de sedas azules, cabellos de fuego y noches sin dormir. Desabrochó el cinturón con todos sus avíos, pero cogiendo antes pedernal y cuchillo para ayudar con el fuego.

- Yo me encargo de la tahona. – Avisó.

El caballero puso ceremonialmente una rodilla en el suelo y se agachó para amontonar un puñado de ramitas secas que quedaran como yesca. Un par de rascadas a la piedra, y la chispa se convertía en pequeñas llamas hambrientas y danzarinas. Sopló con cuidado para avivarlo, y alimentó a la tahona con sus correspondientes pedazos de leña. Solamente quedaba acercar una vela y ya podrían dedicarse a iluminar lo que quisieran.

No hacía frío realmente, pero observar el caótico subir y bajar de las llamas siempre había sido un espectáculo hipnótico para el hombre. Para él en particular lo asombroso era el efecto que causaba aquella luz titilante y rojiza, especialmente sobre la figura de su esposa. Amaba ciegamente cada parte y aspecto de la mujer, fracasando cada vez que lo intentaba poner en palabras. Ya eran un puñado de años compartiendo momentos terribles y fantásticos, en ocasiones demasiado extremos para cualquiera. Miku se puso en pie y se acercó para investigar si quería algo más. Porque lo que él llevaba ansiando todo el camino era tenerla entre sus brazos.

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Cyliam


El Caos parecia estar resucitando nuevamente, la pelirroja que disfrutaba mas que nadie rebuscando entre los cajones se encargo no solo de buscar la vela sino de encontrar utensilios limpios para poder cenar junto al rubio.

Cargada hasta arriba de miles de trastos entro nuevamente al saloncito donde las pequeñas llamas de la tahona ya iluminaban tenuemente la sala, se quedo embobada mirando las sombras proyectadas contra la pared, siempre le gustaba verlas bailar al son de las llamas.
Acerco un par de velas al fuego y las coloco sobre la pequeña repisa de la tahona.

Luego de un pequeño armario saco un par de mantas viejas y las extendio sobre el suelo. - No son alfombras de lujo pero valdrán para que no se nos quede el culo cuadrado sobre tanta madera. Dijo con una risotada. Despues de eso empezo a sacar la cena y colocarla sobre las mantas alegremente.

- Espera un segundo. Ahora mismo vuelvo. Dijo mientras salia corriendo de la salita y mas lejos se escuchaba una puerta chirriante abrirse. No tardo casi nada en volver, con un diminuto y gracioso jarroncito adornado con una margarita. - Esto es lo que nos faltaba para una maravillosa cena a la luz de las velas. Se espatarro en el suelo y miro al rubio con una cara infantil y divertida. - ¿Te gusta?

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Mikumiku


Se dejó caer tras a ella, y valiéndose de un amplio abrazo la envolvió como la noche ahoga al día. Por supuesto que le gustaba. Si algo había por lo que defender y pelear por su maltrecha vida, si había una luz que guiaba su mundo para que mantuviese la cabeza fuera del agua, esa era la pelirroja. Miku andaba por un dulce y bello filo de navaja sabedor de la oscuridad que acechaba en el fondo.

- La duda ofende. – Se burló de su pregunta, acercándose en un roce de telas y la caricia de las pieles. La inestable luz de las velas iluminó las maniobras lentas de un amante que no tenía prisa y sabía cómo afinar las cuerdas de su instrumento favorito. – Me encanta.

El caballero se fijó en la divertida flor que se mantenía difícilmente erguida en el pequeño jarrón. Parecía no pertenecer a aquel lugar y a aquel momento, no muy convencida de que le tocara hacer ese trabajo. Miku rescató al pequeño resto vegetal y le proporcionó un nuevo alojamiento entre los rojos mechones de cabello de la pelirroja. Con una flor en el pelo parecía aún más una musa salida de la mejor obra de arte, y empujado por sus adentros abandonó sus labios a la búsqueda del placer más puro.

- Cyl… Te necesito. – Escuchó las palabras salir de sí mismo. – Tengo miedo de levantarme un día roto y perderte de nuevo. Quiero dártelo todo, olvidar lo malo para siempre y volver a ser un joven despreocupado antes de que sea demasiado tarde.

Se odiaba por fastidiar un momento dulce con oscuros pensamientos. Pero aun así era otro el voto que renovaba, la intención de seguir adelante que seguía empujando pese a todo. El capitán de la guardia real enredó a su esposa en unos grilletes salvajes mientras la empujaba suavemente hasta tumbarse sobre ella y las mantas pardas que les mantenían a flote.

- No termino de encajar. Soy un animal enjaulado en la corte y en la orde, ya no sirvo para nada en tiempos de paz. Las prácticas, maniobras y reclutamientos se convierten en rutinas sin sentido. – Confesó, apoyado en el acogedor pecho de la única mujer capaz de entenderle y perdonarle. Sin embargo su cuerpo y mente diferían en la prioridad de los asuntos. Una mano escalaba ansiosa el recorrido entre sus blancas piernas y la cintura provocadora, desconcentrándole y haciéndole perder la cabeza por momentos. – Quiero salir de este viejo reino, llegar donde la memoria ya no pueda darme alcance y tenerte a mi lado. Amarte en cada esquina del fin del mundo hasta morir de golpe y sin sufrir. Un deseo cobarde y egoísta.

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Cyliam


- ¿Pero que tonterias dices? Pregunto acurrucandose entre sus brazos y piernas, haciendose como acostumbraba pequeña en el refugio que era el cuerpo del rubio. - Sirves de mucho cielo mio, tu eres el que mantiene encerrada a esa sombra oscura que tengo. Hizo una pausa leve apoyando la cabeza en su pecho.

- Mientras pense que habias muerto, esa yo oscura renacio, deseaba hacer desaparecer de mi mundo a todo el que me llevara la contraria, asi que no inventes. Gruño levemente a modo de enfado para despues abrazarlo con fuerza y llenarlo de besos y como no de mordiscos. - Ahora mismo te castigare con cosquillas para que no vuelvas a decir esas tonterias.

E inmediatamente las mantas comenzaron a revolar por todas partes, la comida quedo esparcida sobre el suelo mientras que una risa enloquecida y maligna de la pelirroja atacaba con cosquillas y mordiscos al rubio. - Si quieres guerra yo te dare guerra. Dijo mordiendole con mas fuerza en el brazo. - Yo sere tu ardilla disfrazada de loba que te ataque y de la que tendras que defenderte. Alzo la manos hacia arriba y gruño como un lobo para despues llevarse los puños a los carrillos y fingir ser una ardillita roedora. - ¡¡Ñaaaaaa te voy a comer!! Dijo entre risas mientras se lanzaba de nuevo contra el rubio.

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Mikumiku


La verdad era que estaba cansado. Su ímpetu había estado desvaneciéndose desde la última coronación, su esperanza en una nueva vida de glorias hecha polvo por la realidad. Ni medallas ni rangos significaban nada de no haber riesgo de jugarse el cuello. Y los dioses –cualquiera de ellos, si es que acaso había alguno- no aparentaban mostrar el mínimo interés, o desdén siquiera, en su persona. Sin embargo no de todo podía hartarse uno. Y conocía dos ojos claros que estarían de acuerdo con ello.

- Peores castigos me mereceré. – Sonrió, cediendo a los cariñosos gestos de la de Compostela aunque sin olvidar lo dicho y meditado. Sabía que la vida de la pelirroja tampoco había sido un camino de rosas, pero al menos lo de dejarlo todo atrás le seguía pareciendo la locura que realmente era. La incógnita ahora era qué podía hacer consigo mismo para sobrevivir a la tormenta. – Y adónde voy a huir yo sin ti. Me devolverían medio muerto al tiempo y con cuatro rascadas más en la piel, como siempre.

Reía ahora con más sinceridad, bromeando sobre la muerte como le correspondía por derecho; Privilegio ganado a pulso tras haberla mirado a la cara. El caballero liberó una mano del paradisiaco abrazo para desabotonar el uniforme de la guardia real, cuyos jaquelados colores simbolizaban aquella Corona en la que ya no depositaba ilusión ninguna. Las danzantes luces impregnaban la escena de un ligero tinte fantasmal. A su vera la veneciana lucía tan hermosa que dolía.

La cena yacía olvidada, esparcida cerca de ellos en caótico desorden. Aceptó el capitán con los brazos abiertos la embestida de la fiera roja, las tornas invertidas y el tacto de suelo y manta a la espalda. Enseñando colmillos para seguir el juego y encandilado por amorosas atenciones no le costó nada meterse en el papel. Sus dedos fueron garras, apropiadamente puestas al uso de descubrir la carne para devorarla. Loba, ardilla, esposa, madre o maestre, conocía la caza y disfrutaría de ella como si fuera la última vez. Un rugido se perdió entre los bosques de aquella noche oscura.

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Cyliam


Disfruto de las tiernas torturas tanto efectuadas como recibidas todo lo que quiso y mas intentando asi hacer desaparecer de su rubio esposo aquellos pensamientos que parecian atormentarle una vez mas.

Olvidandose del mundo a su alrededor la pelirroja se distrajo besuqueando el cuello de su esposo hasta que un rugido atronador la saco de esa pasion. Su estomago protestaba, aun no habia cenado y seguramente el rubio tampoco. Sonrio timidamente escondiendo la nariz en el cuello del rubio y ronroneo quejosa. - Ñam eres el plato mas delicioso que una pueda probar pero mi estomago parece no estar conforme con ello.

Sin moverse del sitio la pelirroja se estiro sobre su esposo intentando cazar algo de la comida, un trozo de queso que no habia ido a parar muy lejos fue lo que pudo atrapar desde su posicion. Busco un cuchillo o daga y lo partio como pudo dandole un pedazo al rubito.

- Se que siempre vas a regresar a mi, cielo. Y por mas heridas que tengas sabes que nunca te voy a dejar escapar, eres mio, mi pequeño pajarito al que quiero cuidar y mimar. Se acurruco junto a el royendo su pedacito de queso alegremente. - Tienes que dejar de pensar en esas cosas horribles. Deja de lado tus preocupaciones y permiteme encargarme de tus penas a base de cariños.

Por fin localizo la dichosa tarta de moras que tanto cariño habia puesto para hacerla, se levanto y la recogio de la mesa, ese habia sido sin duda el lugar mas seguro, se sento de nuevo al lado del rubio arropandose como pudo con la manta y sonrio. - Venga, pruebala tu primero y dime que tal me ha salido.
Mikumiku


Eso era peor castigo, dejarle armado y contra la marea atinando a un vacío que se le escapaba entre los brazos. No le quedó otra que hacerlos caer lánguidos como las patas de un ciervo derribado a media caza. Media vuelta dada, recogió de dos barridos los restos desperdigados para llevarlos a la mesa en una pequeña pila de suministros.

Arrugó la nariz. “¿Crees que no lo intento?” Tenía ganas de reprocharle. Pero enfadarse con la persona que era el mayor sustento de su vida era una idiotez como un castillo, que al fijar otra vez ojos en ella se esfumó tan rápido como… Como… Como sus pensamientos y habla volaban ante la visión de la perdición encarnada.

Retornó la susodicha con un pastel entre manos, una tarta que ya olía a dulce y a fruta tratada por manos expertas. El rubio reflexionaba para sus adentros sobre el arte y práctica de los que gozaba su mujer en ciertas especialidades, y sobre cómo manos con el don de la cocina habrían traído al mundo mucha más alegría que aquellas dedicadas al ejercicio de las armas.

- Eso no vale. ¿Cómo se juzga lo perfecto dentro de la perfección? – Engrandeció las palabras con un tono meloso, haciendo evidente parodia de un artista cortesano. Se llevó parte de la pieza a la boca, y callado de golpe lo acompañó de otro como para asegurarse de que no soñaba. El tercero se lo hizo probar a la señora artesana. – Dímelo tú.

La miró alegre en un silencio apreciativo mientras los dos iban exterminando la presencia del rico postre. Y fue entonces cuando reparó en algo que le hizo bajar la sonrisa. En un lado de la habitación, fundidos con la luz tenue de la sala, reposaba imponente uno de los dos pesados cofres de madera africana que le habían perseguido desde el infierno. Aventura a manos de un viejo conocido árabe, que forma parte de otra historia.

La atención que demandaba el simple y misterioso objeto era demasiada para resistir, y levantándose sobre las rodillas se acercó a la cerradura. Su hermano del mismo tronco había sido el contenedor de la pequeña fortuna dorada que una vez había ganado, ahora diseminada por todas las buenas causas que había creído más merecedoras que su persona – como el futuro de los pequeños Espinosa di Véneto.

Había arrebatado a su amantísima uno de los cuchillos, y con poca finura lo atascó en la cerradura solo para desjarretar para siempre el baúl del demonio con un taconazo preciso de bota castellana. – Lo siento. – Se disculpó por el ruido y el estropicio. Más leña para la tahona y menos recuerdos indeseados.

Si el cofre gemelo había guardado oro y piedras preciosas de sus desventuras desde Granada hasta el Imperio de Mali, aquel era otra suerte de almacén sombrío. Miró hacia atrás pidiendo sin palabras un apoyo cercano, ansioso de sobrellevar aquello de una maldita vez. Todas aquellas cosas eran trofeos, arrebatados a la vida por una no-muerte ebria y violenta. Oía los gritos y el crepitar de las llamas mientras escarbaba furiosamente entre las primeras telas gruesas, coloridas y zurcidas a base de patrones geométricos y símbolos paganos.

Las vestiduras abrieron paso a partes más delicadas, pues habían sido usadas para amortiguar el traqueteo de un viaje de medio mundo. – Mi vida. – Llamaba a Cyliam, no a aquellos mementos prohibidos. El cofre estaba cerca del fuego, y las llamabas se reflejaban en los ojos del caballero, por un momento totalmente seguros de qué hacer. – Esto no pasará de hoy.

Con determinación renovada alzó una botella vieja de licor del desierto, para darle un trago y maldecir entre dientes a la criatura sin nombre. Se arrepintió al cambiar el fresco sabor de las moras por aquella ponzoña y dejó el recipiente en el suelo entre él y la pelirroja. Un segundo frasco, más pequeño y sucio, acompañaba al primero redondo como una luna.

- Esta cosa no tiene nombre. – Susurró. - Es el mal. Guerreros lo usaban para perder el miedo y llamar a espíritus que les dieran fuerza. Pero nos transformaba en otras cosas.

El caballero pensó en darle un último tiento a tal pecado capital, sin motivo y por alguna desesperada razón. Pero tenía miedo, él, de aquella pequeña cosa tan aparentemente inofensiva. Si proponía esa locura quizá los dos pudieran abandonarse a planos primitivos donde solo existía el placer y la locura, pero no tenía el valor para semejante propuesta. Si descubría que por su culpa algo malo le pasaba a la pelirroja, o en alucinaciones la dañaba, allí mismo pondría fin a su miserable existencia. Aterrado e indeciso dejó la sellada redoma en la suave palma derecha de Cyliam, y buscó su otra mano para besarla repetidas veces.

Entonces se le hinchó el pecho con una resolución de hierro. Acabó de vaciar el arcón tumbándolo de costado, en un escándalo de cuchillos de caza, hojas de lanza y alhajas de hueso y de marfil. Una cascada de tejidos más finos – más propios de visires y sultanes que de caudillos de piel negra y alma peor – revoloteó hasta mezclarse en el suelo con poca gracia. Miku se alzó como el que sale de una tumba que uno mismo se ha cavado, y lanzó la madera contra el fondo del fuego. Rabiosamente la siguió la botella de licor, que se hizo añicos y por una fracción de segundo tiñó las llamas de otro tono.

Cuando se dio cuenta respiraba alterado, mirando fijamente a las llamas con el corazón galopando en el pecho. Exaltado con la emoción. Era el momento de quemarlo todo, decirlo todo y hacerlo todo. Con algo de hollín en el medio uniforme que llevaba se giró, y pensó que no iba a separarse de esa mujer en toda la noche, y más adelante en toda la vida.

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Cyliam


- La tarta esta deliciosa, pero si no fuera por tu compañia ambos sabemos que el sabor seria diferente. Sonrio a su esposo y le acaricio la mejilla hasta que descubrio que su mirada ahora se dirigia a unos cofres abandonados en un rincon.

De pronto todo cambio, el rubio estaba diferente por momentos, le siguio y observo sin perder detalle, escuchando lo que decia y mirando hasta el mas minimo gesto de su esposo.
Aquellos recuerdos de esos cofres lo estaban atormentando y ella que ansiaba protegerlo a todas horas decidio que no iba a intervenir en la locura de quemar todo.

Incluso mietras escuchaba el fuego crepitar con mas furor ella permanecio inmovil y serena, sonriendo con ternura a su esposo.

Cuando por fin parecian haber desaparecido todos los recuerdos necesarios para la recuperacion del rubio y este volvio a mirarla la pelirroja ladeo la cabeza mostrando la mas de las tiernas sonrisas. Abrio los brazos para estrecharle entre ellos y lo acerco con fuerza a su pecho. - Te amo tanto, que incluso este arrebato que has tenido me ha ufff, puesto los pelos de gallina. Lo miro tiernamente y de puntillas se alzo hasta apoyar la frente sobre la de el, mañana le dolerian los dedicos de los pies mucho pero seria poco comparado con el sufrimiento que su esposo habia padecido.

Se acerco a su oido y con una voz debil y suave susurro: - Te amé, te amo y te amare pase lo que pase, y si he de ir a la luna por ti que asi sea amor mio. Me gusta tu luz, me gusta tu sombra y si hay algo que no me guste de ti, aun no lo he descubierto.

- Subamos al hammam, esta vacio tan solo tendremos que vaciar varios cubos con agua, prendere el carbon y te relajaras en el agua tibia con mis perfumes y mis manos y te prometo que hare todo lo que sea necesario para sanerte en cuerpo y alma. Por suerte antes de la cita la pelirroja habia encargado a Wallada y Faitai que dejaran en la sala del hammam los cubos con agua preparada, los aceites y tualias necesarias y alguna esponja y jabon necesario. - Ven conmigo amor, curemos nuestros males juntos.

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Mikumiku


Se había probado a sí mismo que podía recuperar las riendas otra vez, por veces que perdiera el control. Y Cyliam le había demostrado la fuerza y el amor que aún compartían sin miedo ni dudas en la mirada. Admirador de la mujer como era, no le extrañó que con aquella fortaleza amable y tranquila no reaccionara asustada ante tal despliegue de impulsos destructores. La besó y se dejó llevar, y lo hubiese hecho a través de llamas, montañas y mares.

Un sentimiento cálido se abrió paso a codazos sobre la abrasadora rabia, acompañado de una ingravidez semejante a si hubieran brotado alas de su propia espalda. Sus declaraciones fueron vino para un náufrago, e incontrolablemente la forzó fuera de las mantas para venerar su boca, pecho y vientre. Cayó de rodillas sin separar los labios de su diosa, musitando plegarias silenciosas promesa de la mayor servidumbre que un hombre podía ofrecer.

Pero llegó la oferta del agua. Recuperando memorias de otros húmedos encuentros no la hubiese rechazado ni bajo amenaza de vida o muerte. Vaya si a la pareja le gustaba un chapuzón tan de tanto en tanto. Elemento sanador y purificante, lo habría descrito, en su forma más limpia y sagrada. Al levantarse el caballero descartó la manta, eclipsada en comparación a los tejidos del lejano oriente que en su inocencia habíanse salvado de las llamas. De un abrazo la envolvió en una segunda piel translúcida, dorada, de cuyos bordes pendían cuentas rojas cristalinas.

Francamente boquiabierto, la siguió escaleras arriba como un perro hechizado por malas brujerías. Nada tardaron en llenar el viejo y exótico baño, y antes de darse cuenta calzones y botas eran expulsados de la habitación con autoridad incuestionable.

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