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A casa da Torre (II)

Morgui


Esa tarde decidió dar un paseo y visitar a los vecinos que hacía tiempo que no veía.
Llevaría su cesta para recoger castañas por el camino y alguna que otra seta de la que pudiera fiarse como vianda.

De camino a Santillana se desvió hacia A casa da Torre, no para saludarles, ya sabía ella que estaban de viaje, pero sí para echar un vistazo y que todo estuviera en orden.
El jardín estaba cuidado y no necesitaba especial atención, así que entró en la casa.

La tenue luz que entraba por los ventanales aun iluminaba la estancia. Presta, echó un ojo rápido y subió las escaleras decidida a irse, pero frenó en seco. Un camino de prendas íntimas hasta el dormitorio la fueron guiando. Agarró su palo para defenderse de algún desalmado que pudiera usar la casa en ausencia de sus dueños y con cautela se acercó al dormitorio. Nadie había allí. Cerró los ojos sintiéndose aliviada y comprendió como la pareja seguía amándose como el primer día.

Con una sonrisa y algo de envidia, recogió la ropa y puso unas flores encima de la cama.
Salió de la casa con esa sonrisa que solo se refleja en el rostro de quien añora lo que no tiene.

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Cyliam


La humedad inundaba aquel lugar, los carbones bajo el hammam no parecian haber quedado para nada resecos y se notaba ya aquella calidez tipica del baño.

La pelirroja metio la mano en el agua para ver que se hubiera templado aunque fuera solo un poco y asi era, aunque aun un poco fresca se notaba como lentamente se templaba, vertio los aceites que tanto gustaban de aromas florales, lavanda y jazmin, acerco el jabon y las tualias y cuando vio a su esposo como su madre lo trajo al mundo la travesura se hizo.

Camino lentamenteme hacia el, regalando la mas dulce de las sonrisas inocentes que sus labios podia esbozar mientras pestañeaba coquetamente hipnotizandole y cuando lo tuvo bien atrapado en esas armas de mujer....

De un suave empujon tiro al rubio al hammam riendose a carcajadas del pobre rubito. Pero ella no tardo en mojarse tambien, era demasiado irresistible y pronto ella tambien salto dentro del hammam rapida para abrazarlo.
Se acurruco entre los brazos del rubio, bañandole con sus manos en aquella agua aceitada de deliciosos aromas.

De nuevo el tiempo se detuvo y solo existian ellos, las flores hacian su efecto y la pelirroja melosa se encontraba muy a gusto en tan buena compañia. - ¿Ya te sientes mejor? Pregunto mientras acariciaba los brazos de su esposo en un suave masaje.


Gracias a mi Morena, la mas guapa y buenas de todas por regarnos las plantitas ♥ Te queremos

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Mikumiku


Las gotas morían lentamente, lanzándose al vacío desde escarpados acantilados de su rostro o arrastradas por la maraña de pelo, aplastada por el agua. Poco tardó el caballero en apartarse de los ojos aquella barrera, en el impulso automatizado de no querer perderse ningún detalle de lo que se avecinaba. Derrotado por una jugada tan simple y tan vieja, decidió esperar la llegada de la pelirroja desde el borde opuesto del hammam.

Uno no se cansaba nunca de mirarla. La suya era una belleza directa, sincera, abrasadora como un incendio de verano. El espectador, indefenso, notaba cómo por dentro empezaba a arder sin control y temía porque el fuego acabara consumiéndole. Miku, por otra parte, había hecho de aquella práctica una religión inquebrantable. La estudiaba, con los cinco sentidos, mientras con elegancia y sensualidad ella cruzaba el charco para enredarle en un abrazo.

El capitán reía, contento. Las sombras, enviadas a sus recovecos por cierta pareja de ojos verdes, yacían por el momento olvidadas para su propietario. Nunca se libraría del todo de la oscuridad, y era en el fondo consciente de ello; Pues en su poder no estaba cambiar el pasado. El verdadero reto estaba en dominarse a uno mismo y no rendirse jamás. Para ello, por supuesto, el tiempo había demostrado que parte vital de esa lucha era auxiliada por el cariño de la veneciana.

- Como nunca. – Le respondió, en un susurro más íntimo y embriagador. Con esa voz que en los inviernos se rasgaba, a juego con la piel nervuda y pintada de cicatrices. – Me siento… Como si fuera capaz de hacer cualquier cosa. Es complicado de explicar. A mitad entre el enamoramiento y el fragor de la batalla, y más fuerte que ambos a la vez.

Otra cosa que probablemente no llegara a conseguir sería expresar ese tipo de cosas con sílabas y letras. Como mínimo con palabras comprensibles y ordenadas. Abandonada esa esperanza la besó, buscando una boca que no necesitaba mucho más para hacerle perder el hilo de sus pensamientos. La calidez del medio, unida al tacto despiadado de los dos cuerpos unidos, creaba una atmósfera imposible de resistir.

Su mayor preocupación pasó a ser el bordar aquel juego de los amantes, ese deporte, o arte, del que ya eran expertos pero nunca se sabía todo. Miku notó que se erizaba de gusto en respuesta a las caricias, y con toda la paciencia del mundo se dejó maltratar por atenciones dignas de una deidad. Por otra parte, aquellas cadenas invisibles que les unían ataban en ambas direcciones. Él no tardó en mover pieza por primera vez en la partida, y los masajes lentos, circulares, sinuosos, no tardaron en acelerar la espiral de deseo que perseguía siempre al matrimonio.

El ritmo de las respiraciones iba en aumento, y junto a él los primeros labios entreabiertos. Las primeras espaldas arqueadas involuntariamente. Caricias más ambiciosas que buscaban acercar, agarrar y conquistar. Y en el medio de toda esa técnica, en el epicentro de un duelo encarnizado, el caballero supo que había llegado el momento de devolver la sorpresa que de un empujón le había mandado al agua.

La levantó poderosamente hacia arriba, de forma súbita e imprevisible, poniéndose en pie y sacándola totalmente fuera del agua en un abrazo gentil pero salvaje. Sin preocuparse por salpicar o hacer ruido, continuó el movimiento para sentarla firmemente en otro borde de la bañera oriental. Como ella misma había hilado, el susto iba seguido del placer. El aventurero incauto se perdió entre besos por unas piernas finas, blancas y suaves; En un sendero que ascendía al mismo tiempo hacia el fuego y la perdición. Enseñó los dientes y cazó.

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Cyliam


Diciembre habia llegado, el frio invernal, los primeros copos de nieve y por su puesto, las mantas, lanas, gorros y guantes.

Los mas pequeños de la casa embozados en los caprichosos y calidos atuendos de su madre disfrutaban como lo que eran, unos, enanos persiguiendo a las ardillas y jugando con la nieve que quedaba sobre el jardin, siempre vigilados por las dos doncellas y como no por las mismas ardillas que huian de ellos.

Pero aquel dia, ventidos de Diciembre, era un dia mas especial para la pareja que para los pequeños. El rubio aun dormia, su rostro angelical envuelto por una fina cortina de cabellos rubios y una barba de varios dias. La pelirroja se quedo mirando embelesada al rubio y con delicadeza y sumo cuidado aparto los cabellos del rubio y apoyo la cabeza en la almohada muy cerca de el, beso su nariz y sonrio acercandose mas a el hasta rozar sus labios. - Buenos dias pajarito mio. Dijo en voz baja mientras despertaba a su esposo con besos suaves y mimosos. - Feliz aniversario. Sonrio mientras acariciaba la cabeza de su rubito.

Tres años desde que ambos dijeran si quiero. Tres maravillosos años en los que ambos seguian tan enamorados e incluso mas. La de Compostela pestañeo y atrapo a su esposo con una pierna bajo la espesa manta en un abrazo del que esperaba no dejarlo escapar en unas cuantas horas.

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Mikumiku


Había sido un sueño sin sueños, reparador y tranquilo. El mal de las pesadillas se estaba comportando últimamente con el vallisoletano, según su vida se acababa de ajustar a la tranquilidad del trabajo y el hogar. Ser caballero y capitán de la guardia real no cubría del todo sus necesidades de gloria y campo de batalla, pero daba el toque de tensión necesario para no olvidar las guerreras costumbres.

Más que abrir los ojos, la sensación fue la de una brisa suave que dejaba paso a la luz. Su consciencia, todavía transitando otros mundos, encontró paso a paso el tacto de los exquisitos roces de la mujer, cuyas formas se dibujaban claras ante la mirada lenta de la vigilia. Respiró hondo y poco a poco, con cuidado para espirar un flujo de aire fino y delicado. Estaban tan cerca que no podía ver nada que no fuese piel blanca, ojos verdes y un marco de rubíes enhebrados. Tan cerca que al acompañar labios a los susurros los sentía acariciar los suyos, como pidiendo besos interminables.

Aceptó los términos que demandaban, y con el beso se firmó la inauguración de aquel veintidós de diciembre. – Feliz aniversario. – Respondió al ubicarse. La mente de Miku se perdía en un recorrido por el tiempo, reviviendo todas las memorias de los últimos tres años. Había buenas y había malas, cuentos de hadas e historias de dolor y sufrimiento. Y sin embargo, al final de todas ellas, siempre volvían a perderse en aquella mirada del color de la aguamarina. La moraleja era la misma: No había hombre en el mundo más afortunado.

Se había rendido a sus encantos aun antes de poder moverse. Ya podían pasar las estaciones sin descanso, que jamás sería él capaz de enfrentar tamaña hechicería. Era el embrujo de la perfección hecha ente físico y espiritual, un milagro de la vida y el pecado más dulce de la existencia. Al sentir la pierna envolverle supo que su dama le correspondía, y eso era el único aliento que necesitaba para seguir luchando. Olía a telas acogedoras, y a esa combinación de perfumes y mujer que obligaba a concentrarse para mantenerse cuerdo.

- Quédate conmigo. – Suplicó en voz baja, siempre despacio y con ternura. Era el momento de mover pieza, y al desplazar el brazo sintió el caballero aquella aflicción que sufrían los hombres, cada mañana, como una maldición bien puntual. No le dio importancia. Con un abrazo voraz, casi familiar, acercó a su esposa por la cintura. Como un niño que no puede pegar ojo sin su juguete favorito bajo el brazo. – Hoy no hay prisa…

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Cyliam


- Quédate conmigo. Hoy no hay prisa…

No pudo sentirse mas feliz, le abrazo fuertemente y sonrio antes de esconder la cabeza entre el pecho de su esposo.
Que dejara de lado por un dia sus obligaciones como capitan era maravilloso.

- Dicho y hecho. Respondio la pelirroja mordisqueando el brazo del rubito con una sonrisa infantil.

El simple hecho de estar abrazada a su esposo, en la cama y sin obligaciones de por medio le causaba una paz que nada podia superarlo. Se retorcio entre los brazos del rubio medio estirandose pero sin querer separarse de el, e incluso un bostezo se le escapo al sentirse tan comoda y tan abrigada en el abrazo. - ¿Podemos quedarnos asi todo el dia? Pregunto mimosa mientras refrotaba la cara contra el cuerpo del rubio como si de una pequeña minina se tratara. - Estoy muy comoda aqui y asi. Susurro en un abrazo fuerte como si pensara que el se iba a escapar de un momento a otro.

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Mikumiku


- Te diría que nos quedáramos así lo que queda de invierno. Como mínimo. – Dijo en voz baja a la pelirroja, que se revolvía tiernamente a su lado. Entrecruzaron los dedos de una mano, como si bajo la pesada manta fuera a perderse alguno. De cierto modo, las situaciones como esa le hacían sentirse protector, incluso paternal. Y siempre le había parecido extraño, dado lo capaz que era por sí misma la señora de Compostela y lo incendiario del vínculo que les unía. – Déjame solo un momento, ni te muevas del sitio.

Sonrió. Las últimas palabras las había pronunciado casi riñendo, pero con un tono cargado de humor y de cariño. Se aseguró de acariciar el máximo recorrido posible antes de levantarse y ser bienvenido por un suelo duro, helado. No tardó mucho el rubio en salir de la habitación, alentado por la naturaleza y un deseo de lavarse la cara para recuperar la consciencia del tiempo y el espacio.

Tuvo, por lo tanto, algo de tiempo para pensar con nitidez. Lo primero que acudió a su mente fue el recuerdo de las navidades pasadas, cuando la reina de las reinas se le había regalado a sí misma. Únicamente vestida con un lazo rojo – que el rubio aún conservaba como oro en paño pese haberse arrastrado por medio mundo – se presentaba entonces ante él, en una mañana como pocas se han narrado. Solo, y con la barbilla todavía goteando sobre la cerámica, se le ocurrió una idea.

Al sonreír para sí mismo un reflejo gemelo le dio el visto bueno desde el otro lado de un espejo. Un yo que al poco le devolvía, desnudo, un gesto de duda resignado al plan establecido. La cinta fue suministrada por un cajón entreabierto, que el caballero procedió a atarse a modo de cinturón. Teniendo en mente cómo ella había usado la tela para esconder astutamente las partes más tentadoras de su ser, continuó envolviendo las propias hasta rematar con un lacito la función. Y esa vez decidió no verse, por temor a avergonzarse de sí mismo hasta el fin de los días.

Pocos pasos después entraba de nuevo en la habitación. Cualquier otro día, los dos amantes ya habrían volado del nido para atender recados de varias índoles. Este era diferente. Un rayo de luz, ya alto, alumbraba directamente la cama ocupada. Miku dejó caer las prendas que ahora sobraban, y llamó a la veneciana por su nombre. Se sorprendió al escuchar su propia voz, aparentemente calma, cuando una carga de caballería le atronaba en el pecho.

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Cyliam


La pelirroja rompio a reir en carcajadas incontrolables al ver a su rubito tal y como su madre lo trajo al mundo, salvo por un gran lazo rojo. No podia evitarlo, era tan mono verlo asi, tan indefenso.

Salto sobre la cama y gateo sobre la misma hasta llegar al borde donde su maravilloso esposo esperaba de pie, ella aun intentaba controlar las risotadas pero con poco exito.

- Estas muy lindo. Me gustaria dejarte asi, enmarcado, como un cuadro que pudiera admirar a todas horas. Dijo con una voz coqueta. - Ven aqui regalito mio. Volvio a decir estirando la mano hasta alcanzar el lazo. - Quien iba a decir que el rojo te favoreceria tanto. Coqueta y maliciosa tironeo suavemente del lazo pero sin llegar a deshacerlo.

Era el momento de torturarlo, de romper en aquel hombre toda la seriedad. La de Compostela se moridio el labio inferior mirando con malicia al rubio, con esa mirada que era capaz de hacer caer cualquier torre, esta vez la torre era su esposo. Abrio los brazos y cazo a su esposo por las caderas atrayendolo hacia ella, miro hacia arriba con picardia y acaricio el lomito de su esposo. - ¿Que pasaria si no quisiera abrir mi regalo aun? Pregunto abrazada al desnudo cuerpo del rubito.

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Mikumiku


Notó como le empezaban a arder las mejillas, aplastada su autoestima por una losa de vergüenza, que grabada contenía las palabras “Mejor no haberlo hecho”. A saber lo que parecía, con esas pintas. El arte del disfraz no era una de sus habilidades especiales. Otro fracaso más que unir a la poesía y al baile.

- Bueno, no tengo ese estilo que tienes tú… Ah… - Había empezado incluso a disculparse cuando ella se acercó, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos con la picardía de un rostro que invitaba a muchas cosas. Miku se calló, y sonrió entregándose a su esposa. Parecía que el regalo sí que le estaba gustando.

Por su parte fue atraído hacia el borde de la cama oponiendo nula resistencia. Sentía ahora un deseo que se ensanchaba en su interior, escalando para salir con garras y colmillos. Sin embargo, aún no se lo merecía. No sin antes jugar con los dados que la pelirroja le estaba lanzando. El capitán bajó la mirada para verla juguetear con el envoltorio de su presente, tortura que estaba levantando de su sueño partes poco propensas al debate. Acarició aquella faz divertida, y le apartó tras la oreja un mechón de cabello rojo. El frío y la sensación de desnudez eran apabullantes, mas su sentido del tacto pareció haberse afinado, convirtiendo cualquier roce en la perdición de los santos.

- ¿Y por qué no? – Para combatir su tono tentador decidió emplear otro más ingenuo, como si aún fuera el novicio que una vez se había enamorado de su maestre. Forzadamente inocente, pero cargado con toda la insinuación que fue capaz. - No querrás que vaya así por la calle. Y míralo, el pobre, las ganas que parece que tenga de que lo abran.

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Cyliam


La pelirroja estaba encantada al ver al rubio tan avergonzado y titubeante, indefenso a la vez con tan poca ropa, en verdad, ninguna, salvo un gran lazo rojo que poco a poco empezaba a hacer juego con las mejillas del rubito.

- Mi regalo parece estar revolviéndose en su envoltorio. Dijo la pelirroja con una voz melosa mientras tiraba muy lentamente del lazo. Aquella tortura no era mas que un juego, siempre jugaban a torturarse mutuamente, era el pan de cada dia y quizás el éxito de su matrimonio, era difícil por no decir imposible cansarse alguna vez de esos juegos que hacían que a cada momento se desearan mas y mas.

- ¿Y por qué no? No querrás que vaya así por la calle.

La pelirroja alzo la mirada nuevamente. – Ni loca, eso nunca jamás, ni en sueños. Eres mio, sola y únicamente mio y de nadie mas, y pobre de la que ose por un segundo pretenderte porque me la como viva. Respondio entre gruñidos apretándose a su esposo.

No era celosa, ni posesiva, pero ser esposa no era un trabajo duro y menos con un rubio tan propenso a meterse en lios y a acabar magullado por todas partes. – Anda ven aquí cosita bonita, no quiero que mi regalo se enfrie. Dijo sugerentemente volviendo a esconderse bajo la manta y llamando al rubio con suaves golpes en el colchon. – Es hora de abrir mi regalo, muajajaja. Rio malévolamente pensando en las mil torturas que se acercaban bajo la manta.

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Mikumiku


Al fin había llegado el momento, y con él la oportunidad de pagarle con la misma moneda. Los juegos no parecían tener fin jamás, y entre ambos habían conseguido dar otro significado a la palabra venganza. La suya era una lucha encarnizada, visceral, de las que consumía a los veteranos por dentro y por fuera. Un asedio de los que duraban años sin que ningún bando se rindiera.

- Me gustaría ver eso. – Bromeó, imaginándola proteger su territorio cual leona del desierto. En la amenaza habitaba esa clase de fuerza, de ímpetu, el poder femenino que ciertas mujeres sabían desatar. Y a él le volvía loco presenciarlo. – No lo pedirás dos veces.

Los gestos y palabras se volvieron transparentes, incluso para él. Era el momento de sonar la campana y poner las cartas sobre la mesa. Primer asalto. El caballero estaba visiblemente encendido por la situación, abandonada la vergüenza por el deseo incendiario. Dejó caer su peso hacia delante, apoyándose en la cama y flexionando los brazos como el dragón que aterrizara sobre su tesoro. No separó la vista de la veneciana. Poco a poco gateó hacia ella, relajando y tensando el cuerpo a cada paso dado sobre el colchón. Tras él se arrastraba un lazo rojo medio suelto, imitando la cola del legendario reptil.

No fue difícil encontrarla bajo la manta. La cazó con sus garras, al abrigo de aquella calidez sombría. Cyliam era suya, igual que él era de la pelirroja. Miku se deshizo en besos y mordiscos, en un repertorio que la hiciera ansiar el estreno de su regalo. Aquel era su verdadero mundo, sus verdaderas habilidades, y ningún mérito de las armas podía compararse a la alegría de una mañana enredado entre las sábanas.

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Mikumiku


Acunó a la pequeña en sus brazos, pensando en cómo crecía la pelirroja más pequeña de la familia. Todavía parecía ayer cuando habían entrado en aquel convento para buscarla. Qué frágil le había parecido entonces, recordaba, y en qué adorable proyecto de personita se había convertido. Pese a su corta edad parecía muy viva y traviesa, y en aquellos ojos había reflejada una pequeña parte de la locura de padre y madre.

Miku recorrió el pasillo, despacio, con pasos lentos y tranquilos que no querían llegar a ninguna parte. Un poco más, y su hija estaría dormida antes incluso de llegar al final. En realidad no había ninguna necesidad de que el caballero realizara aquella clase de tareas, pero en su interior nacía una paz reconfortante. Sobre el silencio solamente vibraban respiraciones sin prisa, puntuales y calmas.

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Cyliam


El invierno no pretendia abandonar Castilla ni por asomo, los dias eran gelidos y el dia que no llovia, nevaba.
Aunque a los pequeños no les parecia ningun impedimento para sacar de quicio a las doncellas y a su propia madre, hasta Mariana que era la mayor y mas modosita se habia revolucionado con las nevadas y solo saltaba y brincaba al rededor de su madre para salir a jugar con la nieve.

Pero quedaba el consuelo de la mas pequeña, Camille que comia, dormia y de vez en cuando atormentaba con lloros antojosos a su madre, pero que en seguida se calmaban cuando alguna de las ardillas se acurrucaba junto a su cabeza.

Ultimamente la pareja viajaba mas que de costumbre, el rubio, si no era por el ejercito, era alguna escolta o jugaba a los soldaditos con el resto de Fisterra y como no la pelirroja lo perseguia alla donde fuera. Aunque esta vez habia decidido quedarse en Pucela con los pequeños y dejar que su rubito esposo viajara el solo.

Acurrucada en el sillon junto a la chimenea dormitaba como una bendita mientras alguna de las ardillas, caprichosas del calor hogareño se convertian en pequeñas bolitas sobre su regazo, hasta Diablo que no paraba quieto ni un segundo se habia enroscado en el cuello de la pelirroja y dormitaba calentito y calmado.

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Mikumiku


Un día, eso era todo lo que había podido permitirse volver a casa. Solo una noche para descansar, y aliviar la carga de unos hombros exhaustos. Sin embargo, la aventura aún ni siquiera había empezado de verdad. Y la perspectiva de pasar una última noche junto a su esposa evaporaba cualquier posibilidad de sueño reparador.

Tras semanas sin haberla visto, el recientemente nombrado señor de Cartagena hubiese derribado la puerta de la casa por no detener sus pasos. Como un vendaval atravesó la villa, olvidando a sus compañeros de caminos y apartando atemorizados a aquellos demasiado lentos para alejarse de su estela. La necesitaba y la quería ya.

- ¡Cyliam! – La llamó, subiendo de dos en dos las escaleras de la casa da torre. Olvidando incluso desarmarse, sin parar siquiera a lavarse la cara. – Estoy aquí.

La locura era demasiada para otra cosa. El rubio entró en la habitación como una tormenta, mente y cuerpo únicamente centrados en venerar a la diosa entre mortales. La buscó, abrazó y besó durante lo que bien pudo ser la mitad de aquel único día que podía tenerla entre sus brazos. Cayeron sobre la cama, aún el caballero vistiendo espada y media armadura. Tanto tenían que decirse, con palabras y sin ellas, y tan poco tiempo les quedaba hasta el siguiente adiós. “Te he echado de menos” se quedaba corto entre los amantes.

- Eres mejor aún de lo que se puede imaginar en la soledad del camino. – Acertó a pronunciar, poco lírico y con muchas alternativas donde emplear los labios. – Volveré victorioso, te lo prometo. Y aceptaré cualquier castigo por alejarme de tu lado. Pero olvidémonos, hoy, de cualquier cosa…

No había un momento que perder. Una noche sin fin con ella, y una mañana donde descansar junto a sus hijos. La guerra era una amiga exigente.

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Cyliam


Escucho el grito de su marido, las fuertes pisadas que hacia al subir las escaleras.

Estaba en el dormitorio recogiendo la ropa y al escucharlo lo dejo todo, salio al recibir a su esposo con los ojos mas brillantes que nunca, queria besarle, morderle, acariciarle, sentirle otra vez, era una adicta a su esposo, cada noche sin el se habia convertido en una tortura gelida.

No pudo reaccionar, no quiso hacerlo, se fundio en un beso largo y apasionado, como pretendiendo recuperarlo todo en una decima de segundo, le daba igual todo el metal que el rubio llevabara encima lo necesitaba.

Cayo desplomada bajo todo el hierro del rubio y el rubio incluido y aunque las placas de metal se clavaban en su piel como mil cuchillos nada era tan doloroso como no poder dormir junto al ser al que amas. - Te echaba tanto de menos. Acerto a comentar entre beso y beso. Se deshizo como buenamente pudo de la armadura y espada del rubio y lo cubrio de besos y caricias. - Asi mucho mejor. Sonrio rodeandolo con los brazos. - Hoy te mimare mucho para que descanses y vayas con fuerza a repartir palos y asi salgas victorioso.

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