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A casa da Torre (II)

Cyliam


Hacia un calor de narices, sentia como el flequillo se le pegaba a la frente y no habia manera de evitarlo, hasta las ardillas padecian el calor, se escondian bajo los faldones de la pelirroja, aunque tampoco aquel era un lugar fresco y cada dos por tres salian en estampida de los faldones buscando la sombra de un arbol o algun riachuelo donde remojarse.

La pelirroja no sabia ya donde meterse, la camisola de lino blanco y el faldon que debian ser la ropa mas fresca que tenia en verdad no lo eran, hasta habia decidido deshacerse de sus comodas botas y andar descalza cual pordiosera.

- ¿Como puede hacer tanto calor en un sitio tan pequeño? Se preguntaba mientras se abanicaba como podia. - Me muero de calor.
Cuando escucho los pasos del rubio se arrastro por la casa hasta llegar a el y mirandole con ojitos de cachorrito suplico. - Me derriiiiitooooo. Vamos a la playa, estoy toda pegajosa. Lo husmeo por encima y con cara rara dijo. - Y tu hueles un poco a polluco. Tenemos que instalar un hammam asi no se puede vivir.

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Mikumiku


El palacio no se parecía mucho al resto de residencias de los Espinosa di Véneto. Estaba lejos de la naturaleza, al contrario de la casona del bosque pucelano, y era más pequeña que a casa da torre – especialmente tras haberla unido al edificio posterior. Sin embargo, se olía un aire de riqueza ostentosa por todo el lugar. La misma fachada estaba decorada, pintada y esculpida al detalle. En el interior los muebles parecían más obras de arte que lugares en los que sentarse, y decoraciones de otras épocas como mosaicos y jarrones daban toques de delicadeza aquí y allá. Dentro se estaba más fresco que fuera, y las ventanas abiertas dejaban pasar con suerte alguna corriente de aire. No había decidido Miku todavía si el lugar le gustaba o no, pero supuso que dejaría la decisión en manos de su esposa. Al fin y al cabo, él no era un extraño de dormir al raso y cualquier lugar le parecía práctico.

Tampoco se detuvo a pensar mucho. Cuando llegó fue recibido al instante por la reina de Roma, revoloteando entre faldas, abanicos y cabellos rojos. No puedo evitar reír tras sus palabras y la besó, increíblemente preciosa por más acalorada o pegajosa que estuviera.

- Me gusta la idea. Parece que aquí ir buscando el fresco es una prioridad. – La rodeó por la cintura, fijándose en que iba descalza y vestida con ropa liviana y suelta. Bromeó primero un poco para olvidar durante un momento las quejas. – Debería haber traído de África uno de esos atuendos exóticos de bailarina, que cubren poco y lo demás enseñan. Y si no te gusta me lo pondría yo que tiene pinta de ser fresquito.

El maestre soltó una carcajada de nuevo, divertido y feliz por haber acabado de organizar el gobierno del feudo. Le supo mal por Cyliam, quizá no hubiese querido explorar la ciudad por su cuenta en su ausencia, o no estaba acostumbrada todavía al calor y humedad del ambiente. En cualquier caso no iba a permitir que pasara un mal rato.

- ¿Qué playa de todas quieres ver? Sugiero la tuya. – Sonrió, pues era el momento de darle la sorpresa. De la manga izquierda de la camisa sacó un papel enrollado, atado con una cinta de tela roja. Juguetón, se lo introdujo poco a poco en el cuello de la camisola. – Había una casona vacía junto a una pequeña cala no muy lejos de la ciudad. Dos papeles y ahora es de mi pelirroja favorita. El hammam se quedará pequeño al lado de un mar, ¿No crees?

Le tendió la mano, contagiado de ilusión. Habría que ir a estrenarla.

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Cyliam


A pesar del sofocante y pegajoso calor Cartaginés, la pelirroja habia decidido que pasar las vacaciones junto al mar era mas divertido que pasar los lluviosos dias Gallegos o el sofocante calor Castellano.

Ademas todo parecia ir a la perfeccion, no tardaron en transladarse a la casona con su cala, y la de Ribadavia se habia dejado hasta el ultimo escudo de la recaudacion de peregrinos en pagar la rapida construccion del hammam. Pronto las siestas sobre jergones de paja fueron sustituidas por siestas acuaticas en el hammam, el cual sin calor mantenia el agua a la temperatura perfecta para no convertirse en caldo de pelirroja.

En verdad salvo el calor todo era perfecto, pero el calor... ese caprichoso calor lo estropeaba continuamente, pero era la escusa perfecta para comprarse un modelito, en realidad para comprar telas, Wallada viajo hasta Cartagena unos dias despues de la mudanza, con una mision importantisima.

- ¿Me haras el vestido mas bonito del mundo? Vi dibujos en libros de colores muy llamativos y compre las telas mas vivas y ligeras. Dijo señalando varias telas dobladas dentro de un arcon de madera caoba.
La arabesca sonrio, ella siempre tenia soluciones para todo. Cocinaba, cosia y entendia de construcciones y planos. - Wallada, siempre he tenido curiosidad. ¿A que te dedicabas antes de que intentaran venderte como esclava?
La mora se encogio de hombros. - A muchas cosas, mi señora, mi padre era constructor asi que aprendi de verlo, mi madre, pues era eso, una madre, ella me enseño las labores del hogar, a cuidar de mis hermanos, a leer y escribir. Y cuando nadie me veia ojeaba los legajos de los proyectos de mi padre, y cuando ibamos a la plaza bailaba con el resto de mujeres y jovenes. Podriamos decir que soy como tu, multiusos como soleis decir.

Ambas rompieron a reir. - Ademas eres paciente, podrias haberme dado puerta hace años y sigues aqui. Wallada sonrio ampliamente. - Entonces no tendria con quien pelearme, o a quien llevar por el buen camino, al menos lo intente claro esta. Pero sin vos, los pequeños, vuestro marido y como no todos esos animales mi vida seria muy aburrida.

Durante dos dias y casi dos noches, Wallada se centro en coser, bordar y decorar unos bombachos de una fina tela azul, una camisa que dejaba el vientre al aire de color blanco con bordados de colores y sin mangas. En realidad no se parecia mucho a lo que Wallada usaba en su juventud, pero dado que la pelirroja lloraba constantemente por el calor habia cambiado el diseño haciendolo mas fresco. - Ya esta. Creo que a Miku le gustara incluso mas que a ti. Dijo Wallada ayudando a la pelirroja a colocarse el nuevo atuendo.

- Es realmente fresco, la tela permite que la brisa me refresque. Te debo una Wallada.
Y en verdad aquellas vacaiones no habian hecho mas que empezar, pronto Faitai se reuniria tambien y con ella, todos los pequeños de la casa.
Los unicos que no tuvieron que viajar fueron los animales, Diablo se infiltro en el arcon de las botas de la pelirroja y aunque no destrozo ninguna cuando la pelirroja pretendio calzarse la bota recibio un buen bocado en el dedo cordo del pie. Las ardillas, bueno ellas eran capaces de buscar cualquier recoveco y los cuervos Fobos y Deimos, llegaron poco despues tras varios dias de vuelo.

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Mikumiku


No había fin visible en la enorme lista de tareas del feudo. Durante demasiado tiempo, los territorios del reino de Murcia habían sido algo abandonados por la corte castellanoleonesa, siempre lejos de las reformas y la mano dura de un noble capaz. Y se hacía curioso, pues eran tierras rodeadas de fronteras y conflictos, con enemigos en todos los costados por tierra y mar. Entraban y salían de sus puertos las riquezas del mediterráneo, y embarcaciones orgullosas desde la más mísera barca al alto navío de guerra. Cartagena hervía, como siempre, llena de gente de todas las clases y orígenes conocidos.

Aquel verano estaba siendo duro para Miku. Necesitaba entender cómo funcionaba todo en la urbe, conocer a las personalidades más relevantes. Construir un ejército disciplinado y moderno, dotado de caras e innovadoras armas que se adaptaran a su contexto. El oro fluía sin cesar en una cascada de negocios caóticos e incomprensibles. El rubio, acostumbrado a la honorable trata de una orden de caballería, había impuesto a martillazos consecuencias terribles para los que se pasaban de listos. Ganar apoyos le costaba en ocasiones tragarse el orgullo amargamente, y en otras el relegar decisiones a consejeros y administradores. Incluso la paz era una guerra.

Por otro lado, haberse apartado del mundo le había venido bien. Había dejado la Guardia a cambio de un descanso merecido, y reducir el número de viajes ayudaba a su salud y ánimo. Menos preocupaciones equivalían a una vida más feliz, y de cierto modo se sentía como si la familia estuviese de vacaciones. Miku no tenía manera de saber cuánto duraría aquello, o qué iba a pasar en los siguientes meses. El caballero tenía bastante con sobrevivir.

Y sobrevivir a su lado era estar en el paraíso. Cyliam di Véneto no solo era su esposa y la mujer de su vida. Era la brisa que guiaba sus velas cuando nada parecía ir a ninguna parte, y la calma que mantenía todo a flota en las peores tormentas. La amaba como nunca había amado ni volvería a amar a nadie en el mundo. Que toda la familia hubiese accedido a vivir allí le había convertido en el hombre más feliz del mundo, y todas las atenciones que era capaz de darles eran de prioridad máxima. Pronto los pequeños también se unirían a ellos, e incluso a su corta edad irían aprendiendo las virtudes de ver mundo.

Aquel día decidió no encargarse de nada personalmente. Se habían instalado en una casa más apartada del agobio de la ciudad, fresca y cercana al mar. La cala era lo suficientemente inaccesible para ser vigilada con seguridad, y lo suficientemente discreta como para no levantar más cejas de las necesarias. Sin escolta y sin ninguna prisa, el rubio maestre paseaba por la playa sin hacer más esfuerzo que el de escuchar a las olas; Sirenas ronroneantes que jamás se callaban. Era hora de acercarse a casa y presentar batalla a cierta ninfa de la llama.

- ¿Estás por aquí? – Preguntó curioso, apartando las cortinas para hacer entrada en la casona. Tras abandonar su sombrero sin mucho reparo avanzó por el acogedor lugar, seguro de encontrarse pronto a la pelirroja. – Me sé de alguien que requiere de la vizcondesa para un asunto de vital importancia…

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Cyliam


La pelirroja sonrio ampliamente ante la dulce voz de su esposo que la llamaba.
Sonrio ante Wallada y dio un ultimo giro esperando el visto bueno de la arabesca. - ¿Estoy lista? Pregunto a la arabesca que tambien sonreia y afirmaba con la cabeza, mientras con sus manos la indicaba que ya podia salir.

- Ya voy amor, esperame y ten los ojos bien cerraditos. Tengo una sorpresa para ti. Camino despacio sin hacer que la madera crugiera a sus pasos intentando ser lo mas discreta posible.

Al llegar a su esposo que la esperaba quietito y con los ojillos bien cerrados, la pelirroja se acerco y le dio un suave beso en los labios. - Aun los abras. Dijo con voz melosa.

Miro nuevamente que el atuendo estuviera perfecto, y cuando se vio segura se quedo cual bailarina arabe con una mano sobre su cintura y la otra en alto. - Ya puedes abrirlos. Dijo con una amplia sonrisa y una mirada coqueta. - ¡TADAN! ¿Le gusta a mi amado vizconde el atuendo que he elegido para deleitarlo? Si la pelirroja sabia hacer muchas cosas, pero lo que mejor se le daba sin duda era borrar de los pensamientos del rubio cualquiera que no le produjera placer. Y alli estaba ella, dispuesta a darle razones y motivos para que sus pensamientos en ese momento empezaran a ser placenteros con tan solo verla alli, a unos pocos pasos de una sensual baile que sin duda agilizarian ese barrido de pensamientos.

Se acerco lentamente al rubio y le beso nuevamente. - Bienvenido cielo mio.

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Mikumiku


Tocaba seguir el juego y obedecer las instrucciones sin mucho rechistar. Una sorpresa era una sorpresa, había que portarse bien. De todos modos, muy rápidamente recibió el maestre la orden de abrir los ojos para su señora. Se abrió el telón, se desveló el misterio, y sus pensamientos cayeron a pedacitos para ser barridos lejos de aquel espacio-tiempo.

Necesitó un pequeño momento para situarse en la realidad. Miku la observó girar bajo un sensual vuelo de telas suaves, semitranslúcidas, recuerdo de tierras lejanas y eternas. Dos pasos de la pelirroja bastaron para reducir al ridículo los más ricos salones de emires, califas, sultanes y el resto de brutales reyes del sur del mundo. Era una aparición divina de las que hacían caer a los hombres de rodillas, los ojos llorando de alegría y la boca entreabierta con admiración.

El maestre se deshizo, atrapándola entre brazos humildes súbitamente solitarios. Arremetió contra su beso con otro todavía más hambriento. La cazó, con el corazón saliéndole del pecho. – Tú que crees… - Alcanzó a articular.

Él era suyo y ella de él, enredados inevitablemente bajo aquel viejo huracán. A quién le importaba el día, la hora, el lugar. Los años que pasaran. Normal no era, pero tampoco intentaron nunca que lo fuera. La piel solo entendía de tacto, y sus almas la una de la otra. Se querían como si todos los días fuesen a ser el último que pasarían juntos.

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Mikumiku


Llovía agua caliente. Un aire tórrido, viciado, hacía a las gotas caer de lado para empapar del todo aquella expedición bravía. La sensación era harto desagradable. Miku Espinosa, señor de Cartagena, torcía el gesto en mueca frustrada y contenida como si ignorar el clima pudiese hacerlo cambiar a placer. No era más que un mísero chaparrón de verano, breve pero intenso como demasiadas vidas en aquel negocio de las armas.

La galera surcaba las olas rampante, tras una proa larga, violenta y decidida. La nueva nave insignia del feudo más vivo de Murcia, corcel oceano de su señor. Era un diseño nuevo, y a la vez antiguo, loado ya por aquellos clásicos que poblaron la tierra siendo padres o contemporáneos de Aristóteles. Hileras de remos como lanzas enhiestas a cada costado de una embarcación baja y alargada, rauda, cuyas formas no solo le agradecían la maniobra sino que la transformaban en un ariete de los mares. La quilla, más baja, hacíala capaz de surcar costas y escollos imposibles.

Todos sabían la razón de su expedición al sur. Desde el primer remero hasta el más bisoño entre la soldadesca. Habían accedido por propia voluntad, acudiendo a la llamada de la nobleza como grandes vasallos. Muchos de ellos habían sufrido en sus carnes la crudeza del corso y la piratería. El mare nostrum, una olla efervescente de culturas y comercio, atraía a la peor calaña de todas ellas. Evidentemente, la franja mediterránea de costa castellana no era excepción a la regla.

Miku repasaba la nota, enviada astutamente a última hora.

Citation:
Al pueblo de la Corona de Castilla y León,

Hágase saber que hoy, día 15 de Agosto del año 1462 de Nuestro Señor Altísimo, las fuerzas marítimas del señorío de Cartagena han emprendido el rumbo a las costas de berbería, en un despliegue sin precedentes de valentía, coraje y honor.

Otorguen a tan brillante vanguardia su merced los Tres, así unida al atronar de las armas y los nuevos artes de la guerra. Yo en persona y vestido en hierros dirigiré la expedición, así me excusen familia y deberes, para con estos humildes brazos escribir un final a la escoria mora, que con corso, piratería y contrabando tanto mal hacen pasar a los reinos del sur.

¡Regocijaos, gentes de Murcia! Pues vuestros pesares han sido oídos. ¡Ya tiembla el argelino!


Miku Espinosa de Aranda, Vizconde de Ribadavia y Señor de Cartagena, Maestre de la Enxebre Orde de Fisterra


Había más historia detrás de aquello, por supuesto. No había informado con anterioridad ni pedido permiso a nadie, resuelto en su ganada autoridad. De cierta manera, era un modo de reafirmar el liderazgo y renombre que pudiese tener en el momento. Ya hacía tiempo de la guerra de Portugal, y la vida en aquel reino cálido le tenía apartado de los movimientos políticos y cortesanos. Por otra parte, la experiencia con aquellas nuevas maneras de hacer la guerra era algo muy valioso para la Corona, a quien podía dar ventaja en los años venideros.

Se preguntó cómo reaccionarían los reinos africanos. Nadie defendía a los piratas, pero de cualquier hilo se podía tirar para hacer surgir nuevas tensiones. En cualquier caso, cuando se enteraran las galeras ya habrían vuelto de camino a casa.

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Cyliam


El verano paso casi como un suspiro y antes de que se dieran cuenta, las primeras hojas comenzaba a desprenderse de los arboles.

Habia sido un verano fantastico, muy caluroso y sofocante pero habia sido una aventura digna de recordar para la pelirroja acostumbrada al clima lluvioso y fresco de Galicia.
En Cartagena aun permanecia el calor, pero ya no era tan agobiante como antes y la pelirroja disfrutaba viendo al rubito jugar a las guerras, sabia que a el le encantaba hacer planes de conquista, ella por el contrario era mas de administrar y robar a los peregrinos de Compostela o de subir los precios al exquisito vino de Ribadavia, los planes de guerra eran algo que ella no llevaba a comprender.

- Cielo mio. Creo que deberiamos volver a nuestra torre. Dijo abrazando por la espalda al rubio. - Te dejare jugar a la guerra en Ribadavia, aun debemos conquistar Gondomar ahora que la comadreja estiro la pata. Algun dia arrebataremos Galicia de la manos del rey y nos proclamaremos reyes de Galicia.

Aunque la pelirroja no tuviera idea de guerras siempre tendria esa espinita clavada, hacerse con Galicia sin duda era su mayor objetivo, quizas en algun momento tuviera el valor necesario para apoderarse, pero por el momento su rubio esposo seria quien liderara los juegos de la guerra mientras ella intentaba aprender algo.

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Mikumiku


En los juegos no siempre se gana. Muchas veces el arriesgar con valentía no se retribuye con la merecida compensación, y otras tantas es el azar caprichoso quien arbitra las partidas. Habilidad, voluntad, astucia y porte, son cuanto un hombre puede armar para enfrentarse al destino así como a sus semejantes.

La campaña argelina de aquel verano había dejado al señor de Cartagena con un sabor agridulce. Pese a la cantidad de embarcaciones corsarias apresadas, y de la creciente eficiencia de los nuevos ingenios militares, yacía sobre su conciencia el peso de cada murciano caído bajo su mando. Miku nunca se acostumbraría a aquel lado oscuro del poder; Mas en cierto modo lo agradecía, pues no era sino un recuerdo constante de lo que estaba en juego. Tenía en mente también la reacción de la corte ante tal hostilidad contra reinos vecinos.

Se acercaba el momento de volver. Llegaba el frío, aunque en aquellas tierras lo hiciera con más calma. Echaba de menos a sus compañeros de la orde, y nunca había sido de aquellos que permanecían mucho en el mismo sitio. Cyliam debía sentirlo también, y el feudo de Ribadavia todavía esperaba a su vizcondesa.

Nada le sorprendieron por tanto las palabras de la pelirroja aquel día, aunque sí lo hizo un abrazo por la espalda y a traición. Con la mayor delicadeza del mundo se zafó del agarre, levantando sus manos para besarlas servilmente. Sin acabar de soltarla, dio la media vuelta necesaria para poder admirarla al completo.

Por supuesto. - Respondió. Antes de darse cuenta su boca ya buscaba la ajena, hambrienta y acostumbrada a la buena vida de los últimos meses. - Siempre hay batallas que librar, aquí sabrán vivir sin nosotros. Salimos en lo que tardemos en preparar el viaje…

Rió, pensando en cómo resultaría dirigir una estrategia junto a su esposa, en el campo de batalla. Complicado sería mantener una mente fría. ¿Hasta dónde llegaban sus intenciones, dónde empezaba la trama y terminaba la broma? Más de una vez lo habían comentado ya, si bien lejos de conspiraciones y traición.

Apartó levemente un mechón rojo de su rostro, queriendo enmarcar su faz. Le encantaba. Aquel movimiento evolucionó en una caricia larga, anhelante, que se deshizo por su cuello y pecho hasta encontrar el paso bloqueado por vestiduras. Sus dedos quedaron apresados entre los dos amantes, tironeando hacia abajo con avidez.

- … O igual un poco más.

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Faitai


1463 - Finales de Febrero

Era un día como bien lo podía ser otro cualquiera en Castilla. La vida allí, si bien nunca fue perfecta, era un lecho de rosas comparada al día a día en su tierra original. Pocos habitantes de la península habrían oído jamás mencionar el nombre del Imperio Songhai, y sus descripciones serían siempre acompañadas de leyendas marineras. Faitai se sentía segura allí, rodeada de una familia que la apreciaba y le enseñaba toda clase de cosas. Su padre, rico mercader árabe, había compartido desventuras con el señor de la casa hacía ya mucho tiempo. Favor por favor, su progenitor le había asegurado un hogar seguro donde se la respetaba.

Aquellos reinos norteños seguían siendo, sin embargo, viejos y reticentes a cualquier cambio brusco. Los ancestros de la joven se reflejaban en su piel y rostro, provocando demasiadas miradas indiscretas y murmullos para su gusto. Como resultado de la incomodidad acababa pasando largos tiempos entre salones y patios, menos públicos, donde dejaba volar la mente en la lectura, la danza y los idiomas. Había sido una extraña revelación descubrir que ahora que tenía la posibilidad de hacer lo que quisiera, entre todas las diversiones hubiera hecho suyas las más tranquilas. Los vizcondes viajaban tanto que incluso se veía sin nada de trabajo en muchas ocasiones.

Aquel día algo iba a cambiar para siempre. Tras ayudar con la cena y los niños había aprovechado con ganas el calor del desproporcionadamente gigantesco baño. Hundida completamente en el agua cristalina, se sentía tan a gusto que no pudo evitar soltar un suspiro casi sensual. Sacó la cabeza del agua, tarareando en voz baja canciones que de su madre aprendió.

Un golpe la interrumpió, seco, sordo. El aliento se escapó de entre los carnosos labios, sin acertar a transformarse en grito. El reconocible entrechocar de metales que lo siguió, tan cercano, sólo podía significar una cosa: Alguien atacaba a casa da Torre. Faitai entendió que se decían cosas en lenguajes que no comprendía; Uno debía ser gallego pero el otro no lo había escuchado nunca antes.

Fuera por la sangre que le corría en las venas, fuera por la valentía aprendida de mano de nobles castellanos, la joven africana cruzaba el pasillo en cuestión de segundos. Preocupadísima y en la ignorancia, no sacrificó siquiera tiempo en secarse o vestirse tras salir del agua. “Los niños.” Pensaba. “Que los niños estén bien.”

Casi se llevó por delante a dos hombres enzarzados en plena lucha. Ambos parecieron verla al mismo tiempo, sorprendidos pero más concentrados en la defensa de sus vidas que en encontronazos con mujeres desnudas. El guardia gallego, viejo soldado de Fisterra en Valladolid, retenía por el cuello al hombre más extraño que había visto nunca. Llevaba la cabeza rapada, pero únicamente a los lados, y su bigote era tan largo que caía más allá de la barbilla. Enrojecido de rabia y falta de aire, parecía un demonio que perjurara en arameo.

- ¡Los fillos de los Maestres! - Enhebró el primero. - ¡Corre rapaza, corre como alma que lleva el diab…!

Estaba saltando sobre los dos hombres para alcanzar las escaleras, antes de que siquiera hubiera acabado la frase. Y no perdió mucho, pues el gallego fue interrumpido a mitad de advertencia por un cabezazo que le reventó la nariz. El del bigote rió salvajemente, dejando al descubierto unos dientes perfectamente amarillos. Aprovechando su ventaja se zafó del guarda para recuperar su arma, de algún modo clavada en la mesa. Era un sable cruel, largo y curvo, con una delgada tira de acero que unía la guarda con el pomo. Tan violento y extraño como su portador.

“Wallada habrá encerrado a la familia en la torre.” Se agarró a un clavo ardiendo. “Nadie puede abrir esa puerta cuando está cerrada por dentro.”

Faitai estaba arriba antes de la conclusión del combate. Sus temores más oscuros eran ciertos, o eso parecía. Había llegado tarde. Las puertas abiertas de par en par – todas excepto una, sábanas y ropa revueltas por el suelo. Se escuchaba el sollozo ahogado de un crío, y otra figura extraña apareció ante ella mientras los ojos se le inundaban de lágrimas y dolor. Cayó al suelo, indefensa y derrotada, ante unas botas altas de color mostaza. Sintió el tacto del frío acero en su pecho descubierto, y supo que ya solo estaba en manos de los espíritus. Alguien le tapó la cabeza con una manta, y como si hubiera sido un sueño, ya no volvió a ver Castilla.
Faitai


Finales de Marzo

Zaragoza – Campamento del ejército castellano

- No puede ser. – Afirmaba incrédulo Miku, releyendo la misiva que acababa de recibir. Había sido enviada desde su hogar, en Valladolid. Alguien había asaltado a casa da Torre hace alrededor de un mes y no había podido enterarse hasta ahora, cuando la guerra se detenía. – Pagarán por esto. Juro por Jah, juro por los Tres y mi alma inmortal; sobre mi espada y honor pagarán.

Estaba increíblemente furioso. Su familia había estado en peligro de muerte, ante una amenaza incomprensible que nadie había visto venir. Al parecer habían secuestrado a la joven africana, Faitai, que servía para ellos. El resto estaban bien, y daba las gracias a los cielos por ello. Sin embargo, la chica era hija de un viejo amigo mercader, el mismo que le había salvado una vez la vida, y gracias al cual había conseguido el Espinosa volver a Castilla tras vivir en el infierno.

Frustrado, reprimió las ansias de gritar como un energúmeno. Era su obligación actuar. Si no la encontraba, o perecía en el intento, el señor de Cartagena supo al instante que se odiaría a sí mismo hasta el fin de los tiempos. Además, en su carta Wallada le pedía a Miku que no contara lo sucedido a la pelirroja. Temía la reacción de Cyliam, quien sufría con loca amargura cada desgracia. Era terriblemente cruel ocultárselo, pero debía aquel favor a la mora. Además, pronto debía partir, y dejarla sufriendo sola sería todavía más pecado en aquellos yermos aragoneses.

No era mucha la información de la que disponía, pero tenía pistas y una estrategia a seguir. El mundo era un pañuelo si se cruzaba deprisa. Pronto se convertiría en embajador, e iba a verse involucrado en muchos viajes.


Algún lugar de Francia

Qué calor. Estaba ardiendo. No era normal para aquella época del año. ¿Estaba en el desierto de nuevo? No podía ser.

Faitai abrió los ojos y recordó. Una llama demasiado cercana la encegueció momentáneamente y volvió a cerrarlos. Cuando pudo pensar con claridad supo que seguía viva, que sus captores aún no la habían considerado ser una molestia. Poco a poco se incorporó, alejando su rostro oscuro de la hoguera improvisada. Una gota de sudor resbaló de su frente hasta los labios, donde la sintió perderse, salada como el mar.

¿Por qué ella? Era la pregunta que no podía dejar de hacerse. ¿Quién eran aquellos extranjeros, y qué pretendían? Un esclavista cualquiera no haría sus presas en una casa noble de la ciudad más protegida de Castilla. Si pretendían venderla podrían haberse deshecho de ella en cualquier punto de la frontera, y si sus intenciones eran oscuras ya habrían tenido mil ocasiones de llevarlas a cabo. ¿Dónde estaban yendo? En aquellas tierras se distinguía lo que únicamente podía ser francés. Y aquellos dos hombres no parecían comprender ninguna lengua más que su jerga imposible. No dejaban nunca de moverse por los caminos, y cuando se cruzaban con extraños se hacía un silencio tan espeso que se podía cortar con un cuchillo.

Todo aquel mes lo había pasado intentando entender, tras sentirse totalmente incapaz de enfrentarse a ellos por sí sola. Si escapaba, la ataban; Si hablaba, la amordazaban. Un día Faitai intentó quemar sus ataduras con los rescoldos de las llamas, solo para verse descubierta y castigada con pasar la noche desnuda y al raso. Solo utilizaban la fuerza cuando ella la empleaba, como un terrible y cruel espejo del que no había salida posible. Lo único que le quedaba era la esperanza de que en algún momento, en algún lugar, alguien les iba a ver y sospecharía. De que los jinetes se volverían confiados y meterían la pata. No iba a servir de nada llorar o desesperarse. Era una mujer fuerte y pronto habría oportunidad de demostrarlo.
Wallada


Podia sentir los gritos y la desesperacion en la carta que la Vizcondesa habia escrito, el simple hecho de ver al cuervo cruzar la ventana ya puso alerta a la morisca.

El cuervo graznaba impaciente, seguramente habian sido ordenes de la señora para que Wallada respondiera a la carta al momento.

Citation:
Mi estimada amiga:

Los pequeños estan sanos y salvos. Ninguno sufrio daño alguno, pero para nuestra desgracia Faitai ha desaparecido.
Se que estas muy furiosa porque no te avise antes, no queria causarte un disgusto, ambas conocemos tu caracter. Por eso solo avise a tu esposo, el es quien sabe manejar la situacion sin desquiciarse.

Fuimos atacados por un hombre extraño, nunca antes habia visto nada igual, lo vi desde la torre, cuando senti que las cosas no iban bien me lleve a los niños a la torre, ese lugar es lo mas seguro de la casa y demosle gracias a la pequeña Brynnie por ello.
Cerramos la puerta y observe desde la ventana, no sabria decir de donde era aquel hombre pero era sin duda muy extraño con un bigote muy peculiar, se llevo a Faitai, no se porque nos atacaron ni que esperaban conseguir de nosotros.

Estoy segura que Miku ha ido a rescatar a nuestra amiga. Pero no te preocupes, nosotros estamos bien, algunos guardias recibieron el aviso de nuestro ataque y ahora tenemos guardias dia y noche velando por nosotros. Miku conseguira rescatar a Faitai y traerla de nuevo a nuestra familia sana y salva, confia en el, ha superado muchos males para reencontrarse contigo y esta vez no sera diferente.

Con cariño. Wallada.


El cuervo salio volando una vez obtuvo el mensaje para su dueña y mientras se alejaba la morisca no podia dejar de suspirar y resoplar, en parte angustiada y en parte liberada despues de romper el secreto que guardaba consigo por el bien de la pelirroja.

- Niños, es hora de comer. Grito llamando a los pequeños a la mesa. Aunque ahora estaba sola podia sobrellevarlo sin problema, antes de la llegada de Faitai siempre habia estado ella, aunque la pelirroja siempre ayudaba en el hogar y ahora era Mariana, la mayor de los pequeños quien ayudaba.
Se asomo a la ventana y chisto a dos guardias de Compostela que vigilaban dia y noche. - Que aproveche. Dijo entregando dos cuencos con sopa.





Ferreira


Principios de Junio
Zaporiyhia (Estepa ucraniana)

Tenía sed, y hambre. Los hombres crueles habían empezado a racionar los víveres, sin comprar demasiadas conservas allá por donde pasaban. En su disminuída y maltratada conciencia Faitai se aferraba a la idea de que aquello significaba el fin. Le daba igual lo que hicieran con ella a esas alturas, vivir o morir a manos ajenas. Tras meses de cautiverio y ser tratada como un saco sus únicos deseos en el mundo eran cerrar los ojos y desaparecer.

Habían jugado con ella. Aun sin tocarla, la humillación a la que una persona puede someter a otra parecía una frontera sin límites. Cuando la partida abandonó el Imperio Germánico de Faitai solo quedaba una cáscara vacía, complaciente, que solamente luchaba por seguir viviendo. Allá por donde pasaban todo el mundo la miraba, clavando los ojos en su cara y manos. Unos curiosos, otros burlones o espantados, nadie parecía haber visto antes a una mujer de su etnia. El frío del invierno y de las montañas había quedado atrás para dar paso a un mar interminable de hierba verde, salpicado de aldeas de madera y bosques oscuros, habitado por una mayor cantidad de gente, con más ojos que se enterraban en sus huesos. Aun sin entenderles hablar supo de más de una ocasión en la que habían intentado comprarla de manos de los dos bigotudos.

Éstos se habían negado siempre. Pese al maltrato psicológico constante que le imponían, parecían querer respetar la integridad física de la malí. Seguía teniendo fuerzas para caminar día a día, e incluso le habían proporcionado otra muda harapienta con calzado remendado. Le habían dado a probar bebidas increíblemente fuertes, solo por ver cómo reaccionaba. Cuando no peleaban entre ellos o discutían a voz en grito eran como niños con una mascota nueva. Su presencia era por lo general más segura que la de los naturales de los pueblos, que parecían temerles y respetarles.

Entonces llegaron a la ciudad del gran río. – Dniéper. – Dijo el que cabalgaba primero, ululando entre risas y señalando al agua. Y el segundo le adelantó para, desenvainando su sable, abrir los brazos ante la extraña urbe que se extendía a sus pies. - ¡Zaporozhia!

Ambos parecieron volverse completamente locos. Encabriolaron a sus monturas, asalvajados, dando círculos con sus armas por encima de la cabeza. Debían haber llegado a casa. Faitai cayó al suelo de rodillas, y lloró.
Faitai
Continúa al anterior.




Su mundo se había roto y rehecho en cuestión de horas. De la noche a la mañana, la joven africana había pasado de ser un bulto a ser el centro de atención. De viajar durante meses en la soledad más absoluta a formar parte de un hervidero de agitación constante. Aquella ciudad era un caos sin pies ni cabeza. Los hombres bebían y gritaban como locos por razones incomprensibles, mientras las mujeres faenaban con andares bruscos y una fuerza insólita para sus enjutos cuerpos. Pocas eran las construcciones de piedra, y miles de tiendas se extendían entre casas de madera como un mar de telas de colores. Todo parecía viejo y al mismo tiempo hecho para durar poco tiempo. Como si la urbe hubiera sido pensada para moverse en cualquier instante pero hubiera quedado congelada en el tiempo.

Y caballos, por todas partes. Aquellas gentes parecían cuidar más sus monturas que sus hogares. Los paseaban por las calles de tierra apisonada, presumiendo de su porte o poniendo la voz en el cielo para atraer a posibles compradores. Chavales y no tan chavales competían en exhibiciones agresivas que eran un peligro para cualquier viandante. Y los más mayores, sentados en corros aquí y allá, se atusaban los largos bigotes con cara pétrea y ojos vidriosos.

¿Qué querían de ella? Era lo único que se preguntaba Faitai. Supo que había caído dormida - o quizá inconsciente - en el último trecho de camino que les separaba de la ciudad. Cuando despertó lo hizo asustada, en un lecho que le pareció el mayor milagro de la historia. Una joven estaba sentada a su lado, vigilándola con actitud curiosa. Llevaba el pelo rubio recogido en una trenza larga que caía sobre su pecho, y vestía a la manera ancha y colorida de aquellas gentes. Señaló una pequeña pila de ropajes similares que había cerca, pero cuando la otra acercó la mano fue apartada de un ligero bofetón. La cosaca - pues así se hacían llamar aquellas gentes - agarró a Faitai de la mano para arrastrarla a través de un edificio demasiado grande para el lugar.

La ayudó a asearse y vestirse, para tras ello comer juntas sobre una destartalada mesa de madera. La combinación de aquellas tres cosas la hizo sentirse más cómoda y feliz de lo que habia creído posible, aunque la africana no era tonta y recelaba de aquellas confianzas. Seguía reclusa en contra de su voluntad, en tierras desconocidas e increíblemente lejanas donde no comprendía a la gente hablar. Aun así, pronto ambas chicas intercambiaban gestos y risas en aquella conversación ligera tan internacional.

De pronto se montó una algarabía en la casona de techo abombado. Todo el mundo fue movido fuera del edificio, y Faitai acabó de pie entre una fila de mujeres y hombres que miraban a la puerta como esperando a un recibimiento. Algunos parecían nerviosos, y sintió que la joven de la trenza apretaba su brazo. Pronto se unieron a aquellas filas guerreros a caballo, con lanzas y sables colgando de sus sillas. El relincho y pateo de las bestias se unió al murmullo general.

- ¡Hetman Ivan Vishnevetsky! - Llamó uno de los guerreros, al fin. Soltó un discurso monumentalmente largo, que debía enumerar multitud de hechos del pasado y glorias recientes. Faitai miró atrás para descubrir que lo que eran unas filas se habían convertido en una multitud expectante. Aquel hombre debía ser alguien de importancia.

El Hetman se asomó entonces, llevando las manos al cielo y a su pueblo. Parecía rico, poderoso. En lugar de las camisas raídas del resto portaba una indumentaria recargada, nobiliaria, con diseños intrincados de brillantes. El soldado que había hablado, impetuoso, descabalgó de un salto para empujar a Faitai y acercarla al protagonista del evento. Nunca había sentido tal vergüenza e impotencia, dejada llevar por la imposibilidad de cualquier otro plan. El cosaco ofreció a su líder una maza descomunalmente grande, engarzada de piedras preciosas, y la plaza estalló en ovación. Tras ello tomó la mano de la reclusa y la unió con algo de desgana a la del hetman. El ruido fue ensordecedor.
Faitai


Puede que Faitai fuera joven, pero no era tonta. Sabía que ahora, como mujer del líder, los roles habían cambiado. Aunque siguiera vigilada a todas horas ya no eran obscenas y hostiles las miradas que recibía, sino de respeto e incluso temor. Algunos de los cosacos no habían cejado en sus empeños, y cuando no había nadie mirando continuaban presionando a la africana con sus modales vulgares. No la habían forzado a pasar la noche con el hetman, no todavía, pero sí había sido educada en el tratamiento que debía darle.

Cada vez se sentía más valiente y confiada. En las largas horas muertas que vivía en la ciudad había empezado a aprender la dura lengua local, y a curiosear entre signos y monosílabos para reconocer información útil. Aquellas gentes no debían ser extrañas a los idiomas lejanos, pues estaban acostumbradas al contacto de la guerra y del comercio. Natalya, la otra chica que vivía con ella, resultó ser una gran profesora y compañera. Pasaban mucho tiempo juntas, cosiendo, cocinando, montando a caballo y tirando con arcos. Todo el mundo parecía haber olvidado rápidamente que ella jamás perteneció al lugar, atrapada en aquel ritmo frenético de sus gentes.

Con el paso del tiempo empezaba a verse como uno de ellos. Aquella vida no era excesivamente dura, la consentían incluso, pero no podía evitar sentirse un objeto decorativo más que una mujer. Pero Faitai no se iba a dejar vencer por las circunstancias. Tenía un plan, y no iba a dudar en hacer lo que fuera necesario.

A varios días de viaje…

El tártaro cayó al suelo como un muñeco de paja, sus extremidades azotando el aire intentado aferrarse sin éxito a su montura. Miku ya retiraba la lanza ensangrentada de su pecho incluso antes de que el oriental golpeara el suelo. Era el último enemigo de un horizonte rojo, nublado y espeso que no dejaba entrever el final. El noble hizo girar al caballo, dando la cara al resto de sus compañeros.

Un centenar de caballeros polacos y rusos limpiaba el campo de los últimos rivales que huían. Entre gritos extraños éstos caían, espoleaban o corrían desesperados. No era la primera partida de guerra que cazaban. La guerra de frontera en el este era cruel, intensa, mucho más salvaje de cualquier acto militar a lo que el noble castellano estuviera acostumbrado. Miku pensaba en las historias del pasado, en las guerras de Granada y de Valencia de siglos anteriores. ¿Era aquello lo que sentían los grandes héroes de Castilla tiempo ha? Dolor, cansancio e ira. Sangre y saqueo para gloria del más fuerte.

Faitai debía estar cerca. Sus sueños nunca eran tranquilos, las habituales imágenes sensuales de su esposa interrumpidas cada vez más por visiones de la africana presa en algún campamento salvaje. Recuperar a la hija del que una vez había salvado su vida se había convertido en una obsesión de la que no había escapatoria. Una obsesión que le había empujado a través de todo el continente hacia fronteras perdidas entre reinos olvidados. El fin se cernía sobre los cazadores.
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