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A casa da Torre (II)

Faitai


Despertó, confusa. No era su propia cama y la vibración de un respirar profundo le chivó que no estaba sola. Según la niebla soñolienta se disipaba Faitai empezó a sopesar las consecuencias de lo ocurrido la noche anterior. Todos sus planes, la estrategia de ganarse la confianza de su marido y señor, sus vías de huída, habían sido cortados de golpe. Y no había sido culpa de nadie más que de ella misma.

En una punzada de dolorosa verdad la africana había descubierto que aquella vida le gustaba. Había pasado de vivir con la nobleza castellana a experimentar el poder de una sociedad distinta, agresiva y pasional. Había encontrado intérpretes útiles y dispuestos, al mismo tiempo que empezaba a ser capaz de hilar las primeras frases acorde a la mezcla local de idiomas. Se le daban bien los caballos, lo que le recordaba a sus señores de Valladolid. ¿La estarían echando de menos? Faitai les quería como a sus propios padres, pero estaba segura de que a aquellas alturas ya nadie podría encontrarla.

La pasada noche la ciudad entera fue engullida por la locura. Cada vez más y más hombres y mujeres aparecían desde el horizonte para unirse a la mayor hueste que jamás había visto la joven. Los caballos se contaban por miles, hacinados en recintos dispersos por las afueras. Supo de grandes jefes y líderes que se habían aliado con el hetman, incluyendo al hijo y heredero del khan tártaro de Crimea. Todos invadían las calles para celebrar el histórico encuentro, bebiendo, comiendo y cantando en fiestas de fuego y liberación.

Faitai había estado toda la noche junto al caudillo cosaco, aprendiendo sus costumbres e intentando entablar una conversación que le diera pistas de la situación. Pero el vodka, su juventud y la terrible soledad sufrida formaron una combinación irresistible. Pronto rodaban juntos sobre una alfombra salpicada de cojines.

Ahora no sabía qué hacer. ¿Amaba a aquel hombre? La trataba bien y era alguien influyente, mayor pero aún fuerte y bello a su manera. Tenía miedo de las consecuencias de aquel acto. La hueste aliada pretendía expulsar de aquella tierra a un ejército enemigo de crueles caballeros polacos. La ciudad iba a quedar desierta, y ella quedaría como la persona de mayor importancia en Zaporozhia. La situación demandaba otro plan y lo demandaba ya.

Afueras de Kiev

Miku esquivó a un noble que vomitaba cerca de la tienda de mando, evitando mirar las evidencias de una noche de poca disciplina. Ataviado con su leal armadura, que más de una vez le había sacado de un apuro, apartó la cortina de lienzo para reunirse allí dentro con los capitanes. Varios pares de ojeras le devolvieron la mirada turbia del que celebró la vida porque hoy perseguirían a la muerte.

Desde luego. – Pensó. – Esto no es la corte francesa.


Faitai


Polonia era el lugar de encuentro entre oriente y occidente. El último reino aristotélico del este, el primer bastión aristocrático contra las hordas de lo desconocido. Miku lo había abandonado en busca del peligro, acompañado de una fuerza combinada de caballería. Imponiéndose por la fuerza de las armas sobre pueblos descendientes de los jinetes de la estepa, el ataque liderado por el noble castellano había desequilibrado gravemente el equilibrio de poder de la zona. El relativamente joven pueblo cosaco establecido en la Ukraina se había aliado con sus vecinos para hacer frente al invasor.

Una última batalla había tenido lugar en las afueras de la gran ciudad de Kiev, situada en el Gran Ducado de Lituania. Polacos y rusos nativos confluían en el lugar, siempre alerta ante las incursiones orientales y meridionales. Tras un intercambio terrible de razzias, cargas y encontronazos, el lado europeo había salido vencedor. La mayor disciplina y calidad del armamento triunfó sobre el miedo y el ímpetu salvaje. En último término, se reunió a los líderes presos en batalla para ejecutar la solución final.

Uno de ellos, malherido tras una fea caída de su caballo, había hecho dar unas instrucciones específicas para el extranjero castellano siempre destacado en la vanguardia. Había perdido, pero había ganado. Cuando uno de los caballeros polacos abrió el cofre indicado por el hetman de Zaporozhia, gritos de sorpresa, dolor y disgusto rompieron las filas del ejército vencedor. Desde dentro, la cabeza sin vida de Faitai devolvió una mirada de horror al Espinosa. Éste, pálido y desalmado, lo volvió a cerrar para dejarlo en el suelo. Sin ceremonia, honor o religiosidad desenvainó la espada y acabó allí mismo con la vida del cosaco. La misión había acabado con un sabor amargo que le acompañaría el resto de sus días.

El noble no había vuelto a hablar en semanas, ni a hacer el esfuerzo por comprender a sus compañeros. Todo el esfuerzo realizado había sido en vano y el fracaso había sido por su culpa. La africana había sobrevivido sin problemas, quizá hasta el punto de encontrar la felicidad. La guerra había sido el peor acercamiento a la solución, fracasando donde la diplomacia hubiera podido llegar. Ahora empezaba el viaje de vuelta, con su conciencia por única compañía.
Cyliam


A principios de Julio y tras muchas semanas intentando llegar a Pucela por fin lo habia logrado.
Amanecia cuando cruzaba las murallas pucelanas, sabia lo que queria hacer desde que habia divisado las murallas, atraveso la ciudad cargando el petate sobre el hombro, estaba a escasos metros cuando un soldado la detuvo.

- ¡Alto ahi! Dijo el soldado alzando la espada. - Shhh baja la voz idiota o me arruinaras la sorpresa. Respondio la pelirroja dejando el petate en el suelo. El hombre se quedo boquiabierto y algo palido. Señalo el petate con la mano y luego las cuadras e ignorando al soldado por completo atraveso sigilosamente la puerta de A Casa da Torre.

Se descalzo para evitar hacer demasiado ruido, subio las escaleras y en silencio se dedico a observar como sus pequeños dormian a pierna suelta, tenia ganas de abrazarlos y besarlos pero no era cuestion de despertarles antes de tiempo.

Sintio algo que le mordia el dedo meñique del pie y al agachar la cabeza vio a Diablo jugando con su dedo, atacandolo a traicion dando saltos, atrapo al animal y lo alzo sobre su cabeza. - Tu si que sabes como dar una bienvenida. Te traje muchas plumas asi que si te portas bien tendras tu racion. Tras prestarle atencion al huron se asomo al cuarto de Wallada, no hacia mas que revolverse entre la sabana y respirar agitada, seguramente tenia una pesadilla, dudo si despertarla seria buena idea, pero en un arrebato penso que quizas hacerla saber que ya estaba alli calmaria sus nervios y lograria que durmiera mejor.
Se sento en el borde de la cama y mecio suavemente a la morisca llamandola con dulzura, de pronto la joven se levanto y abrazo a la pelirroja. - Shhh tranquila, ya estoy aqui. Dijo acariciando su melena mientras la morisca comenzaba a sollozar y dar gracias por el regreso de la pelirroja. - Es muy temprano, intenta descansar, yo voy a escribir al rubio para que sepa que ya llegue, luego me bañare, que falta me hace y os preparare muchos bollitos de canela a todos, hoy no quiero que hagas nada salvo descansar.
La morisca se seco las lagrimas con el puño del camison y se acurruco en la cama dejando que la condesa la arropara y acariciara el pelo como si de una niña pequeña se tratara.

Tras aquello la pelirroja fue directa al hammam con un tintero y pergamino, el agua aunque mas bien fria resultaba relajante, llegar a casa era indescriptible, solo faltaba una cosa, que su rubio esposo lograra encontrar a Faitai y volviera a Castilla para asi tener a la familia por fin reunida nuevamente.

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Cyliam


Julio paso, el trabajo mantenia a la pelirroja totalmente desconectada de su al rededor en la alcaldia y a mediados de agosto cuando el calor mas apretaba y por fin la legislatura habia finalizado la de Compostela decidio irse de vacaciones.

Citation:
Querida Wallada:

Lamento mucho avisarte de esta manera, pero el ultimo mes con tanto trabajo me ha dejado rendida.
He decidido irme a Fisterra unos dias, seran unas vacaciones mas espirituales que festivas, espero que la paz y el canto del mar me renueven las fuerzas.

Volvere pronto y esta vez va en serio. Cuida de los niños y de las ardillas y no les digas a estas ultimas donde estoy o vendran a buscarme como unas desquiciadas.


Durante la segunda mitad del mes de agosto incluso en Fisterra apretaba el calor, al medio dia el sol era un infierno y ni la sombra de los arboles sofocaba aquel humedo calor, pero las aguas cristalinas y gelidas que bañaban la aldea eran algo muy placentero en aquel momento, habia que tener mucho valor para bañarse alli y la pelirroja friolera como ninguna solo acertaba a meterse hasta las rodillas en las gelidas aguas gallegas.

Disfruto de lo que mas le gustaba, comer pulpo y percebes, oir el sonido del mar y desesperarse con aquellos estupidos y malditos animales del diablo, las GAVIOTAS, aquellas aves del infierno se despertaban al amanecer y sus graznidos resonaban por toda la aldea.

- Malditos sean su ancestros. Dijo hundiendo la cabeza bajo una almohada.

La rutina se repetia dia tras dia, solo que visitando otras playas. El mar de Fóra un lugar solitario y tranquilo, donde las olas rompian con mas fuerza, donde el sonido del mar mas relajaba, pero aquellas aguas eran incluso mas frias.

Sin ninguna duda, Fisterra habia sido un lugar de desconexion y relajacion para la pelirroja, pero era hora de volver la transitada pucela, al menos el fin de las vacaciones tendria algo bueno, no volveria a ser despertada por las chillonas aves del infierno.

Cuando llego Septiembre, las noticias alegraron a la pelirroja, el rubio por fin volvia, aunque no sabia cuando, pero sabia que estaba cerca, tampoco sabia si Faitai venia con el, era incapaz de pensar mas alla del reencuentro con su rubio esposo, queria verle, besarle, abrazarle y ¿porque no? vengarse despues de tanto tiempo sin el, aunque aun no habia decidido de que manera...

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Mikumiku



Finales de Septiembre


Había vuelto a Valladolid, más de medio año después. La lluvia caía sobre el suelo castellano, dejando entrever el fin del buen tiempo. No era la típica lluvia que le gustaba a Miku, una de aquellas cortinas de agua que refrescaban el ambiente, limpiaban las calles y el aire. En su lugar le oprimía una sensación ominosa de angustia y advertencia. Era extraño sentirse amenazado ahora por el clima ahora, tras haber cruzado las alturas de la Europa central y oriental. El caballo del noble relinchó mientras su jinete descabalgaba, en un tono casi de reproche.

El Espinosa se preguntaba cómo le recibirían su familia y amigos. Con alegría, por supuesto, igual que él se alegraría de ver a los demás. Sin embargo, no era la única noticia que iban a recibir por su parte. Su decisión de abandonar Castilla de forma definitiva ya comenzaba a difundirse entre sus allegados y su ausencia no sería algo encajado de buen grado. Los motivos de aquel impulso eran varios y difíciles de explicar. Él nunca había sido uno de aquellos hombres poderosos que había esculpido el mundo a su antojo. Siempre, desde que tenía memoria, había dado todo lo posible por los ideales caballerescos de la lealtad y el honor de las armas. Había dedicado su existencia al servicio de su Corona y de su familia.

Pero durante los últimos años el rubio se había roto por dentro. No de golpe, como un vidrio que cae, sino como los muros y escaleras que poco a poco se resquebrajan en relámpagos cruzados. Desde su desaparición y retorno su vida se había convertido en una sucesión de altibajos en los cuales se alternaban largos períodos de paz y alejamiento del mundo con breves estallidos de conflicto y violencia que le devolvían la energía de sus primeros tiempos. Había asumido el ser incapaz de dar a su esposa e hijos el cuidado que merecían, y con el tiempo el afecto que sentía por su tierra había ido difuminándose en una espiral infinita de decepción y cansancio. Era entonces, terminado el sitio de Caspe y acercándose una nueva época de retiro espiritual, cuando había decidido abandonar la península. Buscando nuevas metas en el ancho mundo, se convirtió en embajador de Castilla y recorrió el viejo continente encontrando interminables ciudades, desafíos y gentes. Mas aquella nueva manera de vida también iba perdiendo interés, y cada novedad era una tentación a empezar desde el principio en algún otro lugar del mundo.

Había vuelto para cumplir su palabra de que regresaría, para dejar atadas las responsabilidades y obligaciones que acarreaba. Pero sobre todo para volver a casa. La pelirroja, como siempre había hecho, sería quien le daría la vida o la muerte. La decisión estaba tomada y la suerte, echada.

- Ah… - A casa da torre no parecía haber cambiado nada. Las gotas se mecían sobre la hiedra para precipitarse sobre sus hombros hasta que cruzó el umbral. – Estoy aquí.

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Cyliam


Un escalofrio recorrio su espalda, era como un presentimiento de que algo malo iba a pasar, o quizas solo era paranoia.

A veces, desde el secuestro y desaparicion de Faitai, la pelirroja habia entrado en una especie de paranoia, tan pronto se encontraba alegre y jovial y otras tantas una angustia y desconcierto invadian su mente. Habia decidido no retirar a los guardias, el sendero del caos se habia convertido en un lugar donde alojar a los guardias mientras otros hacian su trabajo en a casa da torre.

Se envolvio en sus propios brazos mientras el escalofrio aun seguia recorriendo su cuerpo. - Que mal yuyu. Se dijo a si misma cuando parecio escuchar una puerta cerrarse. De nuevo la paranoia la invadia, busco cualquier objeto arrojadizo y sigilosamente avanzo descalza procurando que la madera a sus pies no crujiera y alli estaba el, su esposo, pero algo no iba bien, no parecia el mismo, se quedo mirandolo, dudando, no sabia si era el realmente o una mala jugada de su cabeza. - Miku... ¿De verdad eres tu? Trago saliva y se llevo una mano temblorosa al pecho, parecia el y a la vez era diferente, no parecia ni un resquicio del hombre que habia conocido y eso la atemorizaba. Cerro los ojos esperando que aquello solo fuera una ilusion, respiro profundamente... "- Aun estoy soñando". Se dijo mentalmente con los ojos aun cerrados.

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Mikumiku


Desde la oscuridad la vio aparecer. Descalza, casi fantasmal. La mujer a quien había dedicado gran parte de sus esfuerzos, que le había salvado la vida en más de una ocasión. Todo lo que él era entonces había sido posible en gran parte gracias a ella, y Miku sabía que era una deuda que jamás podría pagar.

- Soy yo, Cyl. – Le respondió, acercándose lentamente. Era consciente de que los años, el clima y el batallar no habían hecho sino maltratar su imagen con el tiempo. Y sin embargo no era solo física la degradación de su ser. Donde antaño brillaron ojos relucientes de ilusión y esperanza ahora quedaba una mirada sombría, vacía, que no invitaba al contacto visual. – Mírame.

Ella sin embargo se alzaba hermosa, tanto o más como la recordaba. Solo con su presencia probaba la imposibilidad de reflejar tanta belleza en un solo lugar, y el retrato suyo, que el rubio nunca había abandonado, parecía ahora un esbozo improvisado sin valor ninguno en comparación. ¿Estaba asustada? El miedo no era una de las reacciones que esperaba.

- Te prometí que volvería. Necesitaba verte, aunque ya no estoy seguro de que lo merezca. – Empezó Miku, susurrante. En otras circunstancias no habría dudado en lanzarse a ella con los brazos abiertos, pero las cosas habían cambiado mucho. – Imagino que ya has oído de mi próxima partida. Ha sido una decisión difícil, que no supe escribir en carta ni encontrar manera de evitar. Quería hacértelo saber en tu presencia, pues así los siervos caen y hablan frente a sus amos.

Cayó de rodillas frente a ella, desprovisto de energía y con un dolor penetrante que había aprendido a esconder, camuflado tras un semblante de mármol y plata. Buscó el tacto de sus manos, delicadamente, como si en cualquier momento se le fuera a escapar.

- Te quiero, Cyl, y siempre lo haré. Pero lo que voy a hacer es un abandono, un acto de traición imperdonable. Pido a Jah que sin mi compañía vivas la felicidad que no puedo darte, por ser esa emoción ya cosa extraña e imposible para mí. – Entonces se levantó, impregnando su porte de una nobleza de aquellas que nacían del alma y no necesitaban títulos para probarse. Colgó de sus manos blancas y suaves el metálico collar del maestrazgo de Fisterra, y removiendo de su anular la alianza que en un lustro jamás había perdido de vista, la posó entre sus dedos. – Si hay algo que pueda pedir déjame seguir sirviéndote en Compostela, y así encontrar reposo y castigo cuando mis viajes me lo permitan. Cargaré piedras si así ha de ser, permitidme ayudar con los entrenamientos para que los demás no fallen donde yo fallé. Como caballero errante sin honor ni gloria cruzaré el mundo, y de mí no volverás a saber nada si así lo deseas.

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Cyliam


Era el, al menos eso decian las palabras, su tono de voz tambien era distinto, mas apagado y sombrio a la vez que triste. La pelirroja intentaba ordenar sus pensamientos mientras su corazon palpitaba con mas fuerza, unos latidos que no esperaba sentir, no era de emocion por tenerle de nuevo en casa, era el panico quien hacia bombear su corazon, aquel escalofrio que habia sentido antes parecia tomar mas fuerza por momentos.

Las palabras del rubio estaban vacias del sentimiento que ella esperaba encontrar, eran una escusa y una puñalada, poco a poco un flujo de emociones comenzaron a agolparse, tristeza, pena, miedo, desesperacion, odio, rencor, venganza, ni uno solo parecia bueno, muchas emociones a la vez que colapsaban los pensamientos de la pelirroja que no daba credito a las palabras de su esposo.

Fue en el momento que el rubio cayo a sus pies cuando la bomba emotiva exploto, la respiracion de la condesa se acelero, aguanto como pudo el llanto dejando que el odio se apoderara de ella, queria golpearle, cebarse con el y a la vez lentamente las lagrimas comenzaban a brotar mientras ella intentaba mantener la fuerza, suspiro mientras las cristalinas lagrimas resbalaban por sus mejillas, el amor que sentia por el era tan fuerte que le impedia volverse una loca violenta.

- Me quieres y me abandonas... Dijo con la voz quebrada y oscura. - Tus palabras son incoherentes. Si me quisieras no me dejarias aqui, sola... Miro con desprecio el collar en sus manos y lo dejo caer al suelo. - Si no fuera por lo mucho que te amo ahora mismo te habria cruzado la cara. Sus labios temblaban mientras las lagrimas seguian cayendo una detras de otra, queria romper a llorar como una niña pequeña pero no le daria esa satisfaccion. - Nunca te he pedido nada, salvo que no me dejaras, te permiti viajar, explorar nuevos mundos, nunca quise atarte y te di la libertad que necesitabas, y ahora me vienes con esto... eres un ser despreciable y egoista. Las lagrimas dieron paso a la mirada oscura que la pelirroja ponia cuando se enfadaba. - No te negare seguir sirviendo a la Orde pues aun eres valioso para ella. Pero personalmente me has defradudado y como a mi seguramente a muchos mas. Si quieres puedes recoger tus cosas e irte por donde has venido. No me quedan fuerzas ni para suplicarte que recapacites.

Le miro con pena y desagrado, ¿que mas podia decirle? deseaba suplicarle que no lo hiciera, pero la pena y diversas emociones la apabullaban, no sabia si salir corriendo, echarse a llorar o desear que la tierra la tragara. Se dio media vuelta y camino cual alma en pena en direccion al salon donde se dejo caer sobre uno de los sillones con la mirada perdida hacia la nada. Se sentia vacia, no era capaz de asimilar lo sucedido y los recuerdos del pasado pesaban mucho sobre ella, abandonada dos veces, el amor comenzaba a ser algo inalcanzable asi como la felicidad, quizas no fuera capaz de recomponerse esta vez.

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