Galbart
La primavera traía sol y lluvia; fría y calor; actividad y tranquilidad. Pero muchas de las personas desconocía que la primavera significaba que los mares estarían mucho más tranquilos que en invierno, cosa buena para los armadores que volverían a tener trabajo y también para los burgueses que por fin podrían sacar sus productos a otros Reinos. Pero si algo había aprendido el escocés de su tiempo en la Compañía Militar del Sol del Norte era que la primavera era un tiempo de oportunidades. La primavera, y sobre todo el inicio de la misma, era una moneda que mostraba sus dos caras en todas las costas. Al otro lado de la moneda, claro, estaban los piratas, ansiosos por conseguir un botín, gente arrojada a la piratería por su situación de pobreza o porque les gustaba la promesa de oro fácil o... porque les gustaba matar. Para el escocés, cuando pensaba de aquella manera, la primavera sólo significaba dos cosas: prosperidad o barbarie.
Aquella mañana se había despertado mucho antes del amanecer y no era porque había dormido mal, ni mucho menos: aquel día llevaría, personalmente, la comida a un prisionero que había hecho días atrás en Castellfosc*. No le había gustado nada el que se paseara por la villa y menos siendo quién era, un sureño de piel oscura. El escocés aún no se había acostumbrado a ellos y estaba más que claro que nunca se acostumbraría porque su piel se negaba a oscurecerse como la de su esposa Carrie que tenía la piel menos castigada por el sol que la de él. Pero no era aquella la cuestión por la que había decidido encarcelarlo. Unas inquietantes amenazas cuando iba a pagar al obrero fueron el detonante de una serie de informaciones que se habían ido acumulando y que tarde o temprano iban a estallar en la cara de Rahim Al-Dahla. Los amigos de Rahim, seguramente, estarían preocupados por él, y el escocés de estar en el pellejo de esos amigos, lo estaría. A la hora de tratar con prisioneros, el de Caithness se comportaba de una manera diferente. Fue una de las lecciones que su padre le había enseñado muchos años atrás: "Dales un atisbo de esperanza, ya sea con una sonrisa o con una palabra amable y se aferrarán a él como a un clavo ardiendo", solía decir él. Es por ello que Galbart dejaba de ser él mismo y se convertía en un ser despiadado y sin compasión. Por eso no dejaba que nadie entrara con él en la celda con él y si lo hacía era porque ya sabía de antemano lo que iba a hacer con su prisionero. Por eso aquella mañana se había levantado antes, por si aquello se alargaba demasiado, no podía dejar que interfiriera con otros de sus muchos quehaceres. Se acordó entonces de la cuadrilla de obreros y de los dos que habían escapado. Darían la voz de alarma a esos amigos... si es que existían.
Olegario, que hacía guardia en aquel momento, le saludó y le abrió el portón que daba a las escaleras que bajaban hasta el ya denominado "pozo". La verdad es que las mazmorras de Castellfosc dejaban bastante que desear. Se componían de tres celdas situadas a la derecha según se bajaba y de una mesa, a su izquierda, en la que había herramientas. No las iba a utilizar. Antes de entrar en la celda de Rahim, respiró dos veces y ordenó a Olegario que abriera.
Vió como Rahim devoraba el pan y cómo se atragantaba con el agua. El escocés no pudo más que mostrar su rechazo con una mueca. Rahim sonrió.
Si no me tuvieras aquí como a un perro no te molestaría tanto paleto del norte.- Dijo Rahim cuando acabó lo que le había llevado Galbart.
Sláinte -salud-. A los perros les damos dos comidas. Viven mejor que tú.- Respondió Galbart.- Los actos llevan asociadas consecuencias, pude pasar por alto el que espiaras los puntos claves del castillo, pero no pude pasar por alto una amenaza. Has tenido la mala suerte de encontrarte con un bastardo como yo, pero no se puede tener de todo en esta vida. La verdad es que te doy las gracias por hacerme un buen muro y por reconstruirme parte de la ciudad...
Que te den por el cu.- Una mano cruzó el rostro del sureño. El árabe tardó en reaccionar ante lo que había pasado. El escocés lo miraba con rostro serio y continuó hablando.
Como te decía, te doy las gracias por reconstruir la ciudad. Aunque sé que habéis escatimado con el mortero, pero ya he mandado al maestro constructor a que arregle ese problema. Claro lo barato tenía que salir de alguna parte.- Sonrió.- Háblame de tus amigos, pero antes, has de saber una cosa, no me gusta que me engañen, y tampoco que me falten al respeto. Somos dos caballeros y nos podemos llevar bien si cooperamos.- Había roto la regla de su padre, pero esperaba que tuviera el efecto deseado.
Se miraron durante tres minutos, en silencio. La marca de la bofetada se hizo visible y estaba claro que le dolía porque no paraba de mover la mandíbula. El escocés sacó un puñal de su cinturón y jugó con él mientras contaba hasta diez. Antes de llegar al número seis, Rahim habló:
Que te den por el culo.- Sentenció. El escocés dejó de jugar. Guardó el puñal y pegó dos porrazos en la puerta. Al sentir los cerrojos de la puerta, el escocés se volvió y le sonrió.
A los dos días, Rahim y sus hombres habían sido ejecutados en la horca. El padre Pere sugirió quemarlos, y así procedieron. Aquel mismo día, los hombres que había destinado a buscar a los fugitivos volvieron sin noticias, cosa que enfureció bastante al de Caithness cosa que nadie sabría porque no había hecho ninguna mueca ni dicho nada, se limitó a asentir y a irse a comer. No habló mucho durante la comida, se limitó a comer y a pensar hasta que se le ocurrió decir, en voz alta:
Aún no se si esta primavera nos traerá prosperidad o barbarie..- El cuervo, que semanas atrás le había traído Carrie, graznó.
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