No hacía mucho le habían nombrado Adalid del Reino, justo antes de que le robaran la espada y las alforjas del caballo, que contenían algunas monedas y papel, bien valioso donde los hubiera. Pero también tenía unas tierras que gobernar y ahora que se encontraba mejor, podría dejar de lado el trabajo de escritorio y volver a la acción. En primer lugar había convocado a la capitana de la guardia junto con un contingente de otros seis hombres. En segundo lugar iría a la herrería a encargar los goznes y las bisagras de las nuevas puertas puesto que iba iniciar las obras de reconstrucción. Ahora que tenía sueldo, se lo podían permitir, aunque sin muchos gastos. Y finalmente recibiría a la galeno Destino, que la había tratado durante los dos días anteriores y que le había curado tanto los golpes como esa enfermedad de la que todo el mundo hablaba. Pero antes de hacer cualquier cosa, debía desayunar y aquella mañana tenía especial hambre. No encontró a Carrie y supuso que se había marchado al Palau, a gobernar el imperfecto Reino de Valencia.
Bajó las escaleras y abrió la puerta, el salón estaba caliente porque los tres fuegos estaban encendidos. Siguió bajando hasta la cocina en donde se sirvió él mismo la comida que consistió en queso, pan y una de las últimas manzanas que quedaban. Subió al salón cargando todo ello con las manos, sin necesidad de bandejas, entonces, cuando se disponía a sentarse, un hombre de aspecto recio entró en el salón acompañado por un guardia. Galbart, suspiró y preguntó.
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¿Que deseáis, buen hombre?- El hombre habló tan rápido como pudo.
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Mi señor, la gente está alborotada ahí fuera... eh, perdonad, soy Rodrigo, panadero y único proveedor de pan de la ciudad, y quería decir que he sufrido acosos y.. mi señor, no puedo más, estoy desbordado, no soy capaz de abarcar todos los pedidos, yo...- Galbart levantó un dedo pidiendo silencio. Reflexionó y partió un trozo de pan.
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¿Cuáles son los mínimos indispensables para que la panadería destruida funcione?- El hombre se quedó pensando y al cabo de unos segundos contestó.
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Pues verá mi señor, el horno, por supuesto, y una mesa o cualquier cosa plana... Pero que no sea el suelo... y también mano de obra.- Galbart escuchó atentamente y se comió el trozo de pan.
Bueno, pues, contratad un par de manos más, trabajaréis en la otra panadería también, está destruido, pero me consta que el horno permanece intacto, en cuanto a los muebles, si no encontráis nada plano, que la guardia ceda una de sus mesas para que podáis amasar, ya encargaremos otra mesa. En cuanto a la reconstrucción del edificio, no creo que molesten mucho, partiremos los turnos de trabajo y ya está. Por la mañana vosotros y por la tarde los albañiles. Empezad ya. Y vos, -señaló al guardia y se fijó en la cara de alegría del panadero-
decidle a la gente que a partir de mañana la otra panadería estará en funcionamiento.- Cuando se retiraron, el escocés pudo devorar el desayuno. La cuña de queso junto con el pan desapareció en apenas tres minutos y la manzana tres cuartos de lo mismo. Cuando acabó se preparó para recibir a los primeros invitados concertados. Antes de recibirlos, puesto que quedaba aun una hora, se concentró en las caras de aquellos hombres y en cómo habían sido capaces de rodearlo sin apenas darle tiempo a reaccionar. Sin duda alguna, se conocían mejor que nadie el bosque, incluso le había dicho a Carrie que mandara a la guardia y que cercara el bosque, pero ni aun así había resultado. ¿Dónde estarían? Pensó en el hecho de que seguramente estaban de paso y se dirigían a su guarida, o posiblemente hacia otro lugar en el que dar un golpe. Muchas conjeturas y pocas respuestas, pero por eso se reuniría ahora con sus hombres.
Llegada la hora, el de Caithness bajó a reunirse con ellos. Antes de empezar echó al resto, a los que sobraban allí. También se fijó en el grupo que traía la capitana de la guardia, Romualde. Dos mujeres y cuatro hombres más ella misma. Los señores, Carrie y Galbart estaban satisfechos con el trabajo de Romualde. Se había encargado de civilizar a los mercenarios y convertirlos en hombres leales, valientes y capaces en apenas dos meses. Galbart había visto sus métodos y tenía que decir que eran duros, muy duros, pero el resultado era impecable, y allí estaba la prueba. Galbart sonrió y se acercó al grupo y les ordenó que se sentaran en la gran mesa. Él la presidía, a su izquierda la silla de Carrie estaba vacía y a su derecha estaba Romualde.
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¿Qué tenemos?- Preguntó el escocés mirando a Romualde.
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Nada. Cercamos el bosque como nos ordenó la Señora Carrie, y después fuimos entrando poco a poco en él, disponíamos de pocos hombres y además, el sistema de alarma era bastante caótico.- Su acento francés resultaba... curioso de escuchar. Después de pensar algo tan importante como era el sentimiento que le causaba el acento de Romualde, el escocés, se levantó, para hablarle de las conclusiones a las que había llegado y contrastar opiniones.
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Bien Romualde. He estado pensando, y lo que puedo asegurar con certeza es que esos hombres se conocen muy bien el bosque. Por otro lado, me figuro que si no viven en el bosque, o bien no nos hemos dado cuenta, o bien tenemos dos opciones: la primera es que se dirigían al oeste porque iban a su guarida, o porque iban a dar un golpe por ahí; y la segunda opción es que simplemente estuvieran de paso, cosa que dudo porque ese bosque lo conocían muy bien. Cuando supe de su presencia, no tuve tiempo para reaccionar porque me rodearon en muy poco tiempo.- Miró a los presentes y se dio la vuelta y caminó hacia la ventana. Una lluvia fina rociaba las tierras de Castellfosc. Debía actuar.
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Podríamos volver a mirar en el bosque.- Sugirió uno de los soldados. Galbart se dio la vuelta y se fijó en la severidad con la que Romualde miraba a su soldado. El escocés sonrió.
Sí, volveremos a mirar, pero antes quiero que vayáis y preguntéis a todos los médicos que haya en cinco leguas a la redonda y les interroguéis. Preguntadles si han tratado a alguien con el brazo roto. Fijaos bien en ese detalle, si veis a alguien con el brazo roto lo traéis inmediatamente a Castellfosc. Romualde, que se encarguen tres de tus hombres. No quiero estandartes ni símbolos, utilizad esa información como último recurso. Mientras completáis esa tarea quiero que se preparen todos los caballos, vamos a salir a por esos desgraciados. Ningún bandido merodeará por mis tierras. Saldremos tan rápido como regrese el primer grupo. Podéis retiraros. - Los soldados se levantaron y salieron delante de Romualde. El escocés no estaba seguro de lo que acababa de hacer, pero acabaría con aquella amenaza. Enseñaría a sus gentes que el bandidaje en sus tierras estaría duramente penado y más aun cuando dañaban a su señor.
Seguidamente, fue a ver al herrero, José el tuerto le llamaban. Era fuerte y musculoso y lucía un parche hecho con unas telas de color blanco, aunque de blanco no tenían nada, que le daban vueltas a la cabeza.
Si no hubierais destrozado nada, no tendría que hacer nada esto. -Se quejó el herrero a Galbart. Un comentario valiente, sin duda alguna.
Ya, y si no fuera por esto, no tendrías trabajo. Te he visto parado últimamente. Si necesitas medidas, vete a la carpintería.- El tuerto se quedó cortado y aceptó el encargo de los goznes y bisagras. Las puertas ya estaban hechas y esperaban en la carpintería que había fuera de los muros de la ciudad.
El de Caithness iba ahora a la taberna, a pegar un trago cuando se cruzó con Destino que le paró para poder hablar con él.
¿Su esposa está enferma y aun así la dejáis marchar? - El escocés se vio cortado por la energía de la urgelina.
Sí, y además, hay bastante más gente enferma aquí. Si no le importa, aplacemos nuestra reunión, tengo mucho lío.- Cuando el de Caithness quiso replicar, Destino se había ido. "Dioses... ni tan siquiera me ha preguntado cómo estoy" pensó. Siguió de camino a la posada para por fin, beber algo fuerte tranquilo. Cruzó por el mercado, que poco a poco volvía a la normalidad incluso a pesar de la fina lluvia.
La mañana estaba siendo intensa y así debían serlo, eso significaba que había actividad y eso le gustaba al de Caith, el movimiento, el ajetreo, cosas que contagiaban al escocés y le hacían sentirse lleno de vida. Ahora, esperaría a que los Dioses le hicieran un favor y le trajeran al del brazo roto o al menos una pista.