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[RP] Boda Real de Doņa Lluvia I y Don Daniel Muntadas

Enriique


Matrimonio Real. Septiembre MCDLXV


Los veraniegos días de agosto estábanse tornando más calientes de lo normal, y aquello empeoraba un poco más la salud del chambelán real; eran muchos los que se extrañaban de no verle tan asiduamente por los pasillos del Real Alcázar, pero hubose internado en el Castillo de Cifuentes hasta que su estado de ánimo y salud mejoró un poco más. Más, ahora, los deberes cortesanos le llamaban nuevamente al deber. Era así como regresaba a Toledo, revestido de una templada serenidad, apoyándose en aquel bastón -regalo de la Reina- que le aportaba aires más recios... Pero, por dentro, estaba hecho un mar de vicisitudes.

Con la ayuda de algunos pajes abrió de par en par las ventanas del salón donde, todo listo, se llevaría a cabo el Matrimonio de la Reina Lluvia con el Capitán Daniel Muntadas; sin duda alguna aquella noticia le cayó de mucha sorpresa, pero él solamente se mantenía obediente y silencioso. Ondeaban regios los estandartes de Castilla y León, se respiraba la alegría de un acontecimiento importante, la algarabía se estaba despertando por entre los pasillos y sus habitantes. Toledo, nuevamente, volvería a ser fiel testigo de un acto social de alta categoría: la reina se casaría nuevamente.

Enrique Legrat, con una mirada frívola y calculadora, apostaba a porque todo saliese perfectamente; puesto que para muchos era una boda más, para él se trataba de la boda de quien siempre estuvo a su lado.

Pronto, en un sosegado acto, las puertas de la Catedral de Toledo se abrieron de par en par.

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Cyliam


Las últimas semanas estaban siendo un infierno, el embarazo sorpresa, el malestar físico y emocional y si todo eso era poco, ahora su esposo sabia de sus aventuras.

Mientras Wallada peinaba los cabellos pelirrojos de la de Lemos esta solo miraba al infinito, estaba prácticamente vestida para la boda de la reina, solo quedaba arreglar su enmarañada melena rojiza, calzarse e ir a encontrarse con la no simpática cara de su esposo.

- Ya he terminado. La voz de la doncella saco a la roja de sus pensamientos, solo respondió con un gruñido ante la mirada de la arabesca que tenía una media sonrisa. Tomo la mano que la mora ofrecía para ponerse en pie y atusarse los pliegues del vestido. – Se nota… Susurro al notar bajo sus manos el vientre levemente abultado. La arabesca no dijo ni una sola palabra mientras se arrodillaba para anudar los cordones de los zapatos, odiaba aquellos zapatos, odiaba vestirse de aquella manera, con lo feliz que era llevando unas cómodas y anchas botas.

Un poco después la roja esperaba en el carruaje frente a la puerta de su esposo, porque con tantas miradas fulminadoras no era buena idea vivir juntos y tampoco es que la roja hubiera dado meses atrás la posibilidad de compartir su espacio personal, su casa era su refugio.

La puerta se abrió y allí estaba el galeno de cabellos rubios con cómo no, una mirada de disgusto y desaprobación, la pelirroja no le miro directamente, prefirió mirar para otro lado. – Buenos días. Espero que hayas dormido bien. Dijo educadamente a su esposo mientras indicaba al cochero que podía iniciar el trayecto. El respondió con un, buenos días y un seco sí. El viaje fue silencioso, de esos silencios incómodos, ninguno de los dos parecía estar por la labor de hablar mucho, la tensión podría cortarse con un cuchillo. – Esta mañana he tenido de nuevo nauseas y sigo con muchos mareos. Intento iniciar una conversación con el rubio aunque este solo gruñido como respuesta. – Pero está todo bien, creo. Algunas comidas no me sientan bien.

Al llegar al alcázar el rubio fue el primero en bajar de carruaje, tendiendo la mano a la condesa para que saliera, esta quiso negarse a su ayuda, pero al incorporarse tuvo un mareo, se agarro torpemente del brazo de su esposo dejando de lado su orgullo permitiéndole ayudarla. – Gra…cias. ¿Recuerdas la última vez que vinimos juntos aquí? Dijo recuperando la compostura mientras se agarraba del brazo de su esposo. - La gente nos miraba parecíamos personajes de los cuentos y el séquito de ardillas, eso fue fabuloso. Dijo con una tímida sonrisa. – Quien diría que acabaríamos casándonos y teniendo un parásito.

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Octavio.


El joven marqués de Cádiz se encontraba en Burgos construyendo su nuevo palacio y adiestrando soldados para ir a recuperar sus dominios, cuando leyó una misiva al pueblo de Castilla sobre la boda real. Era de esperar, los mentideros llevaban semanas cotorreando sobre el posible desenlace de Su Majestad con un cortesano.

Tras la lectura sonrió y se dirigió a buscar a sus sirvientes los cuales prepararon su montura, sus pertenencias para el viaje y la escoltá se le unió camino a Toledo.


*Unos días después en Toledo*


¿Le buscamos alojamiento mi señor?dijo uno de los criados.
Soy Par y principe por derecho de sangre, seguro que tienen una habitación en el Alcazar para mi, y si no la tienen ya me encargo yo de encontrar donde caer muerto.dijo el Marqués mientras ingresaba al Alcalzar de Toledo.

Saludó algunos guardias reales con los que se fue encontrando a su paso. Al llegar al interior buscó un poco de vino mientras esperaba que alguien le guiase ya que se encontraba perdido tras meses alejado de la corte, o al menos, encontrar gente y seguirles hasta la capilla.
Alysa_hawke


El día iba llegado ya llevaba bastante escuchando hablar de ese gran día la boda, su Majestad no paraba de planear, organizar y pensar en ese día el cual Alysa siempre sonriente escuchaba dispuesta en ayudar como pudiera, porque servía para ella y orgullosa estaba de ser la Dama de Compañía de su Majestad.

Por eso aquel día dejo que las doncellas se encargarán de ayudar a vestirla, aunque no por ello dejaba de pasar a ojear si marchaba todo bien. Por otro lado hacia lo mismo con las pequeñas Princesas que al parecer estaban alteradas también, porque no dejaban que las vistieran. Es por esta razón que Alysa tuvo el atrevimiento de intervenir, sacudió su cabeza en frente a las dos pequeñas y les dijo:


- Mis princesas, tenemos que dejar vestirnos. Hoy es un gran día y deben lucir bellísimas. Todos los ojos estarán puestos en ustedes las primogenitas de su Majestad porque nadie las ha visto aún, es su primer acto social en frente a la corte, nobles y el pueblo.- Dicho eso Alysa consiguió que mientras les hablaba, pudieran vestirlas .

Alysa se tomaba muy en serio servir a su Majestad, y quería que todo fuera perfecto ese día para ellas… inclusive para las bebés. Más allá de todo eso Alysa dejo todo organizado, las niñas listas y su Majestad en proceso, después de su principal tarea se fue alistar ella.

Se colocó uno de sus trajes comprados en su viaje a Suiza, había que decir que hacía mucho que lo tenía y no lo iba estrenado… está sería la mejor ocasión, era un vestido Azul con bordes dorados que dejaba al descubierto sus hombros y un fondo blanco de capas… uso sus mejores joyas , se peino su enorme cabellera rubia y dejo sus risos caer.

Al estar lista, camino hasta los aposentos de su Majestad se acercó a ella con una sonrisa y le dijo:
– ¡Su Majestad! Las princesas están vestidas, con su permiso procederé a llevarlas junto a sus doncellas a la Catedral y así procuraré que todo esté en orden, para su llegará y le quitare el estrés de como llevar a sus Princesas. - sonrió una vez más y dijo, – Cuidaré de ellas e iré recibiendo a quienes lleguen. No se preocupe por nada se que no es mi trabajo pero estoy para servirle a usted y hoy más .

Dicho todo aquello, Alysa hizo un gesto cabeza y tomando con sus manos la falda de su vestido prosiguió con una reverencia.. luego tomó postura nuevamente y sonriendo una vez más, se marchó para la Catedral con las escoltas de las princesas, dos doncellas quienes las cuidaban y en el Carruaje partió.

Alysa quería quitarle todas las preocupaciones a su Majestad, quería que todo estuviera bien para su boda y que nada ni nadie le preocupara, todo debía ser perfecto.

Luego de un largo rato en el camino, llegaron a su destino allí bajaron todos y Alysa le dijo al bajar del carruaje a las doncellas,
- Sentarse en la primera fila que las princesas deben estar allí.- dijo a las Doncellas y luego mirando a los guardias les dijo; – Ustedes vigilar todas las puertas y supervisar que todo esté bien, sino quieren tener problemas. Hoy debe ser un gran día para su Majestad.

Acabo diciendo y entro detrás de las doncellas que llevaban en sus brazos a las princesas, miró hacia el fondo y observó que ya llegaban los invitados quienes esperaban en entre los pasillos. Alysa con una sonrisa y una pequeña reverencia saludaba a distancia, no podía dejar de hacerlo primero por su educación y segundo por ser la Dama de compañía de su Majestad. Luego continuo pasillo adentro hasta entrar a la catedral.


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Julieta.a


Alysa se había empecinado en que la embutieran en una incómoda tela llena de formas extrañas. Llevaba pocos días en este mundo y ya tenía que soportar los desvaríos de los grandes.

Si Julieta hubiese podido expresarse con palabras, seguramente habría reclamado a su madre con todas sus fuerzas, pero lamentablemente no podía ni hablar ni escapar de su triste destino; con suerte podía patalear para defenderse de aquella tortura... y no lo dudéis, eso era lo que hacía.

Cuando finalmente la de la trenza rubia la dejó en paz, alguien con rostro desdibujado la introdujo sin su consentimiento en un ruidoso habitáculo que no paraba de agitarse y la condujo hacia Dios sabe dónde. El tormento parecía haber llegado a su fin, pero de repente comenzó a sentir largos dedos deformes que la toqueteaban y vio con tremendo horror cómo unos monstruos enormes, con bocas muy abiertas llenas de objetos oscuros, estaban por comérsela.

Esto ya era el colmo de la falta de respeto, si se la iban a comer, como madre se comió a padre, ¡por lo menos se iba a quejar! Tomó mucho aire y con toda la fuerza que le permitieron sus pequeños pulmones, pegó el alarido más grande de su corta vida.

De pronto, reinó el silencio por unos segundos y Julieta sonrió victoriosa, los monstruos se habían desintegrado.

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Serrael


No podía estarse quieto mientras daba vueltas por el claustro de la Catedral de Burgos. Una misiva escueta y rápida casi a última hora. La reina se volvía a casar para darle a las infantas una figura paternal y, dada lo corta que suele ser la vida de quien porta la corona, alguien que las cuidara en caso de que le pasase alguna cosa. Esperaba que no fuera el caso. Pero eso no evitaba que siguiera moviendose de un lado a otro mascullando. Prester se encontraba sentado en un banco a la sombra de un árbol leyendo... no sabía el qué porque no le había preguntado, pero lo leía con una atención indiferente.

-Deberías calmarte tanin, mucho ejercicio es bueno para la salud, demasiado puede ser malvado. -pasó la página con total tranquilidad. la había pasado hacia la izquierda, por lo que no era uno de los libros que había traido de Oriente- Esa reina tuya te ha pedido algo, simplemente cumple.

Se detuvo y miró al anciano, que seguía enfrascado leyendo. Llevaba casi un mes actuando como su sirviente personal. Allá donde iba el obispo, Prester estaba detrás. Lo había conocido en su juventud, cuando servía a un comerciante de Damasco y tras la muerte de este, le había buscado para servirlo y cuidarlo. No muchos en la sociedad castellana sabían de él y sería interesante la reacción que tuviera más de uno al ver a un obispo aristotélico teniendo como sirviente a un averroísta y que el obispo lo tolerase. Pero era así. Prester era como un tío para él y no iba a cambiarlo porque un puñado de idiotas creyera que los herejes no merecian salvación a menos que adorasen a sus profetas.

-Cumpliré, pero me preocupa. Ya te hablé de la burocracia de la Iglesia y como se olvidan de que lo importante es la felicidad y el bienestar de las personas. -debía morderse la lengua un poco. Estaban en público, o al menos bastante más que en casa o donde pudieran hablar sin que nadie les escuchara- El caso es que la reina sigue casada hasta que la Oficialidad diga lo contrario. Y se quiere casar ahora. Comprendo el porque y quiero ayudarla, pero me preocupa las repercusiones si no se hacen las cosas a tiempo.

Iba a seguir hablando cuando un monaguillo de la catedral se le acercó, nervioso y lanzando miradas de soslayo al anciano, al que se le escapó una sonrisa sin levantar la vista del libro.

-Excelencia -la reverencia apresurada se veia empañada por los nervios y la atención distraida- Los invitados han comenzado a llegar y me solicita el sacristán que deis las instrucciones para prepararnos.

Lo miró por un momento, divertido por los nervios del joven.

-Esta bien, empezad a preparaos y haced lo propio con el altar. Ahora me dirigiré a la sacristía. -con un gesto lo despidió y lo vió marchar para comunicar las instrucciones a los demás. Se volvió hacia Prester que había bajado el libro a su regazo y le miraba a la espera- Si no te importa, quedate aquí en el claustro. Dudo que nadie te importune, ya que ese joven y otros parecían haber cotilleado lo suficiente sobre el "siervo hereje" del obispo. Te veré despues de la ceremonia viejo shaytan.

Con una sonrisa se despidieron mientras el burgalés se dirigía a la sacristía a prepararse. Como era costumbre en él, las únicas galas que llevaba para oficiar la ceremonia eran el fajín purpurado, la estola y el báculo. Una vez listo, se dirigió con el sequito de ayudantes hacia el altar y se mantuvo en pie, a la espera de la llegada de los contrayentes.

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Nabi


Por un día, la Secretaria Real-Canciller había pospuesto sus quehaceres en la corte, algo que la aliviaba. Se aseguró de que Mael estuviera bien y, junto a sus dos hijas, lo dejó al cargo de sus criadas mientras durara la ceremonia. Había peleado con el vestido que llevaría a la boda de la reina, ya que todavía su cuerpo no había vuelto a su forma original de antes del embarazo. Una vez consiguió estar correctamente vestida, salió de sus aposentos para buscar al capitán.
Llamó y esperó a que le abriera.
- ¿Está ya listo para ir a la Catedral?

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Archibaldo


Una boda real se avecinaba, y nuevamente, el reino se llenaba de Júbilo y Entusiasmo por Su Majestad y su futuro cónyuge, al cual, por cierto, el Spinozista había tratado particularmente poco como para conocerle en profundidad. Aunque, bien visto, tampoco había entablado una fuerte relación con la Reina, con la que apenas había entablado un par de conversaciones puntuales. Todo ello implicaba que nuevamente el Spinozista debería ir a un templo de otra Religión, pero templo al fin y al cabo, cosa que siempre le había gustado, pues le permitía observar los demás cultos de una forma cercana. No obstante, las multitudinarias celebraciones no gustaban demasiado a Archibaldo, quien empezaba a conocer a demasiada gente a la que saludar y con la que relacionarse por protocolo.

Dado que no creía en los lujos ni en los excesos, escogió una vestimenta sencilla, no muy apartada de lo que acostumbraba a vestir, y su Cayado Ceremonial como único adorno, que portaba consigo desde que comenzase sus labores religiosas en Valencias, y que él mismo talló con madera de su preciada Játiva. No esperaba que nadie le fuese a dar ningún problema por asistir con aquel bastón, del cual no se desprendería bajo ningún concepto.

Como representante institucional, esperaba tener una posición preferente en el encuentro, acorde con la estructura social Castellana. Aún con todo y con eso, se preguntaba si su señor, el de la Barca, asistiría a la ceremonia, ya que siempre le gustaba disfrutar del cinismo de este y de, por qué no decirlo, sacarle partido a sus usuales envites respecto al transcurso de los hechos. ¿Qué sería esta vez? Quizá el número de heridos accidentales por la aglomeración o el número de escudos que podían sustraer los niños que esperaban a las puertas.

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Kalahn
Las cortinas echadas ocultaban que era de día, pero un rayo de luz se filtraba por una hebra desprendida. Era una ilusión de su esposo. La regla que si es de noche, de la cama no se sale. La invitación que a toda la Corona de Castilla y León, reposaba en la mesita de noche. Era el día. Habían acordado, que él se quedaba cuidando de los pequeños, y ella asistiría. Ella amaba a su esposo como era.

- ¿Los llevarás al caballar?- Se acercó y le dio un tierno beso.- Procura que no se lastimen y volver pronto a casa. Sólo iré a la ceremonia y a tirar pétalos.

Bajo de la alcoba a la primera planta, donde se encontraba su hija Xanabel. Seguía con sus lecturas. Los pequeños en la cocina desayunando.

- Garsenda, mañana os iréis a Valencia a la obra de teatro, esta tarde la pasarán con el señor en Santibáñez.- Le dijo a la institutriz.- Habla con el administrador Yañez, él os dará dinero, y el cochero Ordoñez os llevará hasta allí.

-Sí, señora.- Realizó una reverencia y se retiró a sus quehaceres.

Subió a la alcoba, donde una doncella la terminó de arreglar. Iría con el vestido blanco y verde que su esposo le regaló las navidades pasadas. Se acercó hasta el lugar donde se realizaría la unión entre la joven reina doña Lluvia I y su prometido.
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